El fascinante patrimonio de la campiña sevillana
Desde el cerro de Osuna se divisa parte de la campiña y desde el cerro de San Cristóbal de Estepa las primeras estribaciones de subbética. Entre la campiña sevillana y su sierra sur encontramos varias poblaciones ricas en patrimonio histórico y cultural.
Municipios como Viso del Alcor, Marchena, Osuna o Estepa son rica en restos arqueológicos de todas las épocas, se pueden encontrar desde los prehistóricos dólmenes hasta murallas, necrópolis, termas romanas, elementos del período musulmán, fortalezas de esa zona de frontera o iglesias barrocas.
A estas cuatro ciudades les une un viejo camino histórico, el de Antequera, también conocido como la ruta jacobea del sur, que recogía multitud de caminos secundarios que se fusionaban en Sevilla con la ruta de la plata. Conducían al peregrino mozárabe hasta Santiago de Compostela, cruzando Extremadura, Portugal, las dos Castillas y Galicia. Fue transitado por mozárabes, cristianos que vivían en territorios dominados por los musulmanes durante la Edad Media.
En los últimos años, ha habido un gran esfuerzo por recuperar y promocionar aquellos caminos que parten desde el sur de la Península Ibérica hacia el noroeste. Junto con Portugal y Extremadura, los territorios andaluces han desempeñado un papel crucial en la revalorización de estas vías históricas.
Conventos, torres y polvorones en Estepa
Subir al cerro de San Cristóbal es adentrarse en la historia de Estepa. Desde este punto elevado se contempla el Balcón de Andalucía con unas impresionantes panorámicas que abarcan las provincias de Sevilla, Córdoba y Málaga y, en días claros, se alcanza a ver los picos de Sierra Nevada.
Recorrer los vestigios de la antigua Alcazaba, junto a la Torre del Homenaje y restos de lo que fuera una mezquita defensiva, convertida en la Iglesia de Santa María. Este templo, fortaleza gótica y primer templo cristiano de la ciudad.
Cruce estratégico de caminos, los cartagineses fundaron la ciudad de Astapa, destruida por sus habitantes antes ser entregada a los romanos, que construyeron allí Ostippo.
A mediados del siglo XIII, Fernando III otorgó el lugar a la Orden de Santiago, que reforzó su defensa y una vez conquistado el cerro a los musulmanes, erigieron monumentos religiosos, combinando el legado islámico y las influencias del cristianismo. La localidad jugó un papel crucial como frontera en los conflictos contra el reino nazarí.
En el siglo XVI, los monarcas españoles vendieron la ciudad, para obtener dinero con el que mantener su imperio, y la adquirió la familia genovesa de los Centurión, más tarde convertidos en marqueses de Estepa, que presidieron un periodo de esplendor artístico y monumental.
Desde la colina se ve la imponente Torre de la Victoria, perteneciente a la orden de los Mínimos. Una estructura de 40 metros de altura levantada entre 1760 y 1766, es uno de los mayores símbolos de la identidad ostipense.
En el convento de Santa Clara, otro de los edificios de la colina, las monjas preservan tradiciones espirituales y otras más terrenales como los dulces artesanales que dan fama a la población sevillana.
Estepa es mundialmente conocida como la Ciudad del Mantecado. Sus veinticuatro fábricas de mantecados y polvorones han conseguido que el dulce olor a canela inunde sus calles, haciendo de cada visita una experiencia sensorial
El centro histórico de Estepa, con sus calles empedradas y empinadas, esconde en cada rincón una historia. Desde la emblemática plaza de ‘El Salón’ y la pintoresca calle Libertad, donde se resguarda una pequeña imagen de la Virgen, hasta la calle Torralba y sus leyendas.
Herencia artística en Osuna
En el cerro del Higuerón, la colina que domina Osuna, don Juan Téllez Girón, IV conde de Ureña y padre del primer duque de Osuna, levantó su Colegio-Universidad, la Colegiata y el Hospital de la Encarnación, más tarde convertido en monasterio.
Del cercano Coto Las Canteras, con más de 2.000 años de antigüedad, se extrajeron las piedras para levantar los históricos edificios de la loma. La Universidad otorgaba grados equivalentes a los de las prestigiosas universidades de Bolonia, Salamanca o Alcalá de Henares.
Destaca por un claustro cuadrado que consta de dos plantas, con seis arcos de medio punto. La parte baja, destinada a las clases, capilla, sala de grados y sala rectoral, y en la parte alta estaban los cuartos de los colegiales. El paraninfo conserva, íntegramente, un bellísimo artesonado de madera pintada al estilo plateresco.
En la capilla de la parte baja, destacan el retablo, que en un principio tenía siete notables pinturas en tabla, de las que se conservan cuatro, el púlpito de madera en la pared del evangelio y un sencillo coro.
Más esplendoroso es el panteón ducal, denominado “Santo Sepulcro”, unido a la colegiata contigua, uno de los monumentos más hermosos del renacimiento andaluza. Posee importantes obras de grandes artistas como José de Ribera, Juan Martínez Montañés, Luis de Morales, o Juan de Mesa. Al panteón solo podía acceder la familia y los religiosos que la atendían.
Su aspecto exterior, similar al de una fortaleza austera, contrasta con la riqueza ornamental que se esconde en su interior. Una estrecha y empinada escalera conduce hasta el primer sótano de esta iglesia, donde se encuentra la capilla del panteón y los enterramientos de los miembros de la familia ducal. Un conjunto de nichos puestos a lo largo de los muros, en varias salas, repletas de inscripciones y símbolos sobre la muerte.
Descendemos hasta el centro de Osuna, para disfrutar de dos calles: la de Sevilla y la de San Pedro, galerías al aire libre de casas palacios. Ofrecen una retrospectiva única de casi todos los estilos arquitectónicos que han florecido en el país. Desde sus portadas de reminiscencias clasistas hasta los imponentes escudos heráldicos y elaborados balcones de forja, la calle se transforma en un auténtico museo de piedra y arte.
Marchena, herencia andalusí y legado de los Ponce de León
Si hemos hablado de los marqueses de Estepa o de los duques de Osuna, en Marchena hay que hablar de los condes de Arcos, del linaje de los Ponce de León. De su presencia en el municipio solo queda la plaza ducal, antigua plaza de armas del castillo, pero convertida en la actualidad en una zona de viviendas.
Desde el mirador de la duquesa en Marchena, se ve la silueta del río Corbones. Forma parte del gran recinto amurallado que rodeaba esta antigua ciudad almohade que protegía un alcázar y la medina. Aún conserva gran parte de su recinto amurallado, destacando el Arco de la Rosa o puerta de Sevilla y la puerta del Tiro, principal entrada a la ciudad musulmana.
A través de ella se permitía la comunicación directa entre ambos recintos, la alcazaba y la medina, pero la obra islámica desapareció al convertirse en vía de acceso a la zona palatina en el periodo ducal. Actualmente, la puerta se conserva en los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla.
En Semana Santa, en esta puerta, a través de un estrecho camino entre altos muros, se pueden escuchar las moleeras, unas saetas cantadas a la virgen de la Soledad durante la madrugada del Sábado Santo. Una tradición que se inició en la época de los duques de Arcos, que solo dejaban que procesionara en esas celebraciones religiosas.
Era el único momento en que los fieles de la villa podían ver la imagen. Ante la puerta del Tiro se agrupaba el pueblo que, con sus saetas y con sus salves, hacía ralentizaba el caminar de la Virgen, consiguiendo así retrasar su entrada en el recinto del palacio.
Dice la tradición que por ese motivo el duque se quejaba de estar "molido" por tan larga espera; y de ahí surgió el nombre popular de las "moleeras" que desde entonces reciben estas saetas.
Después, la virgen regresaba a la iglesia de Santa María de la Mota, que se levanta sobre la antigua mezquita del alcázar. De estilo gótico mudéjar, fue concebida como capilla del antiguo alcázar y posteriormente sirvió de nexo entre los palacios de los Ponce de León y los duques de Arcos.
Este recorrido por el camino mozárabe de Santiago o camino vertical, a través de la campiña sevillana y la sierra sur, permite descubrir el rico patrimonio histórico, que resuena en las calles de estos tres municipios, forjado en el cruce de caminos y en la fusión de culturas.
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