Viaje por el Nilo entre Asuán y Luxor
viernes 14.jun.2024 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
En las paredes y obeliscos de templos y palacios. Egipto y sus faraones escribieron sobre la vida, la muerte, el poder y numerosos detalles de sus reinados. Hablan de nacimientos, fertilidad, riqueza, amor, curación de enfermedades y acontecimientos importantes de la vida tanto en la tierra como en el más allá.
Seguramente por eso esculpieron en altas y gruesas columnas imágenes y palabras, porque estaban pensadas para la eternidad, no solo para ser bellas. Necesitaban espacio para escribir las alabanzas a los dioses y no para pasear entre bosques de columnas. Además, esa fortaleza ha permitido que sobrevivieran y se hayan convertido en testigos de lo que ocurrió en Egipto hace más de 3.000 años.
El Nilo, el río sagrado de los antiguos egipcios, era y es fuente de vida, riqueza y ha sido una vía de navegación imprescindible para el desarrollo económico.
Para los faraones era un símbolo de eternidad porque cruzarlo permitía alcanzar la inmortalidad. Nos introducimos en esa fuente de cultura, vida y conocimiento para surcar sus aguas desde Abu Simbel o Aswan, hasta Luxor.
El esplendoroso mundo de las 31 dinastías faraónicas perduró unos 3.000 años... luego entró en un periodo de decadencia para acabar en una larga etapa de oscuridad... Todo eso quedó enterrado entre las arenas del desierto.
Solo en los últimos dos siglos se ha podido desenterrar parte de su belleza, que ahora podemos admirar mientras navegamos por este río que forjó una de las civilizaciones más importantes de la historia. Los sacerdotes dominaban el conocimiento de los símbolos espirituales a través de una rica y reconocible iconografía para transmitirlo a las futuras generaciones.
En muros, paredes y techos muestran símbolos como la cruz egipcia de la vida, escarabajos, flores de loto, cobras, la barca fluvial sagrada.
Como nos explica Ihab.... Las piedras de los milenarios edificios nos hablan de todo ese intrincado mundo mitológico, que permaneció oculto hasta que a finales del siglo XVIII se encontró la piedra rosetta, una estela donde aparecía un texto escrito en tres alfabetos. El original, como decenas de miles de artilugios del antiguo Egipto, se encuentra en Londres. También el Louvre de París conserva numerosos objetos de aquella época.
En los últimos años, el gobierno egipcio ha realizado celebraciones en torno a su pasado glorioso, conmemorando el centenario del descubrimiento de la tumba del rey Tutankamón, y el bicentenario del hallazgo de la piedra que permitió descifrar los jeroglíficos egipcios.
Ese descubrimiento nos ha permitido interpretar los secretos de los faraones a través de abecedarios jeroglíficos, sagrados o hieráticos y demóticos que se empezaron a utilizar hace más de 6.000 años.
Sus rasgos cubren templos como Abu Simbel, Luxor, Filae, Edfu, Kom Ombo, las tumbas del valle de los reyes, Karnak, el templo mortuorio de Hachepsut, los colosos de Memnon. Están esparcidos por casi todos los monumentos que se levantan en la parte alta, al norte del Nilo y la baja al sur del río.
Abu Simbel estuvo a punto de acabar sumergido por las aguas del lago Nasser. Fue necesaria la intervención de la Unesco, bajo cuya supervisión se pudieron recuperar sus piezas una a una.
Abu Simbel recoge dos templos esculpidos en la montaña que muestran la fuerza y la cultura de Egipto. Sentados, nos reciben dos figuras de 20 metros de alto talladas directamente sobre la roca. Ramsés II, con la doble corona del alto y bajo Egipto, y su esposa Nefertari.
Al amanecer del 22 de febrero y el 22 de octubre, diseñado con una visión perfectamente astronómica, los rayos del sol recorren 200 metros iluminando los rostros de los dioses Ra, -dios del Sol-, Amón Ra, -dios de dioses- y Ramsés, mientras que la cuarta figura, la del dios de la oscuridad y el inframundo, Ptah, queda en penumbra. un corredor de 200 metros, iluminando tres de las cuatro estatuas que se encuentran al final, en el sancta sanctorum o naos.
Ramsés II nos detalla a través de las paredes la batalla de Qadesh, en la que venció a los hititas. Los artistas labraron en la piedra múltiples patas al caballo que transporta al faraón, dándole una idea de movimiento y velocidad, mientras Ramsés lanza sus flechas contra el enemigo, que aparece de forma desordenada, contrariamente a la imagen que ofrece el ejército faraónico, ordenado y disciplinado.
Fue tal la importancia de esta batalla para el faraón, que ordenó conmemorarla y representarla en las paredes de varios de sus templos. El acuerdo entre Egipto y los hititias está considerado el primer tratado de paz del mundo y también está recogido en varios papiros.
Frente a ese magnífico bajorrelieve hay una escultura de una nave, que parece recordar que todo en esta vida es efímero. Una procesión de la barca sagrada, cargada a hombros por los sacerdotes, que parecen mucho más numerosos porque sus figuras están esculpidas repetidamente para dar la sensación de movimiento. En el centro de la barca el santuario portátil y las estatuas de la divinidad.
Esta iconografía religiosa y sagrada se encuentran diseminadas en centenares de restos arqueológicos a lo largo del valle del Nilo. Sorprende que toda esa grandiosidad permaneciera enterrada bajo la arena hasta principios del siglo XIX.
A pocos metros, está el templo dedicado a su esposa, Nefertari y Hator, la diosa de la maternidad y la fertilidad, representada por una cara de mujer con orejas de vaca, que era su animal sagrado.
De regreso a Asuán, sobre una isla rodeada por el Nilo se levanta sin gran majestuosidad, pero sorprendiendo al visitante, el templo de Filae. Lugar de enterramiento del dios Osiris, el santuario de la diosa Isis es el templo principal del lugar.
Sus bajorrelieves con escenas de Horus, Isis y Osiris, y los ocho edificios que conforman ese complejo arquitectónico también estuvieron a punto de desaparecer bajo el agua por la presa de Asuán.
Fueron troceados y sus 40 mil piedras se trasladaron una a una hasta otra isla más alta. Tiene un mammisi, o lugar de nacimiento de Horus y una sala hipóstila con 10 columnas. Es un ejemplo de la arquitectura faraónica y la ptolomea o griega. El quiosco de Trajano tiene dos aperturas: en el este y el oeste, porque se creía que era una parada del barco sagrado de Isis.
Nuestro barco no es sagrado, ni tampoco las tradicionales falucas, si no un moderno crucero fluvial. Mientras navegamos hacia Luxor, disfrutamos del inmenso y fértil valle de este río que tiene un recorrido de sur a norte, porque llega a Egipto desde Sudán tras unirse el Nilo Blanco y el Azul.
En la época de los faraones sus crecidas permitían regar la tierra negra, formada por el fértil limo que se depositaba durante las inundaciones anuales. 6.600 kilómetros después de su nacimiento y tras bañar 9 países, desemboca cerca de Alejandría en el Mediterráneo, formando un inmenso delta. A pocos kilómetros al este, el Mar Rojo.
Desde 3.100 años antes de Cristo, el Nilo ha sido testigo del progreso y decadencia de reyes y faraones. Ahora, nosotros podemos admirar su legado arquitectónico, cultural y religioso desde el interior de su cauce o en sus riberas.
En 1493 a.C., el faraón Tutmosis ocupó la primera tumba construida en el Valle de los Reyes. Junto a él, durante siglos y siglos, descansaron en el interior de la montaña sus descendientes. Sus momias, perfectamente conservadas fueron llevadas al Museo Egipcio de El Cairo.
Un lugar muy diferente a su época. Antes un vergel, ahora un desierto. Un desierto que todavía guarda muchas sorpresas, y que seguiremos contando en otros posts.
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