El peligro amarillo
(Desde Hong Kong)
En los tenderetes del Cat Market, junto al mítico bar inexistente de Suzie Wong, se liquidan los restos icónicos de la revolución cultural: efigies de Mao, retratos de la banda de los cuatro, pósteres de campesinos y obreros entusiasmados, relojes con el rostro impasible del Gran Timonel y sus brazos como manecillas, cuya alarma ponía fin al sueño revolucionario convertido en pesadilla. Y cerámicas de escenas ejemplares, que reflejan los peores momentos de aquella tragedia social, con burgueses arrodillados, bajo las botas de los guardias rojos, y sus faltas escritas en cartelones colgando del cuello. Recuerdos de un pasado doloroso, aún cercano, convertidos en souvenirs turísticos, que compran los privilegiados herederos de quienes derrotaron políticamente al comunismo más radical y supieron convertirlo en aliado del capitalismo.
Cincuenta años atrás se acuñó la expresión peligro amarillo, para referirse a una supuesta amenaza china, basada tanto en el crecimiento del país más poblado del mundo como en el enloquecimiento del maoísmo. No duró mucho. La absurda revolución cultural fue efímera. Se impuso el ancestral pragmatismo chino. La diplomacia del ping-pong inició un entendimiento entre Washington y Pekín. Y el coloso chino fue, poco a poco, aceptando las leyes implacables del mercado y la moral de conveniencia de sus antiguos enemigos. Hoy, la China e piú vicina que nunca.
El peligro amarillo no dejó de existir. Simplemente se transformó. Y es más grave que nunca. El comunismo se desvaneció. Sus ideales, excesos, avances, crímenes y logros forman parte de un pasado convulso, definitivamente muerto y sepultado en la Historia. Pero el sistema híbrido que lo ha reemplazado representa una amenaza mucho más real. Las prácticas despiadadas del capitalcomunismo se ciernen sobre nosotros. Un nuevo modo de producción asiático intenta imponerse como modelo universal, mediante una renovada versión de las formas de explotación laboral, y sobre la falta de esperanzas políticas. Los recortes, impuestos por el gobierno invisible de las grandes corporaciones financieras, conducen a un retroceso social mundial, desmantelando las principales conquistas políticas del siglo XX.
Hong Kong, que Milton Friedman señaló como paradigma del capitalismo triunfante durante los últimos años del dominio colonial británico, también hoy puede servir de ejemplo. Tras su esplendor económico se ocultan las últimas consecuencias del nuevo modo de producción asiático/universal. Basta con entrar en los talleres y hablar con los obreros, sorteando a los vigilantes. O con visitar las viviendas humildes de Mong Kok, donde los más desamparados se hacinan en las casas/caja. En una de ellas, un anciano llamado Wu, me invitó a una taza de té, en los cuatro metros cuadrados del hogar que compartía con su esposa y su hija: una litera, tres banquetas, un cajón para guardar la ropa, un retrete sin puertas y una cocina comunes al final del pasillo, formaban el escenario final de una vida de interminables jornadas de trabajo. Nadie mejor que él para exponer en qué consiste el renovado peligro amarillo.
Nunca di crédito a los afamados adivinadores del porvenir de Temple Street. Pero ahora empiezan a causarme miedo, porque acaso puedan ver nuestro futuro mirando a su alrededor. Aunque el oráculo más claro y alarmante esté en las bolsas de valores --los únicos valores por los que aún se muere y se mata-- y los criminales designios de sus principales gestores.