4 posts de septiembre 2010

Paseo por la miseria de Madrid

Jean Ziegler había venido a Madrid para promocionar su último libro ("El odio a Occidente", editado por Península) y llevaba todo el día de entrevistas. Mañana y tarde exponiendo a un periodista detrás de otro las razones que el mundo empobrecido tiene para odiar a las naciones enriquecidas a su costa, resulta un trabajo agotador. Más aún para un hombre de 76 años, por vigoroso, inagotable y lúcido que sea. Sin embargo, el maestro revolucionario no se conformó con que cenáramos en un restaurante tranquilo donde hilvanar la charla con otro viejo defensor de los desposeídos, el sacerdote Ángel Olaran.

Misionero en Wukro (Etiopía), uno de los lugares más pobres de África, Olaran acababa de llegar a su Hernani natal de vacaciones, y vino en autobús a Madrid para conocer a Ziegler. Tenían que encontrarse y hablar porque, desde hace tiempo, el cura y el ensayista tienen muchos puntos de vista comunes: si Ziegler asegura que un "niño que muere de hambre en este mundo sobrado de recursos es asesinado", Olaran denuncia que "el hambre es un genocidio organizado por los poderosos".

Pero no se conformaron con un debate académico en torno a una mesa. Y me pidieron que les mostrase los dos mayores nidos de miseria que hay en Madrid: el poblado de gitanos rumanos en El Gallinero y, muy cerca, el supermercado de la droga en la Cañada Real. Así que allá nos fuimos, a las nueve y media de la noche, llevando como guía a Javi Baeza, cura de la iglesia vallecana de San Carlos Borromeo.

Durante largo rato, recorrimos esos infiernos urbanos que se ocultan a sólo diez minutos en coche del centro de Madrid. Entramos en las casas de cartón y tablas, hablamos con sus gentes y escuchamos sus testimonios sobre la prepotencia policial. Finalmente asistimos de cerca al impune mercadeo de la droga y al consumo desesperado de sus víctimas ante la pasividad de tres coches patrulla de la Policía Nacional. Baeza aportaba datos y nos presentaba gentes.

Ziegler no paraba de repetir una palabra: ‘increíble’. Olaran reflexionaba comparando esta desgarradora miseria en Europa con la que conoce y combate en Etiopía. La visita fue un acto de coherencia de los tres. Porque Ziegler no abandona su lucha como Vicepresidente del Consejo Asesor de Derechos Humanos de Naciones Unidas cuando acaba el horario laboral de los funcionarios internacionales. Y Olaran y Baeza tampoco conocen horas libres para hacer dejación de sus convicciones, de su profunda conciencia cristiana.

El improvisado recorrido nocturno no se hizo para la prensa. No hubo una sola cámara. Se supo porque al día siguiente Toni Garrido --a quien se lo contamos como amigo-- se empeñó en que habláramos de ello en Asuntos propios cuando entrevistó a Jean Ziegler sobre su libro. Hizo bien.

La actitud de los dos curas y el ensayista es todo un ejemplo en estos días difíciles que atravesamos. En estos meses de retrocesos sociales, en estos años de deterioro de la democracia, conviene mirar hacia adentro, a lo que se esconde a nuestro alrededor, para no perder de vista la realidad profunda del sistema criminal que rige nuestras vidas. Sobretodo cuando Sarkozy expulsa despiadadamente a los gitanos rumanos de Francia, sin que importe que sean ciudadanos europeos como ha señalado Javier Solana. Y, ¡ay!, cuando Zapatero le brinda su apoyo por "razones de estado".

La utopía de 2015

Diez años atrás, la Asamblea General de la ONU fijó los llamados ocho objetivos del milenio. La declaración, suscrita por 147 jefes de estado o de gobierno, expresaba un ideal común que representaba el mayor reto colectivo de la Historia: erradicar o reducir las principales lacras sociales del planeta en el plazo de 15 años. Acabábamos de cruzar la frontera del año 2000 y a los ancestrales temores ante un cambio de milenio sucedía una utopía colectiva. Los objetivos del milenio constituían casi un primer programa político universal con unas metas concretas y una fecha precisa para su realización: el año 2015.

Ahora, al cabo de una década, la Asamblea General vuelve a reunirse para hacer balance en un ambiente de preocupación. Porque aquel sueño parece inalcanzable y puede acabar en un dramático fracaso. Las estadísticas son tan frías como tozudas. Por mucho que se trate de maquillar los informes --por ejemplo, extendiendo los plazos de análisis comparativos hasta 1990-- resulta evidente que el mundo no ha mejorado e incluso que sus problemas son más graves que en septiembre de 2000. Además, algunos datos esperanzadores son equívocos. Juan A. Gimeno, patrono de Economistas Sin Fronteras, explica lo engañoso de las cifras poniendo como ejemplo que ‘el incremento de actividad y de renta en China aparenta que se elimine la pobreza en el mundo, cuando en realidad sólo indica que China avanza pero no otros países.’

Frente al desánimo causado por los informes de las propias agencias de la ONU, los dirigentes políticos insisten en difundir un mensaje esperanzador. Lo enuncia así Soraya Rodríguez, Secretaria de Estado de Cooperación: ‘Deberíamos estar a tiempo de conseguir que esta agenda mínima de desarrollo no se convirtiera en el 2015 en un gran fracaso de la comunidad internacional. Y esta es la última oportunidad de poner en marcha medidas y planes de acción efectivos para conseguir sino todos, algunos objetivos de desarrollo.’

¿Estamos a tiempo? ¿Pueden aún cumplirse --en sólo cinco años-- los objetivos del milenio cuando el mundo se encuentra en una situación social peor que en 2000? No parece haber lugar para el optimismo ni siquiera donde los balances son menos malos. Así, se han logrado avances en materia de enseñanza, pero la meta de una educación primaria universal resulta inalcanzable. Lo mismo ocurre con la mortandad infantil, cuyas cifras continúan siendo inaceptables aunque se hayan reducido: en África uno de cada siete niños no llega a cumplir los cinco años de vida. Y el 43 por 100 de las muertes infantiles se deben a enfermedades curables como la diarrea, la neumonía o la malaria.

Desde dentro de las Naciones Unidas, Jean Ziegler (que durante ocho años fue Alto Comisionado de Alimentación y ahora es vicepresidente del Consejo Asesor de Derechos Humanos) cita resultados demoledores: ‘Hace 3 años, 750 millones de personas estaban gravemente subalimentadas. Dos años después eran 860 millones. Y en 2010 ya son más de mil millones. Dos mil millones de personas no tenían acceso regular al agua potable en el año 2000, y hoy son 2,9 mil millones. En todos los objetivos del milenio las cifras que deben indicar progreso o regresión indican regresión.’

Otro factor que incita al pesimismo es el efecto devastador que la crisis económica ha tenido sobre los fondos dedicados a la ayuda humanitaria y al desarrollo. Según el Banco Mundial, el desplome de los mercados financieros en 2008 ha hecho que aumente en 64 millones el número de pobres. Además, grupos de capital especulativo se refugiaron en la Bolsa de Chicago, causando un alza de precios dramática para muchos países amenazados por las hambrunas.

Es imposible no estar de acuerdo con Soraya Rodríguez cuando afirma que ante el ‘déficit presupuestario de financiación para el desarrollo, estimado entre 300 mil o 350 mil millones de dólares anuales, tenemos la obligación de buscar financiación adicional, allí donde se genera una importante cantidad de riqueza y donde existe una muy baja imposición de esa riqueza.’ Pero, ¿cómo conseguir esa financiación? Juan Gimeno señala que ‘de la crisis deberíamos haber aprendido que tenía que existir un control de la especulación financiera’. ¿Quién puede ponerle el cascabel del control al gato salvaje de las grandes corporaciones? No existe un poder capaz de imponerles no ya la voluntad ciudadana sino la ética más elemental.

Marina Ponti, responsable europea de la campaña de relanzamiento de los objetivos del milenio, marca los límites políticos: ‘las decisiones que se toman en las Naciones Unidas no se pueden imponer; en sus sesiones participan ministros de Exteriores, de Educación o de Sanidad, pero no ministros de economía ni de Comercio o Industria; he ahí la gran debilidad.’ Lo cierto es tampoco esos ministros ausentes podrían cambiar las estructuras del poder económico global. Ziegler lo denuncia sin ambages: ‘Las Naciones Unidas que están encargadas del bien común por la voluntad del pueblo, no tienen el poder de imponer ese bien común a los verdaderos amos del mundo, que son las sociedades multinacionales. La Banca Mundial en su informe de 2009 dice que las 500 mayores sociedades multinacionales de todos los sectores, privadas, controlaron el año pasado 52,8 por 100 del producto mundial bruto. Hay una violencia estructural en esta dictadura mundial del capital financiero y las Naciones Unidas no han conseguido quebrar esa lógica. Peor aún, hay cierto número de organizaciones que pertenecen a las Naciones Unidas, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, o asociadas como la Organización Mundial del Comercio, que son sociedades mercenarias, pura y simplemente, de las grandes multinacionales que dominan el planeta. Y producen una estrategia permanente a favor de la privatización, de todos los bienes públicos. Pongo el ejemplo del agua potable. La Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial, dicen que el agua potable es un bien privado y no un bien público. Y no existe un derecho humano al agua.

Las preguntas que surgen son tan elementales como evidentes las respuestas: ¿Se puede acabar con el hambre sin impedir la especulación financiera sobre los alimentos básicos en la Bolsa de Chicago? ¿Se puede ser eficaz en Salud sin romper la normativa de patentes que impide a multitudes enfermas acceder a medicamentos de última generación en beneficio de las grandes empresas farmacéuticas? ¿Qué se puede esperar de un Banco Mundial cuyo proyecto más costoso en África ha sido un oleoducto para que las multinacionales petroleras se lleven el crudo de Chad, mientras niega desde hace años unos fondos relativamente modestos para irrigar el sur de Níger y conjurar una constante amenaza de hambruna?

‘Para conseguir objetivos claros en el avance de la lucha contra la pobreza, la miseria y la exclusión social, hacen falta políticas adecuadas que reconozcan los derechos políticos, sociales y económicos de los ciudadanos’, insiste Soraya Rodríguez. Lo grave es que cualquier medida eficaz --o sea drástica y urgente-- votada por la Asamblea General de la ONU sería vetada por los verdaderos amos del mundo. Sus representantes ya lo han hecho saber. Los Estados Unidos de Norteamérica han dejado claro que cualquier reforma que amenace al status quo económico implicaría una congelación de los fondos que aportan a la ONU, imprescindibles para su funcionamiento.

Torturar a un toro hasta matarlo

Eso es lo que han hecho --un año más, otra vergüenza más-- en Tordesillas. Llaman fiesta a lo que es salvajismo. Pretenden disfrazar de tradición lo que tan solo es barbarie. A todos nos da pena de ese pobre toro acosado, sometido a cuchilladas y lanzazos, intentando inútilmente escapar, aterrado. Pero también son merecedores de lástima sus verdugos y cuantos se divierten ejerciendo una violencia gratuita contra un animal indefenso. Además de repugnancia, inspiran lástima por el modo en que degradan su condición humana, lástima por su falta de conciencia cívica, lástima porque no se dan cuenta del rechazo que generan en todo el mundo contra ellos mismos, contra su pueblo, contra nuestro país. Tordesillas ocupa cada año la misma picota grotesca en los medios de comunicación españoles y extranjeros. ¿Un rescoldo de la España atrasada, embrutecida y cruel? Hay que proclamar que los españoles no somos como esas pobres gentes de Tordesillas, protagonistas de un acto sanguinario... que nadie prohíbe, por cierto. La falta de sensibilidad de nuestra clase política es clamorosa. Otra vergüenza.

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Maestro Manu

Este maravilloso oficio del periodismo está poblado --más que muchos otros-- de envidias, soberbias y maledicencias. Es raro que todos coincidamos en admirar, querer y ensalzar a uno de nuestros colegas. Sin embargo es lo que ocurre con Manu Leguineche. O mejor, con Manu, a secas. Porque, como ha dicho Juan Cruz, no hace falta ponerle el apellido. Con escribir Manu basta para que todos sepamos de quien hablamos. Y hablamos siempre bien.

A Manu los periodistas, especialmente sus colegas los enviados especiales, no solo lo reconocemos como un maestro sino que lo sentimos como un amigo. Hace ya tiempo que la enfermedad le impide viajar y escribir, incluso leer; y que permanece confinado en su casa de Brihuega, recibiendo el cariño de los amigos que constantemente acuden a visitarle. Todos sabemos que no volverá a deleitarnos con sus crónicas y libros, pero seguimos considerándolo el mejor de nosotros, el jefe de la tribu, como él llamó en una novela a sus compañeros de oficio.

Dentro de pocos días, Manu recibirá otro de los muchos importantes galardones que han jalonado su carrera: el Luca de Tena, concedido por el diario ABC. Y ayer se fallaba el primer Premio Internacional de Periodismo Manu Leguineche. (En el jurado debatimos quién emulaba sus valores profesionales y humanos. Y optamos por la periodista mexicana Lydia Cacho.) Ambos premios sirven para reafirmar que la figura ejemplar de Manu sigue presente en las redacciones, aunque su cuerpo flaquee atado a una silla de ruedas.

La semana pasada lo vimos en el Telediario de Pepa Bueno, sentado junto a otros dos viejos leones del periodismo de acción: Diego Carcedo y Evaristo Canete. En torno a unos vasos de buen vino, los tres rememoraban ante la cámara algunos de los momentos más intensos que les tocó vivir. Al cabo de los años se recuerdan con nostalgia incluso las situaciones más dramáticas. Y Manu añoraba los días lejanos de la guerra de Argelia, la primera que contó a sus lectores, cuando sólo tenía diecinueve años.

Diego Carcedo, con quien Manu y yo coincidimos en tantos escenarios turbulentos desde la guerra de Vietnam, le preguntó por una de sus pasiones:

-- ¿Qué tal el mus?

-- Es un asunto del pasado.- respondió con una sonrisa.

La vida entera es un asunto del pasado. Lo pasado, las huellas de lo vivido, es lo único cierto. Manu ya tampoco puede jugar a las cartas. Pero tiene la memoria llena de experiencias imborrables. Y cada noche las evoca en soledad. Quienes lo cuidan cuentan que sueña mucho. Y que a veces se despierta hablando de los lugares a donde ha vuelto. Sitios que en su mente siguen siendo como fueron y continúan habitados por las mismas gentes. Por fortuna, sus amigos aún podemos compartir esos recuerdos en momentos de charla. Y sus muchos lectores, en el medio centenar de libros que el maestro Manu tiene publicados.

Vicente Romero


Vicente Romero es uno de los reporteros más veteranos de TVE. Desde este blog cuenta sus viajes a los lugares donde viven los más desfavorecidos del mundo. Si hace falta izar una bandera de palabras para definir contenidos e intenciones, puede servir el verso de José Martí que da título a este blog.
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