LA LITERATURA TIENE PODER DE LIBERACIÓN
sábado 10.dic.2016 por Rosa Gil 0 Comentarios
Cuando un acto de prohibición se convierte, a través de la literatura, en un acto de liberación. Felicidades a Javier Ximens por El túnel, relato ganador de esta semana. Aquí tenéis el texto ganador en la voz de su autor y los finalistas. Felicidades a todos!
GANADOR: El túnel, Javier Ximens
En una cárcel norteamericana, como tortura psicológica, el alcaide ha clausurado la biblioteca y todos los lunes entrega a cada recluso una hoja de una novela rosa, salteadas y sin la numeración. Durante las horas de paseo, en los comedores e incluso mediante susurros nocturnos entre celdas, los presos dialogan, se cruzan información, indagan el tiempo cronológico, la aparición de los personajes, los escenarios comunes y secuencian los conflictos. En los recuentos se colocan en el orden de la trama que van desentrañando.
Lo que desconoce el alcaide es que todos los finales que construyen les llevan a la libertad.
FINALISTAS:
Harina de otro costal, Pablo Núñez
Le rozaba la mano manchada al darle el pan y él se la limpiaba de un lametón. Y se llenaba de júbilo. Y luego se deprimía. Y su cuerpo le pedía más. Y entonces iba a comprar más pan. Y solo quería que le atendiera el chico que nunca parpadeaba. Y a la hora en la que salía del baño con la nariz colorada. Y le volvía a manchar la mano. Y cada vez compraba más pan. Y un día el chico desapareció, pero le dejó de recuerdo una mascota: un mono que se quedó a vivir en su cabeza.
Juegos en el desván, Juancho Plaza
Nos da miedo subir la escalera, traspasar la puerta entreabierta, caminar agachados por aquel desván de duendes lleno de maletas y cacharros, de polvo y telarañas, de fotos de muertos y ratones descarados que te desafían con sus ojos encarnados y brillantes. Nos da miedo y sin embargo no podemos evitar franquear aquel umbral, conquistar ese mundo de sombras pretéritas, desentrañar el rumor arbóreo de las vigas de la techumbre, el canto lúgubre del viento que se cuela por los resquicios del tragaluz, la voz ahogada de la abuela que, colgada de una lámpara inservible, sigue, todavía hoy, pidiéndonos auxilio.
La cerillera, Mei Morán
Apenas hay clientes. El asfalto está helado pero no siente frío, solo le duele el adviento, la navidad. Fuma un pitillo. Las bocanadas dibujan una nena de trenzas, que le alarga la mano. Antes de tocarla se consume el cigarrillo. Enciende otro. Un niño bermejo, pecoso, de boca desportillada surge del humo. Prende uno más: Su madre, su hermana. El chulo pierde la paciencia. Se le va la mano. Le rompe el espinazo, de paso también el alma. En la niebla de una última colilla; sombras, un ángel. La llevan al hospital con sirena. Poco podrán hacer ya por ella.
La compra, Lola Sanabria
«Además me voy a chivar», dije muy enfadado. No era la primera vez que me vendía algo defectuoso, pero aquel balón me había costado los ahorros de un año, y me lo había dado pinchado. «¿De qué, guapo, de qué te vas a chivar a tus padres?», preguntó él sin dejar de acariciar los rizos del niño. Daba un poco de asco aquel niño, tan pálido, con los labios tan rojos, como dos babosas ensangrentadas. «De todo», le contesté, envalentonado. Entonces metió la mano en los tarros de golosinas y fue llenando mis bolsillos. También me regaló un balón nuevo.
Literatura en vena, Juan Carlos Ferrer
Tumbado en aquella sala, bajo una intensa luz, el equipo médico no da crédito. El hombre, un individuo de edad incierta, desesperado, devoró literalmente un ejemplar de Moby Dick. Todo apunta que corrió la misma suerte Madame Bovary; algunas letras todavía permanecen en sus labios. El nivel de verbos y el porcentaje de adverbios reflejan parámetros elevados. Las metáforas se han disparado y los microrrelatos son una amenaza. Al borde del paro cardíaco, mientras las palabras de Don Quijote se derraman, algunos versos de Lorca brotan del corazón. El paciente pide febrilmente, en un aliento final, unas páginas de Kafka.
Percepciones, Ángel Saiz
Nunca hubo un lugar mejor. Disfrutábamos de una superficie mullida, adaptada a nuestras figuras. Las pieles en permanente contacto. La brisa de tu aliento muy cerca de mi rostro. Olas de tela cálida sobre la piel. De vez en cuando ese fuego que lo encendía todo, para luego yacer exhaustos bajo las sombras.
Dos décadas después, el mismo espacio. Los muelles clavados en los riñones. Las sábanas que acaparas cuando crees que ya estoy dormida. A causa de tus ronquidos descanso poco, pienso mucho y alimento rencor. Hoy he planeado patentar imágenes de tu abdomen abultado como inhibidor de pasiones.