Diez años atrás, la Asamblea General de la ONU fijó los llamados ocho objetivos del milenio. La declaración, suscrita por 147 jefes de estado o de gobierno, expresaba un ideal común que representaba el mayor reto colectivo de la Historia: erradicar o reducir las principales lacras sociales del planeta en el plazo de 15 años. Acabábamos de cruzar la frontera del año 2000 y a los ancestrales temores ante un cambio de milenio sucedía una utopía colectiva. Los objetivos del milenio constituían casi un primer programa político universal con unas metas concretas y una fecha precisa para su realización: el año 2015.
Ahora, al cabo de una década, la Asamblea General vuelve a reunirse para hacer balance en un ambiente de preocupación. Porque aquel sueño parece inalcanzable y puede acabar en un dramático fracaso. Las estadísticas son tan frías como tozudas. Por mucho que se trate de maquillar los informes --por ejemplo, extendiendo los plazos de análisis comparativos hasta 1990-- resulta evidente que el mundo no ha mejorado e incluso que sus problemas son más graves que en septiembre de 2000. Además, algunos datos esperanzadores son equívocos. Juan A. Gimeno, patrono de Economistas Sin Fronteras, explica lo engañoso de las cifras poniendo como ejemplo que ‘el incremento de actividad y de renta en China aparenta que se elimine la pobreza en el mundo, cuando en realidad sólo indica que China avanza pero no otros países.’
Frente al desánimo causado por los informes de las propias agencias de la ONU, los dirigentes políticos insisten en difundir un mensaje esperanzador. Lo enuncia así Soraya Rodríguez, Secretaria de Estado de Cooperación: ‘Deberíamos estar a tiempo de conseguir que esta agenda mínima de desarrollo no se convirtiera en el 2015 en un gran fracaso de la comunidad internacional. Y esta es la última oportunidad de poner en marcha medidas y planes de acción efectivos para conseguir sino todos, algunos objetivos de desarrollo.’
¿Estamos a tiempo? ¿Pueden aún cumplirse --en sólo cinco años-- los objetivos del milenio cuando el mundo se encuentra en una situación social peor que en 2000? No parece haber lugar para el optimismo ni siquiera donde los balances son menos malos. Así, se han logrado avances en materia de enseñanza, pero la meta de una educación primaria universal resulta inalcanzable. Lo mismo ocurre con la mortandad infantil, cuyas cifras continúan siendo inaceptables aunque se hayan reducido: en África uno de cada siete niños no llega a cumplir los cinco años de vida. Y el 43 por 100 de las muertes infantiles se deben a enfermedades curables como la diarrea, la neumonía o la malaria.
Desde dentro de las Naciones Unidas, Jean Ziegler (que durante ocho años fue Alto Comisionado de Alimentación y ahora es vicepresidente del Consejo Asesor de Derechos Humanos) cita resultados demoledores: ‘Hace 3 años, 750 millones de personas estaban gravemente subalimentadas. Dos años después eran 860 millones. Y en 2010 ya son más de mil millones. Dos mil millones de personas no tenían acceso regular al agua potable en el año 2000, y hoy son 2,9 mil millones. En todos los objetivos del milenio las cifras que deben indicar progreso o regresión indican regresión.’
Otro factor que incita al pesimismo es el efecto devastador que la crisis económica ha tenido sobre los fondos dedicados a la ayuda humanitaria y al desarrollo. Según el Banco Mundial, el desplome de los mercados financieros en 2008 ha hecho que aumente en 64 millones el número de pobres. Además, grupos de capital especulativo se refugiaron en la Bolsa de Chicago, causando un alza de precios dramática para muchos países amenazados por las hambrunas.
Es imposible no estar de acuerdo con Soraya Rodríguez cuando afirma que ante el ‘déficit presupuestario de financiación para el desarrollo, estimado entre 300 mil o 350 mil millones de dólares anuales, tenemos la obligación de buscar financiación adicional, allí donde se genera una importante cantidad de riqueza y donde existe una muy baja imposición de esa riqueza.’ Pero, ¿cómo conseguir esa financiación? Juan Gimeno señala que ‘de la crisis deberíamos haber aprendido que tenía que existir un control de la especulación financiera’. ¿Quién puede ponerle el cascabel del control al gato salvaje de las grandes corporaciones? No existe un poder capaz de imponerles no ya la voluntad ciudadana sino la ética más elemental.
Marina Ponti, responsable europea de la campaña de relanzamiento de los objetivos del milenio, marca los límites políticos: ‘las decisiones que se toman en las Naciones Unidas no se pueden imponer; en sus sesiones participan ministros de Exteriores, de Educación o de Sanidad, pero no ministros de economía ni de Comercio o Industria; he ahí la gran debilidad.’ Lo cierto es tampoco esos ministros ausentes podrían cambiar las estructuras del poder económico global. Ziegler lo denuncia sin ambages: ‘Las Naciones Unidas que están encargadas del bien común por la voluntad del pueblo, no tienen el poder de imponer ese bien común a los verdaderos amos del mundo, que son las sociedades multinacionales. La Banca Mundial en su informe de 2009 dice que las 500 mayores sociedades multinacionales de todos los sectores, privadas, controlaron el año pasado 52,8 por 100 del producto mundial bruto. Hay una violencia estructural en esta dictadura mundial del capital financiero y las Naciones Unidas no han conseguido quebrar esa lógica. Peor aún, hay cierto número de organizaciones que pertenecen a las Naciones Unidas, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, o asociadas como la Organización Mundial del Comercio, que son sociedades mercenarias, pura y simplemente, de las grandes multinacionales que dominan el planeta. Y producen una estrategia permanente a favor de la privatización, de todos los bienes públicos. Pongo el ejemplo del agua potable. La Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial, dicen que el agua potable es un bien privado y no un bien público. Y no existe un derecho humano al agua.
Las preguntas que surgen son tan elementales como evidentes las respuestas: ¿Se puede acabar con el hambre sin impedir la especulación financiera sobre los alimentos básicos en la Bolsa de Chicago? ¿Se puede ser eficaz en Salud sin romper la normativa de patentes que impide a multitudes enfermas acceder a medicamentos de última generación en beneficio de las grandes empresas farmacéuticas? ¿Qué se puede esperar de un Banco Mundial cuyo proyecto más costoso en África ha sido un oleoducto para que las multinacionales petroleras se lleven el crudo de Chad, mientras niega desde hace años unos fondos relativamente modestos para irrigar el sur de Níger y conjurar una constante amenaza de hambruna?
‘Para conseguir objetivos claros en el avance de la lucha contra la pobreza, la miseria y la exclusión social, hacen falta políticas adecuadas que reconozcan los derechos políticos, sociales y económicos de los ciudadanos’, insiste Soraya Rodríguez. Lo grave es que cualquier medida eficaz --o sea drástica y urgente-- votada por la Asamblea General de la ONU sería vetada por los verdaderos amos del mundo. Sus representantes ya lo han hecho saber. Los Estados Unidos de Norteamérica han dejado claro que cualquier reforma que amenace al status quo económico implicaría una congelación de los fondos que aportan a la ONU, imprescindibles para su funcionamiento.