Ens mereixem una treva... epistolar, com la guanyadora d'aquesta setmana
sábado 17.oct.2015 por Rosa Gil 0 Comentarios
Wonderlinianes, wonderlinians, la treva epistolar que ens planteja Javier Ximens és el relat guanyador d'aquesta setmana. Voleu escoltar el programa? Aquí va, amb els relats tot seguit!
GUANYADOR:
Tregua epistolar, de Javier Ximens
Caminaba a la pata coja por la trinchera y, a falta de otra, repartía el correo con la mano izquierda. A cada saltito se oía una detonación. Para el enemigo era como estar en la caseta de los patos de la feria. Así perdió la oreja derecha, el ojo izquierdo y le desportillaron la nariz. La raya del pelo pasó a ser natural. No obstante era nuestro talismán, durante seis meses no habíamos sufrido ninguna baja, salvo los trozos de carne que perdía. Acabamos compinchándonos con el enemigo. Nunca se olió que las cartas que recibíamos nos las enviaban ellos.
FINALISTES:
Bucle, de Sergi Cambrils
La melancólica señora se tira de lo más alto y se espachurra contra el suelo. Permanece tumbada sin moverse. ¿Muerta? Qué va. Enseguida abre los ojos y se le recoloca todo milagrosamente. Se le cierran las heridas, la clavícula vuelve a su sitio, los huesos rotos se le sueldan y se reconstruye su machacada cabeza. Se levanta como si nada. ¿Viva? Tampoco. Extiende sus brazos al cielo y espera resignada a que las miríadas de sanguijuelas y larvas vuelvan a pegársele al cuerpo, le chupen la energía y la perturben, otra vez, en el ser depresivo del que no escapa.
Hermanas gemelas, de Xavier Blanco
Me acerqué al río y observé como bravuconeaban sus aguas. Tú permanecías sentada en la hierba, con tu gato negro y tus ojos color envidia. Luego, sigilosa, me has empujado. Ni siquiera me importa sentir tu risa, mientras el agua arrastra mi cuerpo hacia la ciénaga.
Hay una cosa que deberías saber. Y nunca sabrás. Ayer expliqué a mamá que el incendio lo habías provocado tú. Has vuelto a perder: ella seguirá arropándote cada noche, con su cara quemada y sus dedos de grafito, pero tú nunca podrás olvidarme. Nunca. Siempre estaré ahí, mirándote, desde el otro lado del espejo.
Hipérbole, de Anna Jorba
Déjalo Simón, es difícil que puedas pasar ese camello por el ojo de una aguja. Moshé, dejará constancia en el Talmud de los Rabinos que lo intentaron con un elefante. Eurice, oyó decir a Marcos el evangelista, por boca de Jesús, misterioso siempre, que sentenciaba con las siguientes palabras: “...esto es para los hombres imposible, más para Dios todo es posible”. Reminiscencias bíblicas. A mi no me engañan. Si me lo propongo lo hago factible. Aplico, sin ser Dios, una figura retórica a mis escritos y paso por el ojo de una aguja camellos, elefantes, asnos y toda la fauna entera.
¿Quién le va a querer más?, de Javier Palanca Corredor
Seguro que si le preguntas a él, te dirá que el mejor baile es La conga de Jalisco.
En las verbenas de su pueblo era un éxtasis, una serpiente de locura comunitaria, y el momento en que los dos se escabullían sin que nadie lo percibiera.
Antes de volver, y por unas perras, daba la orden a los músicos por detrás del escenario y la conga volvía.
Ella buscaba a su marido y lo cogía por la cintura como si nunca se hubiera ido, y él se agarraba a la de su tía como si todavía no la hubiese soltado.
Recortes, de Antonio Ávila Calmaestra
"Según el Tripartito, el bajo índice de fe, la creciente tasa de ateísmo, y la progresiva devaluación del rezo, obligarán al funcionariado a trabajar más, por menos".
Para Mefisto López, ángel guardián, es la gota que colma el cáliz. No podrá pagar la hipoteca del cumulonimbo adosado, sus querubines tendrán que abandonar las clases de arpa y su Santa volverá a recriminarle haber suspendido las oposiciones a arcángel. Está decidido: hará huelga de alas caídas.
Mientras tanto, abajo, Roque Montañés se santigua y comienza su subida más arriesgada. Sin oxígeno. Sin sherpas. La ascensión que le hará alcanzar la gloria.
Temporada otoño-invierno, de Paz Monserrat Revillo
Nadie más sabe vestirla y desvestirla con esa exquisita mezcla de pasión y delicadeza.
Hoy, mientras le ajusta el cuello de la gabardina, un ejército de mujeres inexpresivas y sospechosamente rubias deslizan las perchas de las nuevas camisas como si tocaran un arpa.
Él le ciñe el cinturón, estira una manga. Luego se retira levemente para contemplar el efecto.
Ella permanece inmóvil, como corresponde a las de su especie, pero cuando la toma en sus brazos para colocarla en el sitio emite una luminosa sonrisa que sólo él puede ver.
Deseando que llegue la temporada primavera-verano, esperará en el escaparate.