"Nunca te digo que te quiero porque te amo", de Lorenzo Rubio Martínez, guanyador trimestral!

Ja diuen que "Quien la sigue, la consigue". Lorenzo Rubio Martínez, un dels nostres relatistes més fidels i participatius, ha estat el guanyador d'aquest últim trimestre en el concurs de microrelats. Moltes felicitats, relatista! I, de nou, moltes gràcies a tots els participant per la vostra col·laboració. Ha estat un trimestre ple de creacions literàries de qualitat que han mantingut viu aquest concurs. Recuperem el relat guanyador en aquesta entrada especial del Wonderland: 

 

"Nunca te digo que te quiero porque te amo", de Lorenzo Rubio:

"Un mensaje de súplica escapa de un móvil, salta por la ventana, pasea por un parque donde dos niños sonrojados se regalan besos furtivos. De allí trepa hasta una antena y después vuela paralelo a un avión en el que unos novios viajan de luna de miel. Comienza a descender y pasa por un despacho de una oficina convertida en picadero. Intenta transitar por una carretera hasta acabar cautivo en el teléfono de una mujer que, leyéndolo, pierde el control del coche en el que huye con su hijo."

 

En la final trimestral també hi ha lloc per dos finalistes. "El deseo añejo", de Javier Ximens i "Héroe", de Mei Morán. Enhorabona!

 

"El deseo añejo", de Javier Ximens:

 

"Justino se acerca a la higuera apoyado en el bastón y elige un higo maduro. Benicia lo observa desde la silla donde cose unas enaguas. Él abre el fruto con delicadeza y una sonrisa le estira las arrugas. Se vuelve hacia su mujer, que rápidamente baja la vista cansada a la costura. Benicia se pincha un dedo con la aguja, se lo lleva a la boca y alza la mirada. ¡Cómo me engatusaste, zalamero!, le dice. Luego alarga la mano para recibir la mitad del higo que Justino le ofrece abanicando la sonrisa. ¡Anda, pon los higos a secar, zamacuco!"

 

 

 

"Héroe", de Mei Morán:

 

Los vítores se le enredarían como boas. banderolas, confeti, el ponche dulzón y el beso de su novia. Baja del tren una parada antes e inicia la marcha hacia el pueblo. Adivina el abrazo varonil de su padre. La sonrisa bobalicona de su madre, que presumiría de vástago, frente a las vecinas de hijos cobardes. Y a él se le revuelven las tripas y solo se acuerda de las caritas implorantes de las criaturas, del miedo de los viejos, bañados por la lluvia de misiles, las mujeres ultrajadas. Da entonces una vuelta sobre los talones, en dirección a ninguna parte.