"Mística", de Manuel Montesinos Moreno; "Placas de hielo", de Sergi Cambrils; "Cándido consuelo", de Mª Belén Mateos Galán; "El legado", de Paloma Hidalgo Díez i "Traducción libre", de Ángel Saiz Mora, finalistes de la setmana
sábado 7.mar.2015 por Rosa Gil 0 Comentarios
"Mística", de Manuel Montesinos Moreno:
"El hambre, le contaban, era un genio maligno que se introducía por la boca de los hombres y campaba por el cuerpo a sus anchas provocando la tentación y el deseo de comer. A veces, grita, araña y patalea. Es un demonio amenazador, astuto, al que hay que dejar atrapado en el estómago y allí dominarlo con el ayuno y la oración, como hicieron los profetas bondadosos para que el maligno no pudiera alimentarse y crecer en sus entrañas hasta causar la muerte.
Y la pequeña con la barriga hinchada por un demonio desnutrido se arrodilló y comenzó a rezar."
"Placas de hielo", de Sergi Cambrils:
"Abro la nevera para gritar, para congelar mis palabras de rabia. Meto la cabeza y explosiono frases cortas, directas, sin medias tintas. Una retahíla de ellas acaba con insulto final, como quien marca la pared de un puñetazo para desahogarse. Él, en cambio, está en el comedor con todos, sin que nadie intuya cómo es en realidad. “Saco el postre” les digo. Y sometida brevemente a esa tonificación glaciar, se endurecen mis lágrimas, se estiran los vestigios de pena en mí expresión y se transforma el odio en punzantes témpanos de hielo, todos incrustados como escarcha al fondo del frigorífico."
"Cándido consuelo", de Mª Belén Mateos Galán:
"El otro día, en la hora del recreo, vi llorar a mi maestra. Estaba en la esquina, justo al lado de la fuente. Sus lágrimas se confundían con el chorrito de agua y sus sollozos con la algarabía de mis compañeros. Me acerqué tímido y sonrojado. Alargué mi manita hasta la suya y ella con una sonrisa prendió la mía. Se inclinó y acarició mi mejilla. Le ofrecí compartir mi bocadillo de nocilla. Tras el primer bocado la consolé, diciéndole que el nuevo corte de pelo le sentaba muy bien, que mi mamá decía, que luego siempre vuelve a crecer."
"El legado", de Paloma Hidalgo Díez:
"Plegó sus convicciones. Bien dobladas las metió al cajón de la cómoda donde guardaba otras cosas también heredadas de su padre. Cuatro fruslerías. Una pipa de espuma de mar, las ganas de cambiar el mundo, un reloj de arena y el desprecio a las injusticias. Más ligero, tomó una ducha rápida y un café solo. Media hora más tarde enfiló la calle para presentarse en el juzgado a defender a un buen cliente del bufete, sintiendo en medio del pecho ese vacío extraño del que tanto le había hablado su progenitor, y los remordimientos acechándole en la boca del estómago."
"Traducción libre", de Ángel Saiz Mora:
"Los ceños fruncidos de los dos mandatarios enfrentados eran mal presagio. El hombre detalló un repertorio de acusaciones y agravios; su interlocutora aguardaba la adecuación a su idioma de esas palabras de fuego. La intérprete, de forma espontánea y sin pensar en las consecuencias, sustituyó la primera frase incendiaria por otra conciliadora, seguida de un cordial diálogo ficticio. La voz airada de ambos líderes se hizo susurro. Los desencuentros mutaron en entendimiento en aquel hotel designado para negociar. Tras elegir una lujosa suite, el canciller y la presidenta cerraron los puntos del acuerdo con un encuentro privado, cuerpo a cuerpo."
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