¿A quién le importa Somalia?
Doce millones de personas sufren las consecuencias de una gravísima hambruna que afecta a territorios de Kenya, Etiopía y Yibuti. Pero, sobre todo al centro y sur de Somalia, donde la peor sequía que se recuerda se ha visto agravada por las consecuencias de la guerra, ante la pasividad indiferente de las grandes potencias económicas.
El mundo enriquecido no quiso impedir esta inmensa tragedia e ignoró las voces que la anunciaban desde hace más de ocho meses. Primero, las instituciones económicas mundiales permanecieron impasibles ante el gravísimo deterioro de las condiciones de vida en la región, a causa de la peor sequía de las últimas seis décadas. Después, a comienzos de este año, las Naciones Unidas tampoco supieron reaccionar ante la llegada diaria a Kenya de unos 15.000 fugitivos somalíes, en busca de de agua y comida. Finalmente, los estados más poderosos --pendientes sólo de la crisis financiera-- tardaron demasiado tiempo en reconocer la gravedad de la situación. El pasado 21 de julio se declaró la hambruna en dos zonas de Somalia. La ONU elevó los fondos de ayuda humanitaria hasta los 2.480 millones de dólares. Pero solo ha conseguido recaudar poco más de la mitad. Y la situación continúa agravándose.
En Somalia hace años que desapareció el estado. Un gobierno sin autoridad, instalado por las tropas etíopes, combate contra un mosaico de milicias islámicas, próximas a Al Qaeda. Los rebeldes --que controlan las zonas más castigadas por la hambruna-- rechazan con violencia el auxilio extranjero. Pero no son los únicos que han actuado de forma despiadada. Barack Obama obstaculizó durante un tiempo crucial (desde abril de 2010 hasta comienzos de este mes) que la ayuda humanitaria llegara a las zonas controladas por los islamistas radicales.
Hacía casi veinte años que no se declaraba una hambruna. Para que se emplee el término hambruna tienen que darse condiciones tan extremas como que el 30 por 100 de los niños sufra desnutrición aguda, y fallezcan dos adultos o cuatro niños por cada 10.000 habitantes. En esta crisis se están rebasando esas cifras y en algunos sitios --como la localidad etíope de Dollo Ado-- se han contabilizado más de siete muertes diarias. ¿A quien le importa? Este drama colosal permanece silenciado, casi olvidado por los medios de comunicación, sin que provoque el escándalo moral de otros desastres anteriores.
Unicef denuncia que más de dos millones de niños sufren las consecuencias del hambre y 600.000 se encuentran en alto riesgo. Sin embargo, todavía no conocemos la peor cara del desastre. Porque la mayoría de las imágenes que nos llegan están rodadas en los campos de refugiados de Kenya, donde las víctimas de la hambruna ya reciben cuidados. Pero en las zonas más profundas de Somalia ni siquiera hay quien cuente a los muertos ni levante acta del sufrimiento de millones de olvidados.
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