El Potro, de Elena Casero, relat guanyador de la setmana
sábado 24.oct.2015 por Rosa Gil 0 Comentarios
RELAT GUANYADOR:
El Potro, de Elena Casero
Carmencita corría con zancadas cortas y la mirada obcecada en su objetivo. A cada paso, las carnes de sus piernas temblaban, produciendo un ruido hueco en el suelo del gimnasio. Formábamos corrillos entre nosotras. En unos sobresalían las risas contenidas, en otros la compasión y la inocencia de nuestros pocos años. Ella seguía trotando sin perder de vista el horrible artilugio que todas debíamos saltar. La señorita Florita, al fondo, con su falda estrecha y su blusa con gorguera la animaba en su denuedo, apartándose lentamente para no caer bajo el peso del potro y aquella pobre bola de sebo.
FINALISTES:
De tal astilla, tal palo, de Pedro Herrero
El padre ha salido al hijo, no cabe duda. La misma figura enjuta, la misma mirada ausente, el mismo gesto taciturno. Cuando le entrega las notas del colegio para que las firme, el hijo adivina en su progenitor una niñez calcada a la suya. Como si viera las manos que se esconden detrás de una sombra chinesca. El padre tampoco debió destacar en la escuela, a menudo hizo novillos, tuvo malas compañías, perdió peleas callejeras. El hijo lo imagina también a este lado de la mesa, mucho tiempo atrás, frente al abuelo, que tampoco supo entonces qué hacer al respecto.
Deseo inconcebible, Carles Quilez
Aquella tarde el cielo era gris. Un gris apagado y ominoso como una mortaja. María comprobó que no hubiera nada que pudiese manchar sus inmaculados pantalones blancos y tomó asiento en el banco que solía, aunque apenas hubiese niños jugando en el parque.
Un copo de nieve cayó flotando. María extendió la mano e intentó recogerlo, pero el copo se extinguió entre sus dedos. Últimamente, se dijo, mientras ocultaba las manos en su regazo, su cuerpo no albergaba más que muerte.
La mancha roja que mancillaba la entrepierna de sus pantalones confirmaba que, de nuevo, nadie había escuchado sus plegarias.
La tienda de los deseos, Belen Sáenz
En mis frecuentes crisis de psicorragia creativa sufro brotes de fiebre argumental, como un sarpullido doloroso y debilitante. Lo peor son las brumas en la hora del despertar precoz, cuando me visitan narradores que se interrumpen constantemente entre sí. Creí que me volvería loco, pero logré superarlo y decidí abrir una tienda de barrio con listas coleccionables para aprendices de literatos. En frascos de vidrio y estanterías de roble oscurecido clasifico epítetos tóxicos, sintagmas crónicos, desenlaces virulentos. Los clientes acuden curiosos y se emboban ante el escaparate; ninguno sospecha que el género que vendo ha estado a punto de matarme.
Mariposas en el estómago, Carmen Quinteiro
Luis, desde que vives en casa conmigo, el puñetero ojo de tu ombligo no deja de darme la lata. Antes me asomaba y ahí dentro todo eran mariposas revoloteando y flores, y ese olorcillo a lavanda, tan a limpio, que yo imaginaba que lo inundaría todo y para siempre.
Ahora ya es que ni me acerco: tu abdomen se está hinchando como un globo a punto de reventar y el tufo es realmente insoportable. Tú haces como que ni te enteras, pero yo ya tengo la aspiradora a mano -para cuando sea-, que las mariposas podridas, lo ponen todo perdido.
Nuevos estímulos, Ana Jorba
Sancho, quería montar una fiesta entre eternos enamorados con intercambio de parejas y me pidió ayuda. Accedí con gusto.
Busqué a Dulcinea y a Quijano en el tomo del Quijote. En La Celestina, arranqué la pagina en que aparecía Melibea para provocar a Calisto. Busqué, entre los de Tirso, a Juan Diego y lo cité con Isabel. A Julieta y su Romeo. A Orlando le dije que Rosalinda era imprescindible sobre todo si se disfrazaba de hombre. No es de extrañar que después de siglos de monogamia, aceptaran una proposición poli- amorosa, excepto Penélope que se quedó esperando, como siempre.