Condiciones de felicidad a la española
Ay, si Tintín conociese la China de hoy....
Igual que cualquier tiempo pasado no fue mejor, tampoco cualquier lugar es mejor que este, como parece deducirse del éxito del programa Españoles por el mundo, del montón de réplicas (tantas como autonomías, creo) que le han salido y de la cara de pena con que me miran los conocidos cuando digo que no, que no vuelto a China. La impresión de que uno es más afortunado sólo por vivir fuera de España (una forma más de ver la hierba más verde al otro lado de la valla) convive, curiosamente, con la de “como aquí, en ningún sitio”. Ya se sabe que como se come en España, por ejemplo, en ningún lado (bueno, sí, en casa, dijo aquel que no se quita las pantuflas). Lo cual, insisto, no evita que se mire con cierta envidia al que reside en el extranjero.
Cuando ese extranjero es China, esa pelusilla me resulta curiosa. Mi vuelta coincidió con el caso de la venta de pollo caducado medio siglo atrás. Unas semanas antes le tocó el turno al cordero que no era tal, sino rata y algún otro bicho sazonado en una sopa de químicos para dar el pego. Meses atrás, viví el escándalo de los casi 20.000 cerdos que aparecieron flotando en las aguas del río que da de beber a Shanghai, por no hablar de los patos, pollos y hasta cadáveres humanos que van a parar al río Amarillo. Con lo cual no me extraña que durante estas últimas semanas haya recuperado el apetito, y no porque crea que como aquí no se come en ninguna parte (a muchos la comida china les resulta exquisita), sino porque tengo más opciones saludables regadas con un agua que no ha sido embotellada en algún canal medio putrefacto. Mis pulmones, por descontado, están muy agradecidos.
Al poco de aterrizar de Pekín me marché, como todos los años, a Plum Village, el cuartel general del maestro zen y activista por la paz Thich Nhat Hanh (quien, por cierto, tiene previsto visitar España por primera vez la próxima primavera). En sus charlas Thay, como se le conoce afectuosamente, suele referirse a la necesidad de reconocer e identificar las “condiciones de felicidad” que nos rodean. Estas condiciones a las que él se refiere son bien sencillas. Ojos para ver, oídos para escuchar, naturaleza… básicamente, al alcance de cualquiera que sea capaz de encontrarse el pulso. Después de pasar un año respirando esa cochinada y comiendo verduras en puré de mercurio es un gusto disfrutar de condiciones de felicidad a la española, menos exóticas y lucrativas pero más saludables y humanas. De todo ello seguiré hablando en próximos posts. Espero, mientras tanto, que estéis disfrutando de un buen verano.