El legado de los indianos vizcaínos de Enkarterri
sábado 12.nov.2022 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
Esta es la historia de muchas maletas y muchas personas.... llenas de inquietud ante lo desconocido, de pesadumbre por tener que abandonar su pueblo, de añoranza tras despedirse de sus familiares, pero también de esperanza... en el regreso, en mejorar su vida.... y de sueños: volver a su pueblo siendo rico. Tan solo unos cuántos lo consiguieron y su legado pervive en muchos municipios de la comarca vizcaina de Enkarterri o de las Encartaciones. Son los indianos, quizá los más desconocidos de la cornisa cantábrica.
"La historia realmente es muy triste porque hay mucha gente que se marcha y muere en el trayecto del barco y de otros nunca se vuelve a saber nada. Primero porque no saben leer ni escribir; segundo, porque el factor vergüenza es muy importante. Su familia había hecho de todo para conseguir el billete de barco y resulta que tú no consigues hacer fortuna. Entonces no se ponían en contacto más con las familias, desaparecía, no se sabía nunca nada más de ellos", nos dice Leyre Barreras.
Enkarterri ostenta el récord de casas de indianos en Euskadi. Hay más de cincuenta casonas o villas, todas ellas dispersas por los valles de las Encartaciones, aunque la mayoría están en el municipio de Carranza.
"Evidentemente la arquitectura es la huella más destacada que nos dejan, lo primero que vemos cuando llegamos a un municipio, pero luego hay otro aspecto que es muy importante- sobre todo para la gente de estos pueblos que viven ese movimiento indiano-, que es el aspecto benefactor".
Lanzas Agudas, es uno de los 49 barrios del valle de Karrantza. Allí nació Miguel Sáinz Indo. Muy joven se marchó a Madrid para trabajar a una ferretería de su tío. Heredó la empresa y más tarde viajó a Cuba donde se hizo rico. A su regreso a la capital española, compró unos terrenos a las afueras de la ciudad, convencido de que Madrid crecería hacia el norte. Actualmente es parte del Paseo de la Castellana. Cuando eso se convirtió en realidad, construyó su vivienda palacio y atrajo a los inversores. Convirtió el arrabal en un barrio de lujo para las familias adineradas y revendió las parcelas y los terrenos amasando una gran fortuna.
Poco antes de morir, a los 53 años, hizo un testamento en el que dejaba una parte de su fortuna al barrio de Lanzas Agudas, donde nació. Su aportación más importante fue crear una fundación socioeconómica que anualmente pagaba a 20 adolescentes de 12 a 15 años -todos del valle- unos 500 reales para sus necesidades y una maleta.
"Llevaban un buzo de trabajo con un calzado apropiado para trabajar y con una muda de trabajo y un traje elegante con camisa y con todo lo necesario con una tela más fina para esa ese traje y con un calzado fino y elegante", nos dice Leyre y añade que "el buzo de trabajo es para que no se olviden que van a trabajar y van a tenerlo muy duro y el trajepara que cusaran buena impresión si tenían que hacer negocios con alguien y les ayudara a la hora de hacer tratos o negocios".
El destino de estos jóvenes eran principalmente Madrid, Cuba, México y Puerto Rico. Hasta 1958 más de 300 hicieron las Américas. Los indianos establecían una cadena de sobrinajes, es decir, cuando se establecía el primero luego llegaban primos, sobrinos, hermanos o gente del pueblo. Eso no les garantizaba una calidad de vida decente, porque en la mayoría de los casos iban a trabajar en condiciones complejas, pero era un primer paso para labrarse un futuro.
El gran movimiento indiano se produjo principalmente en los siglos XIX y XX. Se calcula que solo un 2% de los que marcharon hicieron fortuna. Y lo mostraron a su vuelta de forma ostentosa, evidenciando su nuevo status y su riqueza tanto en vida como en muerte.
Con Leyre Barreras recorremos las poblaciones de los diferentes valles descubriendo casonas, panteones, jardines y... palmeras. Una de las maneras de recordar a sus convecinos que habían viajado a lugares lejanos era colocar una palmera y plantas exóticas en el jardín. Llevaron también los primeros teléfonos, calefacción, agua corriente, cuartos de baño, indumentarias elegantes. Pero sobre todo, fundaciones benefactoras de carácter social.
En 1892, el balmasedano Marcos Arena Bermejillo vuelve de México y junto a otros cuatro accionistas invierte en una fábrica de lanas. "Boinas La Encartada" estará en funcionamiento durante 100 años exactos hasta agosto de 1992 cuando la fábrica cierra definitivamente sus puertas. Se confeccionaban diferentes productos basados en la lana, además de la boinas se confeccionaban mantas personales -muy utilizadas por el bando republicano-, paños, bufandas, calcetines, viseras, etc...
Situada en un paraje natural, junto al río Kadagua la maquinaria hidráulica que se instaló era la más moderna de finales del siglo XIX y formó parte de la industrialización en Euskadi. Iraia Collado guía del La Encartada Fabrika Museoa nos explica que su producto estrella fue la txapela o boina. Era uno de los atuendos más utilizados de principios del siglo pasado.
Impermeable, caliente, adaptable y fácil de usar. En los años 20 y 30 los directores de cine de Hollywood y algunas figuras del séptimo arte la popularizaron como prenda emblemática. Llegó a dar trabajo a 130 empleados, la mayoría mujeres. El desuso de la boina y la falta de inversiones para mejorar la maquinaria comportaron el final de la emblemática empresa balmasedana, hoy en día convertida en un museo donde se organizan visitas para ver en funcionamiento estos prodigios de la ingeniería industrial.
Romualdo Chávarri y de la Herrera regresó a España en 1874, pero no volvió a su pueblo. Lo que hizo fue invertir en escuelas para niños de Biañez, su barrio. Construyó un lavadero público, mejoró un hospital y una ermita, pero sobre todo financió la construcción del ferrocarril Bilbao-Santander con el objetivo de que pasara por Carranza. Sin duda algo que mejoró las conexiones de la zona y evitó su aislamiento.
Aún así los indianos que invirtieron en potenciar el futuro de la comarca son pocos. En su blog Balmasedahistoria.com la historiadora Julia Gómez Prieto se queja de que "la inmensa mayoría de estos indianos ricos, que en América fueron dinámicos comerciantes, y empresarios, al regresar no lo fueron en absoluto. No invirtieron en bienes productivos, sino que casi todos levantaron palacetes, o arreglaron iglesias como símbolo de riqueza ante sus convecinos. Inmovilizando capitales en bienes suntuarios, en vez de utilizarlos para modernizar la zona a la Europa del siglo XX".
Como nos explica la carranza Leyre, especializada en rutas turísticas por la zona y directora de la empresa Leykatur, el patrimonio arquitectónico que han dejado es de incalculable valor. Además son fáciles de ver, "porque la mayoría de las casonas están situadas junto a las carreteras generales porque era muy importante para ellos, la mayoría venían de caseríos enmedio del monte y entonces para ellos estas carreteras significaban la comunicación con el exterior con el progreso con los avances, era su vía de escape, su salida".
Desgraciadamente estas suntuosas casonas no se pueden visitar por dentro, porque son propiedades privadas. En Gordejola encontramos unas once villas o chalets, en Balmaseda y Lanestosa seis, en Concha más de 9, entre las que destacan el chalet Hernáiz y las casas de José y Ramón Altuna.
Cada una de ellas tienen un diseño diferente dependiendo de la época en que se construyó, aunque en Concha -el núcleo poblacional más grande del valle de Carranza-, se nota la mano del arquitecto vasco-francés Jean Batiste Darroquy, especialmente en el edificio Hernáiz, donde destaca su variedad de colores.
La madera roja, el gris de la piedra caliza, el negro de las pizarras, el color crema de la pintura, y mantiene la estructura del caserío encartado o trucense. Este caserío, nos dice Leyre, "tiene el tejado a dos aguas pero no baja tanto en anchura, sino que se queda un poquito más alto y además los pipianos, unos muros que sobresalen de lo que es el muro principal de la casa, cierra los balcones por los laterales, principalmente para resguardar la vivienda del viento, que aquí es muy fuerte".
Casa Garras y sus jornadas del buey
Junto al chalet Hernáiz está uno de los restaurantes más reputados de la zona: casa Garras. En los meses de otoño e invierno organizan las jornadas del buey criados por los propietarios del restaurante. El chef Txema Llamosas, quiere recuperar una carne poco conocida "y era una forma de atraer a toda la gente a comer buey de una forma diferente aprovechando todas las partes porque no solo tiene chuleta y solomillo, sino que tiene un montón de cortes que son de segunda, pero que son carnes nobles y de tercera que se pueden hacer para guisos y para caldos y para otro tipo de rellenos".
La familia Llamosas preparan buey al Armañac, steak tartar, carpaccio con lascas de Idiazabal, ravioli de su estofado con trufa negra, filete de rabadilla con hongos de temporada, solomillo y chuleta. Obtuvo un sol Repsol en 2020 por sus versiones tradicionales que compagina con otras más creativas.
La jefa de sala nos propone "canelón relleno de cigala y puerro tierno con una sopita más densa de las cabezas de la cigala y luego la yema de huevo de caserío acompañada con una crema carbonara; papada de cerdo con ralladura de queso de Carranza y una tosta de pan; la merluza a la plancha se coloca sobre un falso risotto de trigueros y una emulsión de coliflor".
Txema Llamosas estudiante de hostelería en Artxanda se ha formado en las cocinas del Azurmendi, con Eneko Atxa, en las de Arzak, Zuberoa y El Bulli, con Ferrán Adriá. Sin duda el restaurante Casa Garras está llamado a tener un renombre en la gastronomía vasca.
A las afueras de Carranza está Lanzas Agudas. Volvemos a nuestro punto de partida por Enkarterri. En las faldas de los montes de Ordunte, frontera entre el país Vasco y Castilla y León, observamos el hayedo de Balgerri, los ríos Peñaranda y Argañeda, el parque Natural Armañón, límite con Cantabria, o el encinar de Sopeña, con las peñas de Ranero y las sorprendentes cueva de Pozalagua y Torca del Carlista, una de las mayores cavidades del mundo y un reto para los espeleólogos.
La propietaria de la casa rural Gailurretan, Maika de Mena, nos propone sus rutas favoritas. "Me gusta mucho la fábrica de boinas y las cuevas, pero básicamente disfruto paseando, caminar por diferentes rutas. Por ejemplo, en Carranza la ruta de los carboneros es muy bonita, llega hasta los Ilsos de Rivacoba y donde todavía quedan unas trincheras de la Guerra Civil y se mantiene en un estado muy natural, antiguamente era el paso de Vizcaya a Cantabria y está señalizado con unas piedras enormes, por lo que es muy fácil de hacerla.
Estas tierras encartadas son un mundo de sorpresas no solo arquitectónicas, sino también de patrimonio humano, cultural, industrial y de naturaleza.
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