Coctelería y lazos cubanos de Lloret de Mar
viernes 16.jun.2023 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
En 1866, el lloretense Enric Garriga se embarca en un velero, de los que se construían en su ciudad, para viajar a Cienfuegos, en Cuba. Junto con su hermano montaron una fábrica de madera y materiales para la construcción, les fue bien y regresaron ricos. 22 años más tarde del día de su partida comenzó a construir la casa de los Garriga Mataró, actualmente Museo del Mar de Lloret, y un ejemplo claro del pasado indiano de esta villa marinera de la Costa Brava. Un edificio de 3 plantas con seis balcones y coronado por un frontón y balaustradas.
Hacía casi un siglo En 1778, el rey Carlos III había dictado el Real Decreto de Libre Comercio y Cataluña se había incorporado a la carrera del comercio con América. Los experimentados marineros lloretenses, acostumbrados al cabotaje, ponen rumbo hacia las costas de ese continente.
En las playas de Lloret, en unas instalaciones muy simples, se fabricaron grandes barcos veleros, corbetas, fragatas, bergantines, goletas. Más de 130 navíos construidos en las atarazanas de su litoral, que durante unos sesenta años viajaron del Mediterráneo al Atlántico.
La relación con Cuba es muy estrecha. Casi un 14% se fue a hacer las Américas, más de una cuarta parte de su población, y se decía que no había ni una familia en la que alguno de sus miembros no hubiera ido hacia ese continente. El 90% de los lloretenses se fueron a Cuba y se instalaron en Cienfuegos, Trinidad, Matanzas o La Habana.
Cuando regresaron los auténticos indianos, los que se enriquecieron, construyeron casas frente al paseo marítimo. En la actualidad casi todas han desaparecido tras el boom inmobiliario producido por el turismo. En 1940, Lloret fue uno de los primeros municipios en recibir turistas, al principio la burguesía barcelonesa y más tarde visitantes nacionales y extranjeros. En la actualidad el objetivo es mantener un equilibrio entre su patrimonio arquitectónico y el turismo.
En su casco antiguo, siguiendo la ruta indiana, encontramos otra joya de esa arquitectura de principios del siglo XX: la casa de Nicolau Font, que puede visitarse por dentro. La única en Cataluña. La delicada puerta modernista de madera, reja de hierro forjado y figuras simbólicas de indianos son un adelanto de lo que había en su interior, aunque se han perdido casi todo el mobiliario. Gemma Calveras nos aclara que no todos las fortunas procedían de indianos, muchas familias se enriquecieron sin salir de su ciudad natal.... su riqueza procedía del comercio marítimo.
Con la desamortización de Pascual Madoz a mediados del siglo XIX, estuvo en peligro la supervivencia del antiguo monasterio benedictino de Sant Pere del Bosc, situado a las afueras de la ciudad en una zona boscosa. Ante la posibilidad de perderlo, el alcalde le pidió a su tío, Nicolau Font, sí el de la casa, que lo comprara para convertirlo en un hospital de pobres. Y así consiguieron conservarlo, actualmente convertido en un hotel y restaurante.
Siguiendo por el viejo Lloret de Mar, pasamos por la calle de las doncellas y viudas, un callejón que recuerda la costumbre de estos hombres ricos de casarse con chicas jóvenes y que cuando enviudaban el testamento dejaba claro que no podían volver a casarse.
Sorprende la iglesia de Sant Romà, de estilo modernista obra de Bonaventura Conill, discípulo de Gaudí, y esculturas de Llimona. En su interior está el retablo Mayor obra de Pere Serafí del siglo XVI y en el exterior muchos elementos arquitectónicos como la cúpula modernista decorada con tejas de cerámica vidriada de colores.
Durante la guerra civil perdió su fachada modernista. Desde La Habana el banquero Narcís Gelats costeó parte de las obras. Las familias ricas también aportaron dinero para el edificio de las escuelas parroquiales, adjunto al edificio religioso, que utilizaba métodos muy modernos de enseñanza y un importante centro de dinamización cultural con entidades como La Bona Premsa, La Talia Lloretenca o la publicación Aires Lloretencs.
De estructura compleja tiene variedad de detalles como los trencadís o cerámica quebrada, los arcos escalonados, tejado de azulejos pintados, columnas salomónicas de ladrillos, la torre octogonal irregular con una serie de pináculos y almenas acabadas en esferas puntiagudas.
Cementerio modernista de Lloret
Donde el turismo no ha conseguido destruir nada, ha sido en el cementerio modernista de la ciudad. Una auténtica joya de arte funerario. "No tenemos sus casas pero tenemos sus tumbas", dice Gemma Calveras.
El cementerio está planificado como una ciudad, con avenidas, paseos, plazoletas y manzanas. Un reflejo de la jerarquía social donde, a principios del siglo XX, los más ricos del municipio quisieron dejar un testimonio eterno. Muchos de ellos eran "indianos" que labraron su fortuna en el continente americano, principalmente en Cuba.
Está incluido en la Ruta de los cementerios europeos, y acoge obras de arquitectos y escultores de renombre como Josep Puig y Cadafalch, Antoni Gallissà, Lluís Llimona, Bonaventura Conill, Vicenç Artigas o Ismael Smith.
Suyo es el hipogeo más icónico de la necrópoli. Le llaman la novia ... Está centrado en una figura femenina blanca, que emerge de la tierra ante una gran cruz por la que trepan rosales. Suspendida en el aire como desprendiéndose de su parte corporal está en actitud de oración, el pelo al viento, los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho. Aunque lleva inscrito el nombre de Familia Camp i Nonell, hasta ahora se desconocía quienes habían pagado este monumento.
David Barba, junto con Montserrat Sala, responsables de Amargura Cultura, que indaga en la historia de Lloret de Mar, han tirado del hilo de los archivos de La Habana y de la ciudad catalana, para concluir que el famoso ron Matusalem, que acaba de cumplir 150 años, fue creado por dos lloretenses. Esta historia nos lleva a Santiago de Cuba, donde había un ecosistema perfecto para elaborar el ron. Los hermanos Benjamín y Eduardo Camp Nonell, especialistas en brandis y coñacs, querían obtener un ron diferente a través del proceso de solera.
Junto con su amigo Evaristo Álvarez, elaboraron una fórmula, que todavía se mantiene en secreto, para conseguir un producto suave y un gusto más agradable y fino en el paladar. La ley seca, impuesta en Estados Unidos en 1920 empujó a muchos turistas estadounidenses a viajar a la isla, que vivió su época dorada entre la década de los 30 y los 50.
Muy cerca de este deslumbrante sepulcro, aparece otro nombre con una historia interesante en Cuba. El hipogeo Gelats i Durall, donde también predomina la figura femenina, con una corona de flores en la mano derecha y apoyada sobre la cruz. Los ojos cerrados y la pasividad como forma de expresión.
En 1860 Narcís Gelats, marchó a Cuba para hacer fortuna, pero no se le considera indiano porque nunca regresó. Más tarde estudió banca y junto con su hermano Joan y su tío Josep fundaron varias empresas, pero sobre todo el Banco Gelats, uno de los más importantes de la isla.
Fue el banco de la Santa Sede en el país caribeño y durante la crisis de 1929, el único que devolvió el dinero a todos sus depositarios. Esa actitud dio confianza a los clientes, que volvieron a dejar sus fondos en la entidad, lo que evitó una posible bancarrota.
Menos espectacular, pero impresiona por su sobriedad, el hipogeo Carreras, de Vicenç Artigas, presidido por una cruz de Malta con la Virgen sentada y sus manos cruzadas sobre el regazo remarcando su papel de intercesora ante la eternidad.
Uno de los arquitectos que más obras tiene en el cementerio lloretense es el barcelonés Bonaventura Conill. No podemos dejar de admirar su espectacular panteón de la familia Esqueu i Vilallonga que representa un dragón que sostiene una calavera con las tablas de la ley partidas, como símbolo del reino de las tinieblas, el sarcófago iluminado y alejado del animal y en un arco en parábola se alza una cruz coronada que ostenta un sagrado corazón.
En la necrópolis de Lloret no encontramos restos de uno de sus vecinos más conocidos. El maestro coctelero Constantí Ribalaigua o Constante que llegó a ser propietario del emblemático Floridita de La Habana, y el impulsor del Daiquiri, un cóctel escarchado de ron blanco con jugo de limón o lima y azúcar.
Su gran aportación a la coctelería, nos dice David, fue utilizar un agitador de leche malteada, que se usaba en farmacias y el empezó a utilizarla para la preparación de batidos. Creo casi 200 combinados. En 1914 llegó como cantinero al bar Florida y lo compró en 1918. Le cambió el nombre a Floridita para diferenciarlo del hotel del mismo nombre.
Ernest Hemingway popularizó el nombre y era un habitual del Papa doble, un daiquiri sin azúcar y con doble de ron. El escritor estadounidense contribuyó a la fama del daiquiri, cuya variante número 4, consta de "hielo en polvo afeitado y agitado, tan fino que flota como escarcha", además de dos onzas de ron, una cucharadita de azúcar granulado, otra de marrasquino y el zumo de media lima".
En el libro Islas en el Golfo, el escritor estadounidense escribe que "había bebido los grandiosos daiquiris dobles helados que preparaba Constante. que no tenían gusto de alcohol y provocaban la misma sensación, cuando los bebías, como esquiar barranco abajo por un glaciar cubierto de nieve en polvo y después de tomar el sexto o el octavo, tenías la sensación de esquiar barranco abajo sin cuerda por un glaciar".
También recibió la visita de Federico García Lorca, durante los 90 días de su visita a la capital cubana con quién Constante creo la "bomba española", a base de cava y ron.
Amargura Cultura, especializada en investigaciones históricas de Lloret de Mar, gestiona los archivos del hijo de Constante, Jorge Ribalaigua, afincado en Estados Unidos y que asegura que su padre estableció los cánones de la coctelería clásica. El rey de los cocteleros está enterrado en la Avenida de los Ilustres, del cementerio Colón de La Habana.
David y Montserrat trabajan en un proyecto para reivindicar la aportación lloretense a la coctelería, y la estrecha relación de su ciudad con Cuba. Otro de los nombres relacionados con los cantineros cubanos es Miquel Boadas, que coincidió con Constante y regresó a Barcelona en 1933. En LLoret, donde han iniciado la ruta del daiquiri, uno de los lugares más espectaculares para disfrutar de ellos es la coctelería Cala Banys, situada frente al mar, rodeado de pinos y palmeras junto al camí de Ronda.
Ya que estamos en la costa, junto a los pinos, no podemos dejar de visitar los jardines novecentistas de Santa Clotilde, otra de las joyas de Lloret y que forma parte de la ruta de Jardines históricos europeos. Junto a él la ermita de Santa Cristina, patrona de la ciudad y antes de dejar la ciudad catalana, nos paseamos por la playa más grande del municipio para visitar el castillo de Plaja, emblema de Lloret.
En el icónico edificio el visitante vive una experiencia inmersiva para conocer los riesgos del cambio climático. Unas gafas de realidad virtual nos trasladan desde el fondo del mar, a los bosques y al espacio para ver el impacto humano en estos entornos y su evolución negativa. En otra sala, una proyección en 4D realiza un viaje experiencial a través de catástrofes naturales, incendios o sumerge al visitante en un océano de plásticos. La visita dura unos 50 minutos y hay que reservar con antelación. El precio, 23 €.
Es el compromiso de esta ciudad con larga tradición turística, por mantener una conciencia medioambiental entre sus visitantes.
@angelaGonzaloM
@Viaje_Itaca
Instagram: angelaGonzaloM
Programas RNE-R5 10.000 lugares para viajar con Ángela Gonzalo
Spotify 10.000 lugares para viajar
Ivoox: angelaGonzaloM