2 posts de noviembre 2009

Niños sin derechos (desde Haití)

Josephine, con solo 47 meses de existencia, parece haber decidido que no le interesa lo poco que la vida puede ofrecerle. En brazos de su madre, rehúsa tragar la cucharada que una doctora le ofrece, en el centro de atención para niños desnutridos de Baïe d’Orange, en el olvidado sur haitiano.

Josephine nació ciega, con los ojos vacíos. No conoce la luz ni podrá ver la pobreza que rodea a su hogar, una choza en la falda de un monte, a cinco horas de caminata del modesto centro médico financiado por el Unicef, que constituye la única esperanza de vida para centenares de niños lastrados por el hambre.

Llegar a Baïe d’Orange requiere más de dos horas de viaje desde la ciudad de Jacmel, en un vehículo todoterreno capaz de cruzar torrenteras y trepar por escarpados caminos de tierra. Los cuatro huracanes que devastaron Haití --el último hace trece meses-- dejaron aislada esta región, donde la ayuda humanitaria llegó tarde y mal. Entonces murieron decenas de niños que, junto a los ancianos, son los elementos más frágiles de la sociedad. Ahora, cuando los medios de comunicación han dejado caer en el olvido aquella tragedia, como tantas otras que nos conmovieron poco tiempo atrás, la mayoría de los niños de la zona todavía sufren sus efectos. Y sus madres acuden en busca de los alimentos que no tienen, condenadas a depender de la magra limosna internacional.

El llanto mínimo de Josephine, con su cabecita negando la ayuda médica, me evocó otra imagen dolorosa que permanece clavada en mi memoria desde hace diez años: Kei, una niña sudanesa que conocí en un campamento de Bahr-el-Ghazal. Kei, en brazos de su madre como Josephine, también se negaba a tragar la papilla que le metían en la boca. Ya había cumplido tres años y aún tenía el tamaño de una criatura de siete u ocho meses. Con ojos de vieja miraba indiferente al vacío que la rodeaba. Parecía que no quisiera vivir, como si intuyera el futuro que la esperaba.

Josephine y Kei son dos nombres en la lista --que sería interminable y nunca ha sido elaborada-- de las víctimas infantiles del orden criminal del mundo. ¿Quién se atreve a explicarle a sus madres que estos días las Naciones Unidas celebran el vigésimo aniversario de la Declaración de Derechos del Niño?

(Las historias de Kei y Josephine forman parte de un reportaje que Informe Semanal ofrecerá el sábado 21 de noviembre.)

Obama, desilusión e impaciencia

Ha pasado un año desde que Obama se perfiló antes las urnas como una promesa de paz y de progreso. Figura contrapuesta al belicismo, al dogmatismo y a la mediocridad de George W. Bush, el mundo quiso encontrar en Obama algo más que un primer presidente negro. Y una opinión pública tan necesitada de sueños políticos como de líderes en los que creer, se embriagó de optimismo ante su victoria en las urnas.

Sin embargo, las esperanzas empiezan a desvanecerse. Sus grandes promesas, que se anunciaban de cumplimiento inmediato, han quedado diluidas o aplazadas. Y el popular yes, we can de la campaña electoral suena ya como una vieja canción nostálgica. Es cierto que nueve meses y medio en el poder representan un plazo demasiado breve para hacer balances categóricos. Pero sí permiten contrastar palabras y hechos con cierta perspectiva. Las encuestas aseguran que la popularidad de Obama ha descendido diez puntos. Y que el respaldo a su gestión, aun superando el 50 por 100, denota un creciente desencanto. La impaciencia crece entre los votantes demócratas más concienciados y, en general, en los sectores más liberales.

Parece que Obama ha tropezado con más dificultades y resistencias internas de las que esperaba. Pero resulta evidente que tampoco ha puesto demasiado empeño en forzar los límites reales del poder. Así, ha dedicado a los grandes bandidos de la banca privada más adjetivos duros que medidas eficaces para frenar el latrocinio financiero. Y ha puesto mayor empeño en salvar a los especuladores que en luchar contra las consecuencias sociales de la crisis por ellos provocada.

El gobierno de Obama ha conseguido que la Bolsa recupere el pulso y que algunos sectores económicos al borde de la quiebra --como la industria del automóvil-- vuelvan a ser rentables. Pero la creación de puestos de trabajo va mucho más lenta de lo deseable. Y en Wall Street siguen vigentes los despiadados usos que priman la obtención de beneficios sobre cualquier consideración ética, sin que se haya planteado la reforma de una normativa que permite los abusos y garantiza la impunidad.

Sería un logro histórico que Obama ganara la compleja batalla legislativa por la reforma de la Sanidad, que es su gran meta social, aun minimizando los daños para la poderosa industria privada de la enfermedad. En la política energética también se ralentizan los anhelados cambios, y se anuncia otra dura batalla en el Congreso frente al lobby petrolero. Los derechos humanos y los gestos formales son siempre la tela más asequible para que los políticos se vistan con elegancia. Así, Obama proscribió formalmente la tortura. Pero sus órdenes de cerrar las cárceles secretas de la CIA no implicaron que se revelara su emplazamiento ni él número, la identidad y el destino de sus prisioneros. Y Guantánamo sigue sin solución. Ya no se habla de guerra contra el terrorismo y el presidente rinde públicos honores a los caídos, tras levantar la censura que impuso Bush sobre las imágenes de ataúdes militares. Pero las decisiones sobre Afganistán se demoran mientras la situación empeora.

Las enormes expectativas que un año atrás concitó Obama se traducen hoy en dudas. Sin duda alguna su gestión de gobierno ya supone una importante mejora respecto a la de Bush, aunque solo sea porque --como decía Michael Ratner, presidente del Centro de Derechos Constitucionales-- ‘se comporta como un ser humano.’ Pero, un año después de su victoria electoral, el mayor cambio se limita todavía a ese nuevo talante político.

Vicente Romero


Vicente Romero es uno de los reporteros más veteranos de TVE. Desde este blog cuenta sus viajes a los lugares donde viven los más desfavorecidos del mundo. Si hace falta izar una bandera de palabras para definir contenidos e intenciones, puede servir el verso de José Martí que da título a este blog.
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