(Desde Buenos Aires)
Los norteamericanos lo denominan infortainment, un horrible palabro híbrido de information y entertainment. Suele traducirse como infoespectáculo: la utilización de las noticias como materia de diversión. Una de las perversiones mayores y más frecuentes del periodismo actual, que reduce un tema de actualidad a materia prima para la fabricación de telebasura. El tratamiento de la tragedia de los mineros en Chile constituye el mejor ejemplo de infortainment, perfeccionado al máximo y de masivo consumo mundial. La realidad contada como una película, con todos los elementos comerciales: tensión mantenida, angustia creciente, variedad de tipos humanos, evolución socialmente gratificante y final feliz. Pero no es solo eso.
Porque, para garantizar el éxito mundial, los distribuidores de esta superproducción de infoespectáculo se han esforzado --siguiendo los usos de Hollywood-- en depurar sus elementos políticamente más inquietantes. Desde el principio tuvieron claro que la tragedia sería más universal, conmovería a un público consumidor más amplio, si se silenciaban o eliminaban algunos datos polémicos. Tres de ellos resultan fundamentales para una valoración correcta de la situación vivida por los mineros chilenos. Pero la regla básica del infortainment establece que los espectadores no tienen que entender sino limitarse a sentir. Y sus sentimientos deben de ser elementales, sin turbiedades políticas.
Sin embargo lo más interesante de esta tragedia con final feliz está, precisamente, en los elementos políticos que la enturbian. El primero es el contexto histórico de las luchas obreras chilenas. Tras el golpe militar de septiembre de 1973, Pinochet castigó duramente a los mineros, que habían apoyado activamente a la Unidad Popular del derrocado Salvador Allende. La llamada caravana de la muerte, dirigida por el general Sergio Arellano Stark, asesinó a 16 de sus 96 víctimas en el mismo escenario del actual salvamento retransmitido en directo. La dictadura militar privó a los mineros de los derechos laborales que habían conquistado, y permitió que las empresas endurecieran su explotación, entre otras cosas empobreciendo las condiciones de seguridad en el trabajo.
El segundo elemento silenciado por los medios especializados en infoespectáculos es la historia política de Luís Urzúa, el líder de los mineros tan alabado por su templanza y coraje. Huérfano, su padrastro --Benito Tapia, dirigente sindical y militante socialista-- fue uno de los 16 presos políticos asesinados en Copiapó por la caravana de la muerte. Eso obligó a que Luís, muy joven todavía, tuviera que trabajar para hacerse cargo de su madre y sus seis hermanos. Así se forjó su carácter.
El tercer y último elemento es también de índole político/familiar. Piñeira, el presidente chileno mil veces fotografiado recibiendo a sus mineros rescatados, no sólo es uno de los hombres más enriquecidos del mundo (ocupa el puesto 433 en la lista de Forbes), sino que pertenece a una familia muy significada entre la oligarquía pinochetista. Y uno de sus hermanos, José Piñera, fue el ministro de minería que, durante la dictadura, se ocupó de desarrollar el marco regulador de las explotaciones mineras y la privatización de los yacimientos, además de mantener a raya a sus combativos trabajadores.
Pero nada de eso interesa. Solo cuenta la emoción primaria ante el regreso a la vida de 33 hombres atrapados bajo tierra. No importa si su vida es una mala vida ni quienes son los responsables de que así sea. ¡Que siga el infoespectáculo, a la mayor gloria de los índices de audiencia y las tarifas publicitarias.