"No la llaméis la frontera irlandesa. No la pusimos nosotros, nos la impusieron los británicos. Es la frontera británica". Es lo que nos repiten los norirlandeses e irlandeses de la zona, sobre todo y muy especialmente, los católicos.
Acabo de volver de Irlanda del Norte, doce días recorriendo los condados fronterizos para un reportaje de En Portada y, también, para los telediarios. Y aquí escribo algunas impresiones y reflexiones que me traigo. Algunas de este viaje, otras del poso que dejan varias visitas en casi tres décadas, desde que fui por primera vez a esas tierras en 1990.
Irlanda del Norte es uno de esos muchos lugares en el mundo donde las palabras son minas que van explotando según avanza la conversación. Ya el nombre de ese territorio te coloca a un lado u otro del debate/conflicto. Es el país de las "/".
Si dices Irlanda del Norte o, mucho peor, Ulster, te colocas en el lado de los británicos y los unionistas porque le reconoces una entidad que los irlandeses católicos/nacionalistas rechazan porque sería claudicar, aceptar la división que impuso el gobierno británico, hace prácticamente un siglo, entre los seis condados de mayoría protestante/unionista y el resto de la isla. Para católicos y nacionalistas irlandeses el orden de los factores altera muchísimo el producto: no es lo mismo Irlanda del Norte (nombre oficial) que el norte de Irlanda. O "los condados del norte". Si se te ocurre decir Ulster es ya que eres una provocadora. Porque el Ulster lo forman nueve condados, seis -los de mayoría protestante- se quedaron bajo soberanía británica, pero los otros tres -los de mayoría católica- se integraron a la hoy República de Irlanda.
Todos estos matices son de lo poco visible en esta frontera política hoy prácticamente invisible físicamente.
Derruidas las torres militares de vigilancia y destruidos, vacíos o reconvertidos los puestos de control a consecuencia de los acuerdos de paz de 1998, hoy lo poco que queda visible en las carreteras principales que cruzan esa frontera son los carteles de "Bienvenido a Irlanda del Norte", en el lado británico, y, en el lado de la República de Irlanda, "Bienvenido al Condado X", reconocemos -es el mensaje de la R de I- que has cambiado de condado, no de país. Los carteles están solo en inglés en el lado británico, en bilingüe (inglés y gaélico irlandés), en el lado de la república.
Esas son las pocas indicaciones hoy de que existe esa frontera. Esos carteles y la señalización de límite de velocidad que te advierte de que los límites son en Km/h, en la república, y en en millas en el lado británico. No vaya a ser que te dé por pisar el acelerados y ponerte a 80 o 100 millas/horas, que vendrían a ser 128 y 161 Km/h.
"La frontera física desapareció, pero sigue en nuestras mentes. Es una cicatriz abierta aún".
Así lo describió uno de los activistas contra el brexit, William Hanbury-Tenison, quien para protestar recorrió esa frontera a pie a los pocos meses de celebrarse el referéndum . Lo contacté porque quería que nos guiara y acompañara en parte de nuestra road movie, pero, ¡qué mala suerte! precisamente al día siguiente de llegar nosotros él se fue por trabajo a Hong Kong.
La cicatriz de la frontera, de la partición impuesta en la isla y de las décadas de una cuasi guerra civil que, eufemismo entre los eufemismos, llaman "the troubles" (los problemas/disturbios) está mucho más presente cuanto mayor es la gente con quien hablas. Menos entre los jóvenes que han crecido después de los acuerdos de paz del Viernes Santo (10 de abril de 1998). Y aún hay miedo a hablar. Una pregunta habitual cuando contactaba personas que nos interesaban para el reportaje era si el reportaje se vería solo en España o también en Irlanda. Aún recelan de dar su opinión en público.
"Es un proceso de paz, no paz, por eso hay que ir con mucho cuidado aún", es otra de las advertencia que me ha hecho más de un interlocutor.
Pocas veces trascienden al extranjero porque raras veces producen muertos, pero sigue habiendo altercados. Aterrizamos en Irlanda apenas una semana después de que una facción disidente del IRA estallara un coche bomba delante de los juzgados de Derry/Londonderry (el país de las "/"). Al día siguiente, se produjo un asesinato, presuntamente intra-sectario, dentro de los unionistas de East Belfast, unos días después asistimos al servicio y cortejo fúnebre en su barrio. Y apenas aterrizados de vuelta a España me entero de otro ataque típico dentro de los católicos: el tiro en la pierna. Se mantienen los "escarmientos" dentro de la propia comunidad, del propio barrio. La violencia política se ha mezclado o reconvertido en ajustes de cuentas dentro del crimen común, a menudo vinculado al tráfico de drogas.
En este contexto los irlandeses mayores temen o están convencidos de que, si vuelve a haber puestos de control con uniformados británicos, volverá la violencia, aunque sea de pocos disidentes. "Será una provocación" insisten en el lado católico.
¡¿Dar marcha atrás?!
Ese es el sentimiento, la perplejidad general que nos hemos encontrado en nuestro recorrido entre los partidarios de seguir en la Unión Europea, que fueron mayoría en Irlanda del Norte en el referéndum de junio de 2016:
Seguir en la UE: 55,8%
Salir de la UE: 44,2%
Para miles de personas que viven en los condados fronterizos no se trata de Irlanda del norte o del sur, sino de una comunidad fronteriza que hace su día a día a caballo de esa frontera invisible: viven en un lado y trabajan en el otro. Sufren una enfermedad en un lado y los tratan en el otro, comercian en ambos lados, residen en un lado y estudian o juegan al fútbol en el otro...
Y lo más difícil de asimilar por incongruente: el gobierno británico, el irlandés y la Unión Europea, es decir, todos nosotros en tanto que contribuyentes de la UE, llevamos veinte años destinando dinero a fomentar esa cooperación, a borrar esa barrera física y psicológica para así asentar esa paz que aún es frágil. Es más, los acuerdos de paz se firmaron después de la entrada en vigor del Tratado de Maastricht (1 de enero de 1993) y con él las cuatro famosas libertades de movimiento de personas, bienes, capitales y servicios. Cuatro libertades que van juntas, ningún país miembro puedes aceptar una y negar otra. Y antes de Maastricht ya existía en la isla "la zona de libre tránsito". Los acuerdos de paz se alcanzaron y redactaron dando por sentado que nunca se alteraría esa libertad de tránsito, que nunca volverían los controles fronterizos y las aduanas.
¿Y por qué tendrían que volver?
Cuando el Reino Unido abandone la Unión Europea esa frontera hoy invisible se convertirá en una frontera de la UE, es decir, de los 27 países que nos quedamos. Si el Reino Unido se va sin un acuerdo comercial y aduanero que asegure que todo lo que entra en su territorio cumple con las normas de importación de la UE, la UE deberá tener un mecanismo para controlar qué entra en la República de Irlanda, en la UE . Si descartamos la opción de restablecer los controles dentro de la isla, e Irlanda del Norte sigue perteneciendo al Reino Unido, la propuesta acordada es que entonces el Reino Unido o, por lo menos, Irlanda del Norte, siga cumpliendo esas normas. El celebérrimo backstop.
¿Cuál es el problema?
Que los partidarios del brexit no han montado todo esto para que el Reino Unido siga cumpliendo esas normas y, encima, sin tener ya voz cuando se modifiquen.
¿Y si solo sigue esa pequeña porción que es Irlanda del Norte?
Ningún problema dicen los norirlandeses con quienes hemos hablado, pro y contra brexit, pero ahí entra el DUP. El partido más radical dentro del unionismo, el partido de Ian Paisley. Partido que circunstancialmente es vital para la supervivencia del gobierno de Theresa May porque su mayoría parlamentaria depende de los diez diputados del DUP en el parlamento británico.
¿Por qué se opone el DUP?
Porque, argumentan, eso sería una frontera (económico-aduanera) con la Gran Bretaña y, el quid de la cuestión, rompería la unidad del Reino Unido. Perdón por la redundancia involuntaria.
¡Menuda hipocresía! Responden los irlandeses que no votan al DUP. Y lo dicen tanto partidarios como detractores del brexit, católicos y protestantes. "¡Menuda hipocresía! Si tanto le importa la unidad del RU ¿por qué se empeña el DUP en que sigamos siendo la única parte (la única home nation) donde sigue estando prohibido el aborto y el matrimonio homosexual. Para seguir contra los derechos de las mujeres y del colectivo LGTB al DUP no les importa romper la unidad".
"El actual acuerdo es muy bueno para Irlanda del Norte porque nos beneficiaríamos de lo mejor de los dos mundos: económicamente y en movilidad seguiríamos siendo del Reino Unido y de la UE. Que el DUP lo bloqueé es la prueba de que no defiende nuestros intereses, sino los suyos partidistas". Así lo resumió uno de los ganaderos de la frontera más activos contra la salida de la UE.
Y en esas estamos.
Yo tengo la sensación de que cuando la mayoría de británicos, sobre todo los ingleses, que son más del 80% del electorado, abogaron y eligieron salir del Unión Europea se olvidaron de que tenían una frontera terrestre con la UE y que, además, es una frontera trágicamente complicada. Así se lo he transmitido a todos mis interlocutores estos días de road movie. "No es que se olvidaran -me dicen- es que nunca les hemos importado". Y este de abandono es otro sentimiento generalizado tanto entre pro como anti brexit, católicos y protestantes.
Nota importante de este cuaderno de viaje: He intentado durante más de tres semanas que algún militante, activista o simpatizante del DUP compartiera su punto de vista en nuestro reportaje y no ha habido manera. Ni conversaciones telefónicas, ni emails, ni visitas a distintas sedes del partido han dado fruto. Silencio por respuesta.