Hace poco recibí un correo con la (supuesta) despedida de Gabriel García Márquez. Comienza así:
"Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo (…) Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que les ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos (...)”
Estas palabras son a Gabo lo que un pez a una castaña. Tan falsa como la famosa cita atribuida a Borges: "Si pudiera vivir nuevamente mi vida, trataría de cometer más errores (…)". Hay puñados de citas famosísimas falsamente atribuidas. ¡Hasta el "elemental, querido Watson" podría ser falso! No somos nada.
Una de las citas más populares, que no sólo aparece en contextos "New Age" y camisetas sino también en manuales de negocios y libros de historia pertenece a Nelson Mandela, que supuestamente la pronunció en Cape Town en 1994 como presidente electo de Sudáfrica:
“Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres tú para no serlo? Eres hijo del universo. El hecho de jugar a ser pequeño no sirve al mundo. No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras. Nacemos para hacer manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros. No solamente algunos de nosotros: Está dentro de todos y cada uno. Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite”.
Como señala el profesor de literatura Brian Morton, no es que Mandela no haya dicho nunca esas palabras; “es que es absurdo imaginárselo”. Mandela acababa por aquel entonces de sacar a su país del horror del apartheid y tenía por delante enormes retos, recuerda Morton. En este contexto, ¿realmente se habría centrado en la importancia de ser “brillantes y fabulosos”?.
La Fundación Nelson Mandela confirmó en 2007 que nunca pronunció esas palabras, pese a lo cual continúan utilizándose. Pertenecen, en realidad, a la poetisa Marianne Williamson. Pero, como señala el columnista Oliver Burkeman, queda muy bien citar a Mandela.
Tanto como a Gandhi, en sus archiconocidas palabras: “Sé el cambio que deseas ver en el mundo”. O a Thoreau: “Dirígete con confianza en la dirección de tus sueños”.
Pero ni uno ni otro pronunciaron esas frases. Al menos, no con esas palabras.
La frase que escribió Thoreau en su “Walden” es bastante más compleja y sutil. En el caso de Gandhi, cambia algo más que la sintaxis: “sugiere que tus responsabilidades comienzan y terminan con tu propio comportamiento. Es apolítico, y un poco petulante”, dice Morton, que indica que no hay pruebas documentales de que Gandhi haya pronunciado esas palabras.
Lo más cercano, de acuerdo con el profesor, es esto: “Si pudiéramos cambiarnos a nosotros mismos, las tendencias en el mundo también podrían cambiar. Tal y como un hombre es capaz de transformar su propia naturaleza, también cambia la actitud del mundo hacia él. No necesitamos esperar a ver lo que hacen los demás”.
Gandhi, recuerda Morton, insiste en que la transformación personal y la social han de ir de la mano; nunca dice que baste con el cambio del individuo. Todo lo contrario. En su lucha por un mundo mejor, Gandhi insistía en que sólo un grupo de personas trabajando juntas con disciplina y persistencia podrá ser capaz de combatir la injusticia.
“La nuestra es una era en que se cree que podemos reinventarnos a la manera que queramos. Así que refundimos la sabiduría de los grandes pensadores a la medida de nuestras ilusiones”, dice Morton. Y dejamos fuera su complejidad, su conciencia del enorme trabajo y sacrificio necesarios para emprender cambios.