Lealtad, de Patricia Collazo, relat de la setmana
sábado 31.oct.2015 por Rosa Gil 0 Comentarios
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GUANYADOR
Lealtad, de Patricia Collazo
Abro con mi antigua llave. Arturo, con su hedionda bata de seda, ojea un periódico amarillento. Edelmira, teje la misma eterna bufanda. El olor es nauseabundo.
Sólo conservan dos sillones orejeros. Nada del viejo esplendor: antigüedades, cuadros, tapices.
- Empieza por la cocina – ordena ella.
Mato cucarachas, vacío el fregadero, saco basura. Dejo a mano los tuppers que traigo. No hay nevera, ni electricidad.
- Coge tu paga del bargueño – dice él cuando anuncio que terminé. Paso por alto que no hay bargueño, ni dinero. Cierro la puerta con el pecho anudado, preguntándome si la siguiente semana, aún estarán allí.
Finalistes:
Descubrimiento, M. Carme Mari
Andrés procuraba no perder el precario equilibrio subido al taburete, a la vez que sujetaba a Marcos por las nalgas. Le susurró:
-¿Ves algo? ¿Hay chicas a la vista?
-Bueno, hoy parece que les gusta más el otro rincón del vestuario. Aquí sólo están Bea y Sonia, y sin ropa se ven todavía más gordas que vestidas.
-¡Pesas mucho!... ahora me toca mirar a mí.
Marcos bajó despacio, apoyándose en la pared para luego subir a su amigo, mientras se sonrojaba al pensar que cada vez le gustaba más cómo Andrés le tocaba el culo cuando lo aguantaba ahí arriba.
Doble Fondo, Juancho Plaza
La mujer que iba en el coche a mi lado comenzó a llorar. Se acomodó en mi hombro y pese a las agitadas muestras de reproche de los demás, su pesar se volvió cada vez más desgarrado. Entonces sentimos un brusco frenazo y nuestras posiciones cambiaron. La mujer abandonó mi hombro y el codo de un joven se clavó en mis costillas. Aún así sus lágrimas siguieron brotando. Solo cuando el conductor comenzó a gritar que él no se comería ningún marrón y nos amenazó con despeñarnos si no nos callábamos antes de llegar a la frontera, cesó su llanto.
Fantasia, Mei Moran
Con la máscara de Mickey Mouse en el bolsillo salió a la calle. Dobló la esquina y se puso la careta para entrar en el banco. Cruzó el vestíbulo frecuentado por los que iban a cobrar el paro, o jubilados que querían la paga entera para comprar la comida de toda la familia. Decidido aunque tembloroso, se dirigió a la ventanilla del fondo. Apuntó a su ocupante. El empleado preocupado le dijo: -Pero Álvaro, hombre, ¿qué haces?-. Acto seguido, el desdichado dejó caer el arma. Avergonzado, no dejaba de balbucear que su hijo también tenía derecho a ir de colonias.
Mamá, Lola Sanabria
En la unión del ladrillo del edificio de enfrente, queda la mancha de lo que algún día fue un insecto. Anochece y ya nada tiene contorno. No existe el ladrillo, ni las juntas, ni la mancha. Pronto vendrá con la sonrisa estirada tras la puerta. El lavado de cara no oculta las lágrimas. Dirá que pronto estará la cena. Pero yo no quiero que me dé cucharadas de puré, lo único que me entra. Quiero, y no me escucha, que me deje irme de una vez con esta noche. Que me ayude. Aunque sé que es pedirle demasiado a ella.