3 posts de agosto 2009

¿Dónde está Clara Anahí?

Esta pregunta sin respuesta atormenta a la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani --conocida como Chicha-- desde hace más de 30 años.

El 24 de noviembre de 1976, un contingente de 200 policías y militares bajo las órdenes de los generales Camps y Suarez Mason, asaltaron una casa en la ciudad de La Plata, empleando tanquetas, helicópteros y bazookas, buscando una imprenta clandestina de la extrema izquierda peronista. Los uniformados asesinaron a la nuera de Chicha y secuestraron a su nieta de tres meses, Clara Anahí. Una práctica común en los centuriones del general Videla, que consideraban a los niños como botín de guerra. De una guerra sucia contra la subversión, que causó la desaparición de cerca de 30.000 detenidos.

Nunca más volvió a saberse de Clara Anahí, que desapareció entre las brumas de la dictadura militar, entre medio millar de niños arrebatados a sus madres, para ser entregadas a las esposas estériles de los verdugos castrenses o de sus cómplices civiles. La mayoría nacieron en cautividad, ya que los verdugos esperaban a que las prisioneras parieran antes de matarlas, para apoderarse de las criaturas. Pero también hubo niños --como Paula Logares, Carla Rutila Artés o la propia Clara Anahí-- que fueron secuestrados cuando tenían pocos meses.

Chicha Mariani había vivido siempre ajena a la política, casada con un músico y dedicada a la enseñanza. Pero el secuestro de su nieta Clara Anahí la llevó a fundar y presidir Abuelas de Plaza de Mayo. Y convirtió su vida en una búsqueda interminable, con profundas decepciones cada vez que creyó haber encontrado a su nieta y los análisis genéticos lo desmintieron. Su infatigable trabajo sirvió para localizar a decenas de hijos de desaparecidas, permitiéndoles recuperar sus identidades y conocer a sus verdaderas familias. Pero no para encontrar a Clara Anahí, que continúa viviendo envuelta en una trágica mentira. ¿Dónde está? ¿A quien fue entregada?

Días atrás, Chicha Mariani lanzó una nueva campaña , con una exposición y una serie de actos públicos. A la edad de 85 años, casi ciega, continúa buscando a su nieta. No ha perdido la esperanza de encontrarla, aunque sabe que le queda poco tiempo. Pero se muestra determinada a luchar hasta su último aliento: ‘No tengo derecho a morirme, no puedo morirme. Porque no me puedo ir, realmente no me puedo ir sin encontrar a Clara Anahí.’

Reportaje en Informe Semanal

Un vacío en el corazón

Durante varios días eché de menos la figura del gato --un gatazo soberbio, señorial-- sentado junto a la puerta de ‘El Palacio de la Pizza’, observando el transcurrir de la vida por la calle Corrientes. Sé desde hace tiempo que ese gato tiene el buen gusto de evitar al gentío y prefiere no salir durante las tardes y las noches, en las horas de mayor afluencia de parroquianos al popular bar/restaurante bonaerense. Pero nunca falta de su puesto a media mañana, cuando la clientela no tiene prisa y disfruta de la charla o la lectura saboreando un buen café. Finalmente pregunté por él a uno de los camareros.

-- ‘El gato está de luto’ --me explicó, con una sonrisa comprensiva-- ‘está muy triste desde que se murió su pareja; apenas come y no quiere salir de su cuarto, en el sótano. ¿Quiere usted pasar a verlo?’

No lo hice. Pensé que si el pobre animal carecía de ánimos para salir tampoco los tendría para recibir visitas.

-- ‘El veterinario ha dicho que no nos preocupemos y que respetemos su dolor. Yo no sabía que los gatos eran tan sentimentales’.

Yo sí. El amor, la felicidad, la complicidad y la ternura, como el dolor, el miedo, la tristeza o la angustia no son exclusivamente humanos. Nuestros sentimientos más nobles existen también en un gato o un perro, aunque algunos no quieran reconocerlo o no sepan valorarlo. Recuerdo la historia de amor que vivieron, a lo largo de ocho o nueve años, Lina y Lucky. Eran dos chuchos callejeros y fueron mis perros. Daba gusto ver cómo se querían, jugaban, compartían las cosas, se cuidaban y ayudaban. Cuando Lina murió, Lucky quedó sumido en una profunda tristeza. Por las noches evitaba la soledad, buscando compañía y consuelo humanos. Y ya dormido, temblaba y lloraba.

La soledad y el vacío sentimental son difícilmente soportables. Acaso los humanos seamos más capaces de objetivar la desdicha que los animales. Pero no me cabe duda de que ellos necesitan hacer el luto como nosotros.

La ciudad asustada

(Desde Buenos Aires)

La vida se normaliza y el miedo a la pandemia comienza a superarse. Pero durante semanas Buenos Aires ha sido una ciudad asustada, con la vida paralizada por el temor al contagio de la gripe A. El curso escolar --que se reanuda hoy-- quedó suspendido. Los teatros cerraron sus puertas. La Administración toleró, cuando no estimuló, el absentismo de los funcionarios. Y desde el gobierno se sugirió a las empresas privadas que hicieran lo mismo. Medidas absurdas, dictadas por un sentimiento común de inseguridad ante la amenaza del contagio. Ya sabemos lo que no tenemos que hacer cuando la llegada de los primeros fríos extienda el virus en España.

El miedo a veces resulta incontrolable. En ocasiones --como ahora en Argentina-- se aprende tarde a evitar sus consecuencias. Al cabo de un mes de angustias, los bonaerenses continúan mirando con desconfianza a quienes tosen en el metro o el autobús. Un simple estornudo causa el recelo de los vendedores en un comercio, o el cambio de fila de un vecino de asiento en el cine. Mucha gente continúa saliendo lo menos posible de su casa. Pero los argentinos hablan ya de otras cosas más que de la gripe A. Y han descubierto que ese es el mejor remedio contra el pánico. El gobierno también se ha dado cuenta. Primero, ocultó los datos de la epidemia por temor a su incidencia sobre unas elecciones que se anunciaban cruciales. Después, provocó el pánico al publicar de golpe unas cifras de enfermos y muertos más que alarmantes. Finalmente, ha dejado de facilitar estadísticas.

La gente ha acabado aceptando que un centenar de fallecidos y cien mil afectados --números discutibles y discutidos-- no significan una nueva peste. Aunque sea duro decirlo, se constata que el virus sólo mata a los más débiles. Es decir, que sobre todo se mueren los desamparados, aquellos a quienes la gripe A agrava otro padecimiento grave, los desnutridos y quienes carecen de atención médica. La enfermedad más grave es la pobreza, las carencias en que vive buena parte de la población argentina. Y que no sólo afecta al atrasado norte del país, sino que se extiende por las villas miseria del extrarradio bonaerense. Para impedir que el número de víctimas se incremente no basta con fármacos: harían falta medidas sociales.

Vicente Romero


Vicente Romero es uno de los reporteros más veteranos de TVE. Desde este blog cuenta sus viajes a los lugares donde viven los más desfavorecidos del mundo. Si hace falta izar una bandera de palabras para definir contenidos e intenciones, puede servir el verso de José Martí que da título a este blog.
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