Basureros sin fronteras
Las instalaciones de las organizaciones de ayuda humanitaria en Puerto Príncipe están rodeadas de gigantescos montones de basura. Ambulatorios, comedores infantiles, colegios... todos tienen en común la vecindad de desperdicios orgánicos que nadie se ocupa de retirar, o de aguas negras que escapan de una red de colectores obstruidos desde hace años. La capital de Haití es un inmenso estercolero, una constelación de focos infecciosos, una gigantesca colmena de nidos de ratas.
A escasos metros de un centro de atención a niños desnutridos en el barrio de Champ Aviation, una legión de ratas rebusca entre la basura. Pediatras, enfermeros y funcionarios internacionales aparentan desconocer su existencia. Será que su trabajo empieza y termina en la puerta del barracón donde pesan, miden, alimentan y vacunan a las criaturas del barrio. (Por cierto, sin aprovechar la ocasión para higienizarlas) ¿Termina también su responsabilidad cuando los desvalidos cruzan esa frontera y regresan al infierno donde malviven? La cámara de Buscamundos filmó a una madre que acababa de salir con su hijo de pocos meses y lo puso a defecar en el suelo, a un par de metros escasos de la puerta. Para limpiarlo empleó uno de los guantes utilizados y desechado por los enfermeros, que extrajo del cubo de basura del ambulatorio. Cubo que nadie había precintado, pese a contener residuos sanitarios, envases médicos y jeringuillas.
La basura forma parte del paisaje. Los cooperantes parecen haberse acostumbrado a convivir con ella y efectúan su trabajo como si no despreocupase su agobiante presencia. Pese a la incontestable evidencia de que la falta de higiene es la raíz de numerosas enfermedades, las ONG no se han planteado su urgencia ni han sabido articular una respuesta eficaz. Durante los últimos meses, la actividad de palas mecánicas y camiones ha logrado escombrar gran parte de los edificios derribados por el terremoto, dejando calles y solares limpios de cascotes. Sin embargo no se han llevado las montañas de basura. No estaba previsto hacerlo.
Desde que Bernard Kouchner tuvo el acierto de apellidar Sin Fronteras a la organización de ayuda médica que había fundado, numerosas ONG han adoptado el mismo nombre para definir su voluntad internacionalista: Farmacéuticos Sin Fronteras, Veterinarios Sin Fronteras, Bomberos Sin Fronteras, Payasos sin Fronteras y un largo etcétera en el que figuran incontables especialidades y ámbitos de acción. Falta, sin embargo, una: Basureros Sin Fronteras.
Porque tampoco bastaría con retirar los residuos. Sería como limitarse a cambiarlos de sitio. Hacen falta especialistas en la gestión de los desperdicios. Y hay que crear una mínima estructura para deshacerse racionalmente de la basura. Para evitar que contamine y para reciclarla en la medida de lo posible. Todo ello requiere planes específicos, medios, personal y presupuestos.
Si no fuera por la descoordinación entre las grandes agencias de Naciones Unidas, cabría esperar que articularan un servicio común de recogida y eliminación de basuras que invaden los barrios donde trabajan, amenazando la precaria salud de sus habitantes. Lo grave es que ninguna de ellas, por separado, trate de paliar la suciedad que rodea a sus propias instalaciones.