Calafell, la mar doméstica de Carlos Barral
Calafell fue durante unos años centro de la literatura hispanoamericana. Por su paseo marítimo pasearon tres Nobel y varios premios Cervantes. Los llevaba a veranear y a navegar por la Costa Dorada, el poeta y editor Carlos Barral. Eran Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Jorge Edwards, José Agustín Goytisolo, José Donoso, Alfredo Bryce Echenique, Anna María Moix, Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma....
Cada uno de ellos disfrutó unos días, incluso semanas, del sol y la playa, también de charlas y tertulias en la Espineta, una taberna marinera que regentaba la mujer de Carlos, Yvonne. Pertenecía a la familia Barral y era el lugar de encuentro de estos ilustres tertulianos. Se convirtió en una especie de puerto emocional de los amigos del escritor y allí los marineros y pescadores del lugar, entonaban canciones de taberna o habaneras.
De Barral, una de las figuras más importantes del panorama cultural español de la segunda mitad del siglo XX, y el más emblemático personaje del municipio, quedan su legado cultural, y la Casa Barral, con su elegante balcón de madera y su fachada pintada con los colores del mediterráneo, el blanco y el azul marinero. En su interior, una réplica de su barca Capitán Argüello y junto a la vivienda el famoso bar, o botiga, como se denominaban las tradicionales casas de pescadores. Son dos de los pocos edificios que se conservan de la antiguo lienzo marítimo de este municipio tarraconense.
El padre de Carlos, aficionado a la pesca de altura, llegó a Calafell en abril de 1925, arrastrado por un temporal. No solo encontró refugio en aquel humilde barrio de unos 150 pescadores, sino un lugar en el que vivir.
Barral nació en Barcelona, pero a los dos años se trasladó a este pueblo de la costa dorada. "Desde que nací, me encontré inmerso en esa especie de intimidad entre mi padre, mi familia, las aficiones de mi padre, su vocación literaria, y esta gente que comenzaron a ser como mi familia y han acabado siendo como mi tribu".
Allí aprendió a amar el mar y todo lo que le envuelve, a conocer los vientos, las mareas, la vida marinera, los peces que los pescadores llevaban cada mañana hasta la arena de la playa. Siempre con su gorra de capitán calada, su pipa, su pelo largo y su barba old dutch.
Calafell en la literatura de los Nobel
No queda casi nada de la presencia física de los grandes escritores hispanoamericanos que visitaron a su amigo en este municipio catalán, pero de alguna manera el nombre de la población costera está presente en algunas de sus obras. Allí, cerca del puerto, Mario Vargas Llosa, que estuvo un tiempo relativamente largo, escribió parte de La casa verde y Gabriel García Márquez lo nombró en Crónica de una muerte anunciada "fue como si hubiéramos vuelto a matarlo después de muerto -me dijo el antiguo párroco en su retiro de Calafell".
Otro de los escritores que tuvo casa peramente en la localidad tarraconense fue Juan Marsé, que se inspiró para su libro "Muchacha de las bragas de oro". Allí vivía su personaje Luis Forest, un escritor con un pasado político falangista y un matrimonio fracasado.
En el suelo del paseo marítimo, aquel que para Barral era un paseo metafísico, hay una serie de frases escritas -a veces ilegibles ya- de algunos de estos autores.
Calafell paraíso del turismo familiar
Para visionar audios y vídeos pasa el ratón por la fotografía
"Calafell era el mito de la infancia feliz", repetía en su libro de memorias, el escritor catalán. La calificaba como "la mar doméstica", que comenzaba en la punta Palomera.
Porque el vivió la transformación del municipio en los años 60. De aquel Calafell marinero, casi no queda nada de sus orígenes . En pocos años las botigues dejaron paso a edificios de apartamentos y hoy en día es uno de los destinos turísticos más importantes de la costa central catalana, que atrae a visitantes del centro de la península, barceloneses, franceses, ingleses y alemanes.
Le llaman la "playa del biberón" porque es ideal para viajar en familia, con su larga costa, su arena fina, la tranquilidad del mar y la suavidad de sus pendientes cuando se entra en el mar, a lo que se añade la oferta del puerto marítimo -situado en el barrio de Segur de Calafell-, con todo tipo de actividades marineras, que permiten disfrutar del mar, de la misma manera en que se conmovía el escritor. Además de estar catalogada como bandera azul desde 1992, tiene una concentración de sodio, cinco veces mayor de lo normal, algo que fue aprovechado por el sanatorio de Sant Joan de Déu, actualmente convertido en el complejo de lujo Le Méridien Ra Beach Hotel & Spa.
Decenas de miles de turistas llegan cada verano para disfrutar de sus cinco kilómetros lineales e ininterrumpidos de playa, compartida en tres espacios: la playa de Calafell, que coincide con el núcleo marinero, la playa de Segur y la playa de l'Estany-Mas Mel. A lo que hay que añadir su paseo marítimo que desde la década de los 60 hizo de frontera, separando el campo del mar. Otro atractivo familiar son los centros de diversión para la familia como Calafell Slide, Calafell Aventura o el Aquapark.
Ya para la familia Barral era un centro de veraneo familiar. Así lo recoge en su libro de memorias "Calafell era también escenario del clásico veraneo familiar, con excursiones en automóvil, esos juegos de playa que son como un ritual de la religión felicitaria del aire libre y del ejercicio espontáneo y también de afectos y visitas de los amigos y familiares lejanos cuando las familias veraneaban eternamente".
Como ha pasado en gran parte de la costa mediterránea española, el cambio físico y económico comportó la pérdida de una forma de vivir. Este cambio físico y emocional de la ciudad le dolía al escritor. "Yo me siento un poco la memoria del Calafell marinero que ya no existe... Este es el paisaje constante de mi poesía, de mi literatura, y además el lugar donde me siento cómodo, donde me gusta vivir y donde me gustaría morirme".
La memoria de aquel Calafell marinero ha quedado relativamente preservada en el edificio de la antigua Cofradía de Pescadores, último símbolo del pasado pesquero y convertida en un centro de interpretación que mantiene el legado de la playa "con más madera" del litoral catalán. Allí se ha instalado una maqueta de la fachada marinera que desapareció con el boom turístico, y que vale la pena ver para poder conocer como era la ciudad en la que vivió el poeta.
Otros atractivos turísticos de Calafell
Un lugar donde los barcos nunca se hunden. Junto al edificio se conserva la máquinilla y el Bot Salvavides, ambos patrimonio cultural de la ciudad. Esta histórica barca de rescate, construida hacia 1905, destaca por los giros que da sobre si misma en el mar para recuperar su posición con la tripulación en sus bancos. En contadas ocasiones, especialmente el día del Carmen, suelen hacer representaciones de como puede dar vueltas en el mar sin hundirse.
Se hizo imprescindible cuando la ciudad contaba con una importante flota pesquera. Las muertes de marineros y pescadores eran frecuentes en días de temporal y se hizo urgente disponer de un bote salvavidas de rescate. Los vecinos y los marineros propusieron crear una estación de salvamento en la playa. No se logró hasta julio de 1920. Aquella barca acudió a numerosos rescates y destaca por su gran estabilidad y su práctica insumergibilidad.
También tiene una vitrina especial la ‘maquinilla’ un dispositivo que usaban los marineros para sacar las barcas del mar hasta la playa. Fue la primera de estas características que hubo en Catalunya, y fue utilizada entre los años 20 y 50. Hasta ese momento se utiliza la fuerza física de muchos hombres y mujeres. Era un trabajo extenuante. Los marineros sacaban las barcas hasta la arena haciendo girar a mano una especie de polea. Desde 2008 está incluida en el Catálogo del Patrimoni Cultural Català como Bien Singular.
En los últimos años de vida de Carlos Barral se descubrió la Ciudadela Ibérica de Calafell, uno de los yacimientos arqueológicos de los siglos VI-II a. de C. más destacables por su singularidad, permite pasear por sus calles, como debieron hacerlo sus vecinos antes de la llegada de los griegos. Su reconstrucción experimental "in situ" hace de este poblado de la Edad del Hierro un atractivo turístico para los más jóvenes.
El escritor tuvo la suerte de verlo emerger desde los tiempos de la historia, donde había permanecido oculto, como si guardar un secreto que ahora salía a la luz. Aparecieron anzuelos, conchas y silos para almacenar granos. Los arqueólogos e historiadores han realizado una recreación didáctica sobre los restos de la ciudadela.
Se ha museizado para que se puedan apreciar todos los detalles, así como la reproducción de torre de asalto romana que es accesible. Permite recorrer un antiguo asentamiento ibérico, descubrir sus calles, murallas y conocer su forma de vida a través de la reconstrucción de algunas de sus vivienda y de los viejos oficios. Eso sí, el acceso está un poco alejado del centro urbano y es necesario utilizar el coche o un autobús.
Núcleo fundacional de la población el Castillo de la Santa Creu, la Santa Cruz, domina el casco viejo y los alrededores. Es un recinto fortificado de época feudal, documentado por primera vez en el año 1037. Se accede cruzando callejones rústicos, con una estética y un entramado urbano no muy alejado de la que mantenía en la Edad Media. La mayoría de las casas de esta zona del pueblo mantienen los nombres de familia (el renom)que perdura desde hace años.... y relojes de sol, instalados en varias fachadas, de diferentes colores y temáticas.
El castillo mantiene dos espacios curiosos: el comunidor o conjurero, situado sobre la iglesia, un edificio cuadrado y totalmente abierto, destinado a sortilegios para ahuyentar tempestades y demonios y atraer todo tipo de bendiciones sobre el municipio y sus campos.
El elemento arquitectónico más importante es la primitiva iglesia románica, con algunas pinturas murales al fresco. Los frescos atrajeron también a Barral, que jugueteaba con las tumbas excavadas en la roca y la necrópolis del alto medievo.
Acabamos nuestro recorrido en la Casa Barral, donde "el viejo balcón de la casa cumplía hace cuarenta años una función ancestral en los pueblos marineros, la del saludo o la despedida. Ahora es un mirador nostálgico y decididamente anacrónico".
Como decía nuestro guía especial en el recorrido por Calafell, "el mar es lo que más se parece en el mundo físico, a la idea de la eternidad".
Enlaces de interés
@angelaGonzaloM
@Viaje_Itaca
Instagram: @Audioguíasturísticas
10.000 lugares para viajar con Ángela Gonzalo