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Condiciones de felicidad a la española

Tintin

Ay, si Tintín conociese la China de hoy.... 

Igual que cualquier tiempo pasado no fue mejor, tampoco cualquier lugar es mejor que este, como parece deducirse del éxito del programa Españoles por el mundo, del montón de réplicas (tantas como autonomías, creo) que le han salido y de la cara de pena con que me miran los conocidos cuando digo que no, que no vuelto a China. La impresión de que uno es más afortunado sólo por vivir fuera de España (una forma más de ver la hierba más verde al otro lado de la valla) convive, curiosamente, con la de “como aquí, en ningún sitio”. Ya se sabe que como se come en España, por ejemplo, en ningún lado (bueno, sí, en casa, dijo aquel que no se quita las pantuflas). Lo cual, insisto, no evita que se mire con cierta envidia al que reside en el extranjero.

Cuando ese extranjero es China, esa pelusilla me resulta curiosa. Mi vuelta coincidió con el caso de la venta de pollo caducado medio siglo atrás. Unas semanas antes le tocó el turno al cordero que no era tal, sino rata y algún otro bicho sazonado en una sopa de químicos para dar el pego. Meses atrás, viví el escándalo de los casi 20.000 cerdos que aparecieron flotando en las aguas del río que da de beber a Shanghai, por no hablar de los patos, pollos y hasta cadáveres humanos que van a parar al río Amarillo. Con lo cual no me extraña que durante estas últimas semanas haya recuperado el apetito, y no porque crea que como aquí no se come en ninguna parte (a muchos la comida china les resulta exquisita), sino porque tengo más opciones saludables regadas con un agua que no ha sido embotellada en algún canal medio putrefacto. Mis pulmones, por descontado, están muy agradecidos.

Al poco de aterrizar de Pekín me marché, como todos los años, a Plum Village, el cuartel general del maestro zen y activista por la paz Thich Nhat Hanh (quien, por cierto, tiene previsto visitar España por primera vez la próxima primavera). En sus charlas Thay, como se le conoce afectuosamente, suele referirse a la necesidad de reconocer e identificar las “condiciones de felicidad” que nos rodean. Estas condiciones a las que él se refiere son bien sencillas. Ojos para ver, oídos para escuchar, naturaleza… básicamente, al alcance de cualquiera que sea capaz de encontrarse el pulso. Después de pasar un año respirando esa cochinada y comiendo verduras en puré de mercurio es un gusto disfrutar de condiciones de felicidad a la española, menos exóticas y lucrativas pero más saludables y humanas. De todo ello seguiré hablando en próximos posts. Espero, mientras tanto, que estéis disfrutando de un buen verano.  

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Natalia Martín Cantero   19.ago.2013 18:50    

Hombres en topless y otras delicadezas chinas

Después de hablar de la belleza, aunque sea esa que se compra, toca referirse a la otra cara de la moneda. Como los “condones para los pies” esa moda entre las chinas de toda clase y condición que consiste en embutirse en los susodichos unas medias cortas color carne o transparentes cuya presencia en el calor sofocante es todo menos explicable. Más detalles, modelos y risas en este vídeo de Roger Vicente.

La peculiaridad estética china que verdaderamente me arrebata, de todos modos, es masculina, y consiste en subirse la camiseta, enrollándola a la altura de las axilas, cuando llegan los calores. Los hombres muestran orgullosos sus panzas orondas, sudorosas y cerveceras en una especie de competición con las mujeres embutidas en condones para los pies por convertirse en los más sexy del lugar. Salvo que se trate de un modelo de Abercrombie & Fitch, y he visto pocos por estos lares, este tipo de topless no es ningún regalo para los ojos. Ignoro lo que pensarán las chinas sobre sus Adonis. 

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Un Adonis mostrando sus encantos de paseo por el parque.

Mucho más graciosos que los torsos sudorosos son los culos al aire de los niños. Muchos –la inmensa mayoría– no lleva pañales, sólo unos pantalones con una amplia apertura en las ingles. Los padres los levantan por los aires y pum, ya está. Imagino que a los chinos les resultará igualmente extraño que nos acerquemos al culo del niño para olerle las cacas, como hacemos los padres occidentales. 

Babypatns

Atención madres y padres: si estáis interesados en uno de estos poneos en contacto conmigo

En Twitter: @nataliamartin

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Natalia Martín Cantero   18.jul.2013 10:48    

Alto, rico y guapo, o blanca, rica y bella

El otro día me hice una limpieza de cutis. En el catálogo que me mostraron en la peluquería, cinco de las seis opciones incluían tratamientos para blanquear la piel. Es difícil encontrar en el supermercado productos para el cuidado del rostro, como jabones y cremas, que no tengan efecto blanqueante. La inmensa mayoría de las mascarillas (ocupan tantos estantes como en España los yogures o cereales para el desayuno) prometen una piel blanca y tersa. No en vano hay un dicho que reza algo así como “el blanco puede cubrir toda la fealdad” (Yī bái zhē bǎi chǒu).

Esto significa que yo, morena y con lunares, debo resultar un adefesio. Por fortuna, de altura no voy mal. Tengo la suficiente como para solicitar la entrada en las universidades de Hebei o Anhui, donde se requiere que las estudiantes tengan, como mínimo, 160 centímetros (la universidad de Beijing tenía una política similar hasta hace un par de años). Del peso no estoy segura. Aunque en términos occidentales soy normal tirando a delgada, aquí debo ser un elefante.

Las tres palabras en mandarín que resumen los estándares de belleza en China son gāo fù shuài, o alto, rico y guapo, y bái fù měi, blanca, rica y bella. Para que se te considere una mujer guapa, según The World of Chinese, has de reunir las siguientes características:  

-Peso: cuanto más cerca de la talla cero mejor.

-Piel: blanca como la porcelana. Sin lunares ni granos.  

-Nariz: las narices planas se consideran un horror.

-Ojos: redondos. Si no los tienes (lo más lógico en un rostro oriental) te los fabrican en un momento.

-Rostro: lo ideal es que tenga la forma de un “huevo de ganso” o una “semilla de girasol”. Aquí ya sí que me pierdo.  

-Labios: pequeños y finos. Angelina Jolie no se come un colín.

Los hombres no tienen, al parecer, tantos requerimientos, salvo un rostro de facciones afiladas y, como ellas,el de la altura. Muchas compañías y algunos organismos oficiales –como el servicio diplomático, para que nadie se crea que China es un país de enanos– requieren que sus empleados tengan una altura mínima. En este contexto no es de extrañar que cada vez más gente recurra a la cirugía extrema, esa que consiste en romper la pierna para insertar tornillos de metal. Para crecer entre 6 y 8 centímetros, los pacientes deben llevar aparatos de metal en las piernas durante entre un año y 16 meses.

El Ministerio de Salud prohibió este procedimiento para fines cosméticos en 2006, y sólo lo permite “por estrictas razones médicas”. Sin embargo, se sigue utilizando, ya que como “estricta razón médica” puede aducirse el estrés que ocasiona la falta de altura.

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Para trabajar de azafata en China Southern Airlines tienes que ser capaz de mantener una “perfecta sonrisa de ocho dientes”, también conocida como "sonrisa palillo".  

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Natalia Martín Cantero   10.jul.2013 10:01    

La belleza que se compra

Puede que la hermosura no se pegue, pero lo que es seguro es que se compra. Y de qué manera. Se estima que al menos el 70 por ciento de todas las modelos y actrices chinas en activo se han sometido a alguna forma de cirugía facial. De modo que no son imaginaciones mías: las mujeres chinas que aparecen en las revistas, en los anuncios o en los carteles publicitarios anunciando perfumes, y esas otras que deslumbran en cafés y restaurantes de postín son, en fin, un calco de rostros como el de la modelo Huang Yilin o la actriz Fan Bingbing, con similares ojos redondos, barbilla puntiaguda y piel blanquísima.

Dicen que cuanto más exitosa seas, más presión tienes para estar guapa. Y digo yo, ¿no debería ser al revés? 

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El rostro de Fan BingBing antes y después. 

El de China es el tercer mercado en cirugía estética en el mundo, por detrás de Estados Unidos y Brasil. “La cirugía plástica se está convirtiendo en una práctica muy normal, no conlleva ningún estigma”, señala en este reportaje Sharon Keng, directora de Bioscor, una de las clínicas más exclusivas de Pekín –donde según sus estimaciones hoy día hay entre 2.000 y 3.000  centros especializados en cirugía plástica. Keng asegura que para la mayoría de las mujeres que acuden a su clínica, la cirugía plástica es como comprarse un bolso o un vestido de diseño. “Van a comprar por la mañana y se arreglan la cara por la tarde. Es parte de su estilo de vida”.  Y causa y consecuencia, también, del preocupante narcisismo. 

Entre los jóvenes y adinerados, obsesionados con la buena pinta, la cirugía plástica es un símbolo de estatus. “El razonamiento es este: si tengo dinero, ¿por qué no gastarlo? Cuanto más caro el procedimiento, mejor será, y muchos padres no tienen problemas en facilitarlo, especialmente si les da a sus hijos alguna ventaja competitiva”, prosigue Keng.  

El antropólogo Wen Hua, autor del libro Comprando Belleza: la cirugía estética en China, que acaba de salir al mercado, se refiere a la glorificación y normalización de la cirugía entre las famosas, y cómo este boom conduce a una visión estrecha y poco realista de la feminidad de las chinas. “Vivimos en la era de la simulación. Las imágenes hiperreales de la belleza han reemplazado a las reales, y las mujeres reales están imitando los modelos hiperreales”. En opinión de Wen, el apabullante crecimiento en los últimos años de la industria de la cirugía plástica –tabú en la era Mao– constituye un buen ejemplo de los gigantescos cambios sociales y económicos que están teniendo lugar en China.

Como dice Keng, “todo está pasando demasiado deprisa en China: los edificios, las ciudades, la gente… todo está cambiando, y nadie está reflexionando sobre los motivos”. 

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“La única cosa que te tiene que preocupar sobre la cirugía estética es la explicación que darás a tus hijos”, viene a decir esta controvertida publicidad sobre cirugía estética. 

 En Twitter: @nataliamartin

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Natalia Martín Cantero    4.jul.2013 13:47    

La novia, el novio y la foto

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Nunca he entrado en casa de mis vecinos, una pareja joven con un niño, pero cuando coincidimos en el pasillo esperando el ascensor puedo cotillear parte del salón de su casa. Junto a la gigantesca pantalla plana, la pareja ha colgado una enorme foto, casi tan grande como el televisor, en la que aparecen vestidos de novios en la playa. Una fotografía con un aire muy similar a la que aparece aquí abajo: 

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Como digo, no me he aventurado en otras habitaciones, pero apuesto a que la vivienda tiene varios retratos de la pareja disfrazada de roqueros, aristócratas o algodón dulce. Hace unos años, las familias chinas se conformaban con escuetos retratos en blanco y negro. Pero los tiempos han cambiado y ahora están dispuestos a gastarse un dineral en fotógrafos, trajes, peluquero y maquillador. 

Lo que se esconde detrás quizá no esté tan lejos de lo que muestra la tendencia al autorretrato constante a la que me refería recientemente. “La novia no quiere parecerse a sí misma. Quiere parecerse a una modelo de revista”, señala una estudiante en Beautiful Me!, el foto-ensayo al que pertenecen las dos primeras fotos de este post.

En China, las fotos de la boda son tan importantes como la propia ceremonia. La gracia es que la definitiva, la que se cuelga en el salón de casa, no es aquella que se tomó cuando los novios se casaron, sino la de las mil y una noches, con toneladas de maquillaje y Photoshop y tacones de vértigo que se sacó varios meses antes. Como señala el foto-ensayo, la aspiración no es documentar un evento real, sino que tu aspecto sea perfecto. ¿Quién aspira a lo real cuando se puede tener lo perfecto?

Los elementos que se utilizan como atrezo –pianos o escaleras de caracol, por ejemplo– no podrían rechinar más. La clase media china ve en Europa el colmo de la sofisticación (frente a Estados Unidos, ejemplo de dinamismo). Esta es la razón por la que muchos bloques de apartamentos tengan nombres europeos (comenzando por el mío, que se llama Roma; el de al lado es París, y un poco más allá tenemos Venecia). Así que no es de extrañar que los novios busquen retratarse en Thames Town, una ciudad fantasma cerca de Sanghai réplica de una localidad británica cuyo único fin es servir de telón de fondo. Los novios pueden elegir entre el castillo, la iglesia neogótica, el pub, las casas estilo georgiano o las esculturas de héroes británicos como Winston Churchill, James Bond y Harry Potter: Image-225798-galleryV9-uvrr

Esta foto en un falso barrio inglés está tomada de aquí

Otro elemento altamente retratable es cualquier cosa con pinta moderna y / o artística, entendido en un sentido muy, muy amplio. Mi apartamento (el del edificio Roma) está cerca del distrito 798, un complejo abandonado de viejas fábricas estilo Bauhaus de la era comunista reconvertido en zona de estudios de arte y galerías, un lugar que visito con frecuencia. Nunca faltan retratos de novios, en todas las épocas del año. Como este: 

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El vestido de algodón de azúcar, un hit en China.

Un destino casi tan popular como la Gran Muralla: IMAG0297

 Después de la sesión de fotos, la novia se pisó la cola y se torció un tobillo.

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Natalia Martín Cantero    1.jul.2013 09:02    

En China, qué grima

¿Qué recuerdo llevar a mis amigas de mi estancia en este país? Tras comerme mucho el coco, creo que he dado con el detallito perfecto: las medias peludas anti-pervertidos. “Medias de pierna entera súper sexy anti-pervertidos, esenciales para que las chicas jóvenes salgan este verano”. Así las describe su inventor en el anuncio en Weibo (el Twitter chino) que rápidamente se convirtió en uno de los más visitados del día. Se admiten encargos para el verano.  

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Vía Chinasmack

Y para medias peludas, las de perros. La moda, por fortuna, ya ha remitido, pero durante unas semanas esta primavera lo que se llevaba entre los más friquis era coger a tu perro, enchufarle unas medias de rejilla, zapatos de tacón, hacerle unas fotos y subirlas a internet para echarte unas risas. No sé qué dirían los de Peta;  por aquí no les faltaría el trabajo. Dog1

Podéis ver más fotos de canes sometidos en Strambotic 

Para terminar este post tan sustancial, un apunte sobre un carruaje con el que me topé por primera vez la semana pasada en un parque a las afueras de Pekín. Ahora que están prohibidos incluso en India por considerarlos un símbolo de esclavitud, esta versión infantil y robotizada de calesa me dio bastante grima. A mí, claro, que no a los padres que hacían cola para subir a sus pequeños, previo pago de casi 2 euros. IMG_2597

Los carros en movimiento. Y unos caballitos bastante más simpáticos. 

 

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Natalia Martín Cantero   20.jun.2013 11:11    

Parques de casamenteros y mujeres tupperware

Vas a un parque en Pekín o Sanghai un día festivo y la gente hace su vida: se tiñe el pelo , baila, canta ópera, anuncia las virtudes de sus hijos casaderos… Lo normal, vaya. La cuestión es que encontrar esposo/a puede resultar increíblemente difícil, especialmente en las grandes ciudades y si se tiene en cuenta lo que la tradición estipula en la sociedad china: los hombres han de disponer de una vivienda y, en muchos casos, un coche. Para las mujeres es mucho peor: a partir de los 27 años ya eres shèng nǚ, o sea los “restos”. Este término derogatorio, cuyo prefijo sheng es la misma palabra que se usa para las sobras de la comida –lo que va a parar al tupperware–, figura entre los vocablos aceptados en 2007 por el Ministerio Chino de Educación.

La idea es que no importa el éxito profesional que tengan las mujeres; una mujer no es nada hasta que no esté casada. Detrás de este impulso se encuentra el gravísimo desequilibrio de géneros que padece el país consecuencia de la política del hijo único, y el retorcido  objetivo de asustar a las mujeres de “gama alta” para que se casen y tengan hijos. Por el bien del país, claro. No es de extrañar que China sea el país con el porcentaje de suicidios de mujeres más alto del mundo.   

El caso es que hay un sinfín de aplicaciones y servicios de todo tipo para ligar online –como en todas partes, imagino. Lo que no hay en otros lados son estos gigantescos mercados de casamenteros que traen offline las citas online, por así decir, como el famoso People’s Square Marriage Market, de Shanghai, o el del Templo del Cielo, en Pekín, donde los fines de semana se reúnen docenas de padres y abuelos para tratar de pescar pareja para sus hijos o nietos.

Los familiares colocan los curriculum de los aspirantes con las características físicas (la altura es muy importante) pero también la ocupación, educación o salario. Esto último es crucial porque, como dijo una modelo de 22 años en un programa de reality tv sobre citas en una de esas frases que pasan a la historia, “antes llorar en un BMW que reír en el asiento de atrás de una bicicleta”.

Al parecer, el ejército de celestinas no tiene demasiado éxito, porque muchos hijos ni siquiera son conscientes de sus maquinaciones y, de todos modos, tienen una idea diferente de la pareja que desean, en especial los de generaciones más jóvenes. Lo bueno (lo único bueno, podría decirse) es que los padres y abuelos tienen, con la excusa, un sitio para encontrarse y socializar. 

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Mercado de casamenteros. La foto está tomada de aquí.

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Natalia Martín Cantero   17.jun.2013 12:40    

Las Torres Gemelas de Pekín

Justo enfrente de mi casa están las Twin Towers, las Torres Gemelas de Pekín, un hotel de lujo gigantesco insensible a las connotaciones de su nombre. Los dos edificios, con sendos carteles luminosos que anuncian el nombre, se convirtieron cuando llegué en mi principal punto de referencia para orientarme cuando el taxista se saltaba la salida de la autopista, lo cual sucedía a menudo.

Ahora ya no me pierdo para llegar a mi casa, pero las Twin Towers continúan siendo una referencia, aunque de otro tipo. Todos las tenemos. Me explico. Cuando vas a casa de alguien y te acercas a su ventana, nunca deja de producirse el siguiente ritual: el anfitrión señala con el dedo algún gran edificio frente al suyo, a mayor o menor distancia, y te explica que cuando la contaminación está en 300, o 400, desaparece como por encanto. Yo ya sé que cuando no puedo ver las Twin Towers, la cosa está muy chunga.

Ayer noche, tumbada en la cama, me quedé mirando el perfil de este hotel, que desde hace días sólo identifico por la noche en medio de la bruma gracias a los carteles luminosos. Estos últimos días, como explicaba, han transcurrido entre diferentes tonalidades de gris. De modo que mientras hacía un rápido balance del día, sentí gran alivio de que mi aventura china llegue a su final.  

El caso es que justo ahora, cuando me quedan pocas semanas por aquí, mi Ayi, la mujer que cocina y hacer la limpieza, ha aprendido a hacer croquetas de atún y queso y tortilla de patatas, de forma que en casa últimamente ya no comemos setas con ojos. Hace unos días me dio dinero para el regalo de cumpleaños de mi hija, una cantidad exorbitante en relación a su salario que, a pesar de mis protestas, se negó a rebajar. “La amabilidad de los extraños, como el tiempo mismo, al final es lo que cura nuestras heridas”, escribe la autora china Yiyun Li en su fantástico relato titulado “Kindness” (Amabilidad).

Los chinos tienen una palabra de la que maestros budistas como Thich Nhat Hanh hablan con frecuencia: se trata de “nien”. La palabra china para referirse a mindfulness o conciencia plena une “ahora” o “presencia” con “corazón”. En palabras de Thich Nhat Hanh: “La combinación de caracteres significa el acto de experimentar el momento presente con el corazón. Nos ayuda a estar en contacto con las maravillas de la vida, que están aquí y ahora”.

Incluso aquí, en esta ciudad irrespirable donde la única regla para moverse y buscarse la vida parece ser “yo primero”, si uno tiene “nien” bien afilado puede percibir que la amabilidad de los extraños ciertamente cura muchas heridas. Como en todas partes. 

Nian

En Twitter: @nataliamartin
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Natalia Martín Cantero    7.jun.2013 07:54    

En la tele china

El otro día me llamaron del colegio para decirme que habían seleccionado a mi hija para participar en la gala que organiza la Televisión Central de China (CCTV) en el Día de la Infancia, que aquí se celebra el 1 de junio. “No puedo pensar en mayor honor para un niño”, me dijo emocionada mi interlocutora. Supuse que para un chino debe ser algo así como ver a su hijo cantando el premio gordo en la lotería de Navidad, y me venció la curiosidad.

Así que ayer nos subimos a la furgoneta de la CCTV para cruzar Beijing de lado a lado, desafiando un tráfico mañanero más denso todavía a causa de la lluvia. Esta es una operación que puede llevarte la mañana entera y que,  por sí sola, me hizo dudar de mi decisión: salir en este show para que, de 1.500 millones de personas, no te llame ningún tío, tío abuelo, tendero del barrio o vecino para decirte ¡he visto a tu hija! no sé si merece la pena.  

Cuando llegamos a la CCTV nos llevaron a una gran sala como de teatro aparentemente vacía. Digo aparentemente porque, fijándonos un poco mejor, enseguida descubrimos que estaba llena de hombres durmiendo en los asientos desplegados y por los suelos, la mayoría aprovechando disfraces de animales –de osos panda, tigres, leones– como almohadas y mantas. A lo largo del día, que pasé enterito en la sede de la televisión, descubrí otras salas similares a esta, todas ellas ocupadas por bellos durmientes. Trabajar en la CCTV no debe estar tan mal; no recuerdo haber visto a nadie recostado en un oso panda en los estudios de Rtve o Antena 3.

Pero a lo que vamos. La mujer que nos guiaba nos ofreció unas bolsas de patatas fritas barbacoa, de esas que dejan un olor en las manos que dura semanas, y pidió a los niños que se cambiasen de ropa antes de ir al estudio de grabación.

Allí sí que nos esperaba lo bueno.

En mi ingenuidad de madre, había visualizado a mi hija ocupando el centro de la pantalla, haciéndose famosa de la noche a la mañana, lista para protagonizar anuncios de Nocilla que, esta vez sí, verían sus tías abuelas y demás familiares lejanos. Pero rápidamente comprendí que, con suerte, dispondría de un par de centímetros durante tres o cuatro segundos.

Millones de niños disfrazados de soldados, árboles, flores o mariposas ensayaban en un inmenso escenario de pantallas atiborradas de globos, nubecillas y una estrella roja gigante, para que a nadie se le olvide dónde estamos. Todo tan superlativo que, en comparación, la piscina olímpica de bolas me pareció un remanso de paz, un lugar prácticamente monacal. El punto más estrambótico, los bailes marciales.

Pero como suelen decir los anuncios de alquiler de pisos, mejor ver: 

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Natalia Martín Cantero   30.may.2013 09:20    

Pulso débil, lengua roja brillante

“Su pulso está muy débil”, me dice el médico a través de Yan, mi intérprete. He acudido a esta clínica de medicina tradicional aconsejada por Yan, que también es mi profesora de chino, para un problemilla al que no había dado demasiada importancia. Pero salgo con la incertidumbre de si estoy viva, muerta, entre medias o soñando. Creo que es esto último. Cuando el médico me toma la mano y me mira con esos ojos acuosos de ¿100? ¿150? ¿180 años? me imagino en el centro de un escenario donde, tras doblar todas las cucharas, el mago prepara ahora a la protagonista para el próximo número.

“Su lengua está roja brillante”, añade el médico. Y esta vez me parece que el doctor se ha transformado en una de esas tortugas centenarias que se las saben todas. El dato de la lengua es la prueba definitiva de un diagnóstico que no acabo de pillar porque desde el momento en que los dedos índice, medio y anular del médico-tortuga se posan en mi muñeca, tendida sobre una almohada en miniatura de color amarillo con caracteres chinos, me quedo en estado como de trance. Claro que también podría ser al contrario: que la aventura asiática sea en realidad un largo a la par que contaminado sueño y justo ese momento fuese lo que se dice real.

Yan y yo salimos de la Clínica Ciudad Prohibida, que está donde Mao perdió el sombrero, y cogemos el 416 hacia su casa. El autobús se encuentra atestado, y cada vez que se abre, mi mochila se queda atascada con la puerta. Por el camino, elevando mucho la voz para hacerse oír entre tantos pasajeros, Yan me habla de su hijo de 34 años, que vive en Guangzhou (Cantón) junto con su mujer. No tienen hijos porque están muy ocupados con sus trabajos, me explica. “No lo entiendo”, dice. Y de repente se queda pensativa y triste.

Cuando llegamos a su casa me sienta en un sofá de dos plazas minúsculo y enciende el televisor. Dan (como siempre) una ópera. Me deja ahí escuchando los gorgoritos de los actores mientras se escabulle a la cocina. En un rincón del salón hay un arbolito de navidad lleno de polvo. Al otro lado de la estancia, en dirección opuesta a la cocina, que es minúscula, unas cortinas de dragones rojos y dorados separan lo que –sospecho– es un mueble cama que sirve de dormitorio. Al poco sale con un plato de verduras en vinagre con cacahuetes, que coloca sobre una mesita. Nos apretujamos en el sofá y, por no hacerle un feo, pico del plato. Pero apenas si alcanzo la mesa con mis palillos y los cacahuetes se caen rodando por el suelo.

Esto fue por la mañana. Por la tarde, recogí a mi hija y sus dos amiguitos del colegio y, tras los apuros para conseguir un taxi que relataba el otro día, los llevé a un cumpleaños que se celebraba en una piscina olímpica llena bolas en otra zona de la ciudad. Y allí, entre el atracón de CocaCola, gusanitos de Madrid y el griterío de millones de niños revolviéndose en un parque infantil donde cabría mi ciudad natal, incluidos sus numerosos monumentos, volví a tener mis dudas sobre esa sigilosa frontera entre lo que es, o no, real. 

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Natalia Martín Cantero   24.may.2013 07:34    

Natalia Martín Cantero

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Este blog ha dado tanta vueltas como su autora. De Madrid a Pekín y vuelta. Hablo de bienestar integral: si lo consigues, me cuentas cómo.
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