Escobar, el narco que puso de rodillas al Estado

Minutos antes de su muerte, Pablo Escobar habla por teléfono con su esposa y con su hijo. Su familia está recluida en el Hotel Tequendama, en el centro de Bogotá. Escobar les cuenta sus inquietudes, les dice qué hacer y qué no hacer, luego de que ambos fueran prácticamente bajados de un avión cuando intentaban abandonar Colombia rumbo a Alemania.

El mayor narcotraficante de la historia está inquieto. Lleva semanas huyendo de la policía, cambiando de escondite como si fuera un vulgar delincuente, y no el poderosísimo jefe cartel de Medellín. Cuando habla con su hijo, Escobar escucha un ruido y se despide. Le dice que pasa algo raro, que luego lo vuelve a llamar, y cuelga, sin más. El hombre que puso de rodillas al Estado colombiano, huele, por enésima vez, el peligro. Ese sexto sentido para intuir que algo va mal, para sortear al enemigo, para esquivar la ley, lo desarrolló Pablo desde joven. Lo hizo cuando empezó a robar lápidas en los cementerios para vender el mármol y sacarse unos pesos; lo hizo cuando se metió en el contrabando de tabaco y de alcohol; y lo hizo, por su puesto, cuando comenzó a traer pasta de coca de Bolivia y Perú a través de Ecuador, escondiendo la mercancía en las llantas de los camiones.

PABLO ESCOBAR MUERTOEscobar, junto al policía que lo mató

 

Cuando cuelga el teléfono, Escobar sigue escuchando un ruido sospechoso. Segundos después, los hombres del Bloque de Búsqueda de la Policía, a los que había burlado durante años, tiran la puerta abajo. El primero en caer es el escolta del capo. Escobar esquiva las balas y salta, por una ventana, al tejado de aquella casa humilde del barrio Los Olivos de Medellín. El mismo tejado donde, un instante después, una bala impacta de lleno en la cabeza del narcotraficante más temido que ha existido en Colombia.

Escobar yace en el suelo. Su imagen - muchos kilos de más, el pelo ensortijado, más largo de lo normal, camiseta azul oscuro, vaqueros azul claro- se cuela más tarde en los informativos de todo el país. Cuando la tecnología lo permite, el cuerpo doblado de Pablo se cuela también en los hogares de medio mundo. El policía que lo mató posa junto al narcotraficante. Se le ve altivo, orgulloso, como un cazador junto a su presa. A esa hora, en el hotel Tequendama, la mujer y el hijo del capo esperan la llamada que nunca llega. Luego supieron de la muerte del cabeza de familia. Luego supieron, también, que cuando la policía los llevó al hotel Tequendama, propiedad del Ejército, se desalojaron todas las habitaciones. Un equipo del bloque de búsqueda se había instalado en el hotel rastreando las llamadas de Pablo. Y aquel 2 de diciembre de 1993, por fin, Escobar cometió el gran error de su vida. Justo un día después de su cumpleaños, desesperado y acorralado, buscó consuelo en la voz de los suyos. Les llamó. Y esa llamada duró el tiempo suficiente para que los agentes lo ubicaran en uno de los cientos de escondites que tenía en Medellín.

PABLO ESCOBAR 1Pablo Escobar en su época de congresista

 

La muerte de Pablo Escobar Gaviria conmocionó a Colombia. La mayoría del país lloró de alegría, pensando que aquella imagen del cadáver, inerte, del narcotraficante, era también la instantánea del final de los coches bomba, de las masacres, de los secuestros, del chantaje a jueces, políticos y periodistas. Se calcula que Pablo Escobar es responsable directo de la muerte de más 5 mil personas. Su curriculum es para echarse a temblar. Escobar ordenó la explosión, en pleno vuelo, de un avión de Avianca en 1989. Y lo hizo simplemente porque pensaba que en ese vuelo viajaba César Gaviria, en ese entonces, candidato presidencial. Ordenó matar a varios candidatos presidenciales, a ministros de justicia, al director del periódico que desveló, cuando era congresista, sus vínculos con el narcotráfico. Y como el diario El espectador no se doblegó a su chantaje y siguió denunciando sus desmanes, Escobar pensó que la muerte del director no era suficiente escarmiento. Así que ordenó activar un coche bomba frente a la sede del diario. Por supuesto, lo reventó.

En esa época de terror, en plena guerra contra el Estado, Escobar puso precio a cada policía. Colombia dejaba atrás la década del 80 y se internaba, muerta de miedo, en los 90. El jefe del Cartel de Medellín ofreció 2 millones de pesos (más de 700 euros al cambio de hoy), por cada policía asesinado. Sus sicarios afinaron la puntería. Hicieron el agosto. Se calcula que sólo en la capital de Antioquia, el motor económico del país, cayeron 450 agentes. Así que si hubo un colectivo que celebró, más que ningún otro, la caída del capo, fue la Policía Nacional de Colombia.

Sin embargo, la muerte de Pablo también la lloró otra parte, mucho más reducida, del país. Resulta paradójico, pero al mayor asesino que se ha visto por estos lares también lo adoraban cientos de personas. Escobar era querido, literalmente, adorado, en muchos barrios de Medellín. Barrios pobres donde el capo construyó más de doscientas viviendas para ciudadanos que antes vivían en Moravia, el mayor basurero de la ciudad. En esos barrios, el jefe del cartel construyó y entregó a la comunidad más de cincuenta campos de fútbol, pagó la escolarización de niños, costeó de su bolsillo los regalos de Navidad, organizó verbenas y fiestas para toda la comunidad. En una de esas comunas, haciendo campaña con su partido, Alternativa Liberal, un periodista le preguntó a Escobar quiénes eran sus mejores amigos. “Mis mejores amigos -respondió Pablo- están en la comunidad de los tugurios, en el basurero municipal”. Cientos de esos amigos de los tugurios formaban parte de aquel río de gente que acompañó el féretro de Escobar, años después, camino del cementerio.

Veinte años después de su muerte, en Medellín sigue existiendo un barrio donde lo adoran. Es el barrio Pablo Escobar. Y allí siguen viviendo aquellas familias, ahora con hijos y nietos, a los que Escobar sacó de aquel tugurio inhumano llamado Moravia, donde decenas de familias construyeron infraviviendas de madera y latón, levantadas literalmente sobre toneladas de escombro del basurero de la ciudad. Francisco Flores e Irene Gaviria descansan en un banco de la cuesta que, veinte metros más arriba, les lleva directamente a su casa. Es un matrimonio convencional, humilde, de los que trabajó toda su vida y que ahora enfila, pasados ambos los ochenta, la recta final de su vida. Francisco hace memoria cuando le preguntamos por Pablo. “Fue una persona buena, para nosotros fue una persona buena”- responde. “Nos dijo que nos iba a dar una casita, y véala, véala, ahí está. Él le hizo un favor inmenso a la pobrería, a los que no teníamos donde vivir. Y nos trajo hasta acá. Dios lo tenga coronado”. Ni Francisco ni Irene, ni el resto de los vecinos del barrio, ven a Escobar como el hombre que llevó a la tumba a miles de colombianos. Y por supuesto, cuando se les pregunta por los negocios del capo, por el dinero del narcotráfico con el que construyó aquellas casas, todos afirman que no sabían de sus negocios, que lo juzgan por los hechos. Y los hechos dicen que, al menos en este barrio de Medellín, a Escobar se le venera como a un santo.

Lejos del barrio Pablo Escobar, en el Poblado, la zona noble de Medellín, vive Gustavo Salazar. Salazar es el antiguo abogado del narcotraficante. Han pasado dos décadas desde el entierro de su cliente más famoso. Pero ni el paso del tiempo, ni el juicio de la historia, ni la perspectiva que dan veinte años para ver el daño que produjo al país, impiden que este polémico experto en leyes defienda, hoy, parte de su legado. “Se demuestra que tuvo sensibilidad social –sostiene el letrado- se preocupó por construirle cancha a los niños pobres, por darle vivienda a las familias pobres y por llevar alegría a los barrios populares”. Salazar conoció a Pablo Escobar en 1984. El capo lo contrató poco después de la muerte del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla. Escobar había ordenado la muerte de Bonilla para lanzar un mensaje al Estado: si se aprobaba la extradición de los narcotraficantes a Estados Unidos, se abriría una guerra total contra el establecimiento colombiano. Eran tiempos en los que el hombre fuerte del cartel de Medellín repetía, casi a diario, que prefería una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos. Lara Bonilla había destapado, como también lo había hecho el diario El Espectador, las conexiones de aquel ciudadano entrado en kilos, de bigote y pelo rizado, con el narcotráfico. Esa denuncia se hizo, además, cuando Escobar era congresista. Tras ese episodio tuvo que renunciar a su escaño. Perdió la inmunidad parlamentaria y ahí comenzó su otra vida, la de la huida permanente del cerco policial. “Por supuesto que cometió errores, no era un santo –puntualiza Gaviria-, pero para mí fue un gran hombre. Le gustaba mucho la marihuanita, eso sí. El punto flaco de Pablo Escobar era que le gustaba mucho la marihuana y que dormía hasta muy tarde. Era un hombre sencillo, un hombre campesino, de pocas palabras”.

PABLO ESCOBAR 2
Escobar, tras las rejas en la cárcel "La Catedral"

 

Tal vez Escobar hablara poco, pero cuando hablaba, sentenciaba. Lo sabe bien, por ejemplo, el ex presidente Andrés Pastrana. Cuando apenas tenía 33 años y era candidato a la alcaldía de Bogotá, Escobar ordenó su secuestro. A Pastrana lo cazaron sin dificultad, lo subieron en un coche, lo escondieron en el maletero, y allí dentro transitó durante una hora. Luego lo bajaron del vehículo y lo arrastraron hasta un helicóptero. Una hora después, el aparato aterrizó en una vereda de Medellín. Pastrana pasó allí una semana vigilado por varios sicarios del cartel de Medellín. “Cada momento pensaba que al minuto siguiente me iban a matar”- recuerda hoy el ex mandatario. Una noche, a la una de la madrugada, uno de los guardianes dijo, sin querer: “Como ordene, don Pablo”. Esa indiscreción convenció a Pastrana de que el propio Escobar estaba en aquella caleta húmeda y fría de las montañas de Antioquia. Poco después, el propio Escobar se plantó delante de Pastrana. Conversaron durante toda la madrugada, de una a seis de la mañana. “Fue un diálogo cordial, hablamos de política, de sus peticiones, de la extradición de los narcotraficantes a Estados Unidos, del tráfico de cocaína. Cuando se fue, se despidió educadamente y en voz alta le dijo a los sicarios: si se intenta fugar, me lo matan”. Algunos días después, Pastrana logró escapar en una rocambolesca huida que explica al detalle en su libro de memorias, recién publicado.

ANDRÉS PASTRANA LIBERADOAndrés Pastrana, tras  su liberación

 

Fidel Cano, el director de El Espectador, tiene varios episodios grabados en la memoria sobre aquella época convulsa de la guerra a muerte que Pablo Escobar le declaró al Estado. Pero hay dos hechos imposibles de olvidar, grabados a sangre y fuego. El primero tiene que ver con la muerte de Don Guillermo Cano, su tío, por aquel entonces, director del periódico. Escobar contrató a un par de sicarios y aquella noche de diciembre de 1986 cumplieron bien su misión. Ejecutaron la secuencia que tenían planeada de antemano: se acercaron al coche de Don Guillermo, sacaron la recortada, lo ametrallaron, y enterraron, para siempre, la pluma crítica que había desnudado los crímenes y abusos del intocable jefe del Cartel de Medellín. “El día del entierro –recuerda Fidel- hubo una marea de pañuelos blancos al paso del féretro. Poco después hubo un apagón informativo. Ningún medio publicó nada en señal de duelo. Ese día sentimos en carne propia el poder de la mafia, porque nunca antes se había asesinado a un periodista tan relevante como Don Guillermo”.

BOMBA EL ESPECTADORRedacción de El Espectador tras la bomba

 

El periódico, sin embargo, sobrevivió a la muerte de su emblemático director. Y sobrevivió, también, al coche bomba que otros sicarios de Escobar colocaron frente a la sede del rotativo. La explosión dejó muertos y arrasó la redacción. Pero, con las heridas todavía abiertas, los que sobrevivieron se propusieron que aquel bombazo no sería el epílogo triste a la historia valiente de El Espectador. “La bomba fue el momento más duro que yo recuerdo, porque fue como ver que habíamos perdido. Realmente –prosigue Cano- ver el edificio en esas condiciones, hacía pensar que ya iba a ser imposible continuar. Pero por fortuna ese día entre todos los periodistas, entre todos los trabajadores, limpiamos la redacción y logramos salir con una edición al día siguiente. Ese deseo de todos fue como el impulso para salir adelante. Yo creo que si El Espectador no sale al día siguiente con un periódico, hubiera sido casi imposible continuar”.

El Espectador, no obstante, salió al día siguiente y sigue saliendo hasta el día de hoy. Veinte años después de la muerte de Pablo Escobar, el diario ha sobrevivido al jefe del Cartel de Medellín, y ha sobrevivido también a decenas de narcos que finalmente cayeron, pero que amenazaron sin pudor a la prensa cada vez que un medio se atrevía a tocar sus intereses o a desvelar sus oscuros negocios. La muerte de Pablo cambió muchas cosas, y entre ellas, la manera de actuar de la policía. “A partir de ese diciembre del 93, la policía da un giro radical en la lucha contra el narcotráfico. Se especializan en inteligencia, se dan cuenta de que la inteligencia es el punto de inflexión para poder acabar con los carteles”. Quien habla es Jineth Bedoya, una de las periodistas colombianas que más agallas le ha echado al asunto de investigar a los criminales de este país, a las guerrillas, a los paramilitares, a los policías y militares corruptos y a las decenas, por no decir centenares de narcotraficantes que surgieron tras la caída del cártel de Medellín.


Jineth acaba de publicar un libro junto a otros periodistas del diario El Tiempo. Blanco neutralizado explica en 300 páginas cómo ha sido la lucha contra el narcotráfico en las últimas décadas. De esa investigación se desprende que la lucha contra las drogas ha dejado más de veinte mil muertos, y que en las dos últimas décadas se han invertido más de diez mil millones de dólares para enfrentar ese flagelo. Para Jineth, sin embargo, la eterna lucha contra las drogas ha tenido un precio mucho mayor. “Yo creo que el costo más grande que hemos pagado los colombianos es la estigmatización. A nivel mundial no nos conocen como los grandes investigadores, o como las personas pujantes, sino como los narcos. Si uno llega a un aeropuerto de cualquier lugar del mundo –añade- lo primero que piensan es que uno va cargado con droga. Y cuando le ven el pasaporte que dice que eres de Colombia, el trato no es igual al de cualquier otro ciudadano del mundo. Creo que esa estigmatización que nos ha dejado la mafia va a ser muy difícil quitarla porque ya estamos marcados”.

La periodista colombiana asegura también que no todo han sido malas noticias en esta lucha contra los grandes capos del narcotráfico. Cuando cayó el cartel de Medellín, el bloque de búsqueda que aniquiló a Escobar puso su mira en los archienemigos de Pablo: el cartel de Cali, de los hermanos Rodríguez Orejuela. Tardaron en caer, pero cayeron, como lo hicieron también en los años siguientes destacados narcotraficantes como Don Berna, Cuchillo, Jabón o Don Mario. La muerte de Escobar los puso sobre aviso. Los nuevos narcos no tratan de exponerse, buscan un bajo perfil. No ostentan, no salen en revistas de la jet set, no presumen en público de coches deportivos italianos o de caballos de pura raza. Se alejan de los focos y del papel cuché. Y se alejan también de la policía porque muchos de ellos viven en zonas fronterizas e incluso fuera de Colombia. Bedoya resume así ese cambio de vida: “Se encuentran con que toda esa ostentación, todo eso que rodeaba a Pablo Escobar Gaviria, en últimas fue lo que lo llevó al declive. Y empiezan a ser unos narcotraficantes mucho más moderados, empiezan a aliarse con estructuras que son legales en Colombia, permean completamente a las empresas, a las entidades legales en las cuales pueden lavar su dinero y tener toda una fachada”.

Dos décadas después de la caída del capo entre capos, las heridas siguen abiertas. Y algunas no terminan de cicatrizar porque los medios tampoco ayudan demasiado. Las series de narcos, la cultura del dinero fácil, de los cuerpos de mujeres moldeados por un bisturí que pagan los dólares del narcotráfico, triunfan en Colombia. Para las cadenas son un negocio seguro. Saben que la audiencia consume ese tipo de historias, saben que el guión del camino corto para llegar muy arriba, de los placeres sin medida, de la adrenalina de la persecución policial, gustan mucho en un país que no termina de quitarse ese estigma de la cultura del narco.

Hace tan sólo unos meses terminó otro de esos culebrones. Su título: Pablo Escobar: el patrón del mal. La telenovela en torno a la vida del hombre que exportó el 70% de la droga que llegaba a Estados Unidos, del hombre al que Forbes colocó entre los más ricos del mundo, fue, también, un éxito rotundo; tanto, que se ha exportado, con el mismo éxito, a varios países latinoamericanos.
En el cementerio municipal de Medellín, Federico Arroyave mueve la escoba mientras admite que él, también vio esa serie. Federico es un hombre entrado en años que conoció bien al Patrón. Lleva tiempo limpiando el suelo alrededor de su tumba. La familia de Escobar le paga para que todo esté en orden, para que haya flores junto a una lápida que dice: Pablo Emilio Escobar Gaviria (1.12.1949 - 2.12.1993). Es fácil echar la cuenta. Federico lleva 20 años poniendo flores al capo. Los mismos que lleva Colombia intentando olvidar sus masacres, cerrar sus heridas, y sacar algo alegre de aquella lección triste que le dejó la historia.

 

La paz de Santos

Mesa diálogo oslo

Negociadores del Gobierno y las FARC

Dicen los que le conocen que Juan Manuel Santos es un temible jugador de póker. Más de un empresario puede dar fe de su pericia, puesta en práctica los fines de semana en el exclusivo Country Club del norte de Bogotá. Paciencia, calma, ningún gesto facial que dé pistas al enemigo. Todo eso y esperar la mano buena mientras se apura, sin prisas, un buen trago de whisky.  Santos, que nació en cuna de oro y no por eso hay que culparlo, también aprendió a negociar desde
muy joven. Su primer trabajo tras licenciarse fue en Londres,  cuando lo nombraron representante de la Federación del Café con apenas veintitantos años. En la capital británica aprendió pronto que no siempre se gana y no siempre se pierde, y que así como el precio del café sube y baja en la bolsa, hay que tener la paciencia suficiente para abordar las grandes decisiones.

El Presidente, hace unos meses, tomó una gran decisión: iniciar contactos exploratorios con la guerrilla de las FARC para acabar un conflicto que dura ya medio siglo. Es, sin duda, una de esas decisiones que marcan un mandato y la vida política de un servidor público. El Presidente reitera, siempre que puede, que los astros están alineados, que ésta es la ocasión buena para lograr la paz, y que un gobernante que ve opciones de lograrla no puede perdonarse el no intentarlo. Pocos días después de que el Gobierno y la guerrilla se sentaran formalmente en la misma mesa en un hotel a las afueras de Oslo, la Colombia académica y la Colombia de la calle analiza al detalle el futuro del Presidente. Y no hay demasiadas opciones. Unos piensan que si logra la paz, definitivamente pasará a los libros de historia. Otros sospechan que si se tuercen los diálogos, Santos habrá jugado de farol y habrá perdido su más importante partida de póker, enterrando una carrera política que le hubiera
permitido presentarse a la reelección en las presidenciales de 2014, prolongando otros 4 años ese programa político que él define como la “prosperidad democrática”.

La mano de póker más importante de su vida apenas acaba de comenzar. Al otro lado de la mesa están las FARC, un adversario temible. Y cada uno tiene 5 cartas pactadas en los diálogos exploratorios de Cuba: las tierras, la participación política de la guerrilla, la reinserción de los guerrilleros, el narcotráfico y las víctimas. Santos, que en el póker siempre demostró paciencia, no quiere ahora una partida eterna. Está dispuesto a negociar meses, pero no años. En realidad el Presidente no quiere nada que se parezca a los diálogos del Caguán, el fracasado proceso de paz que
puso en marcha el ex presidente Pastrana y que se prolongó durante casi 4 años sin ningún tipo de acuerdo.   

Que la partida no será fácil lo puso de manifiesto Iván Márquez, el número dos de la guerrilla, en la rueda de prensa de Oslo. Márquez, al que algunos ven como el halcón de las FARC ( su postura sobre los diálogos era, al parecer, mucho más crítica que la del propio “Timochenko”, el jefe del Secretariado) apenas habló de los 5 puntos pactados. Su discurso fue mucho más allá. Habló de cambiar el modelo económico, el gasto militar del Gobierno, criticó la inversión extranjera en Colombia, la extracción de los recursos naturales del país y citó con nombre y apellidos a empresarios colombianos que amasan fortunas y tierras mientras millones de campesinos pobres y desplazados se amontonan en el extrarradio de las grandes ciudades. Iván Márquez sacudió la mesa y puso algo de realidad a estos diálogos. Evidentemente, el portavoz de las FARC quería aprovechar el altavoz internacional de aquella rueda de prensa. Y su discurso puso a pensar al país (probablemente, también, al propio Presidente) en que esto que empieza no será nada fácil. Los
representantes de las FARC se presentaron como las víctimas, no como los victimarios. Dijeron ser luchadores del pueblo y por tanto, negaron cometer crímenes contra el pueblo. Aseguran no tener a ningún secuestrado, y reiteraron que no están metidos en el negocio del narcotráfico. Afirmaciones que nadie, salvo ellos, termina de creerse en Colombia, y que hieren a las familias de las víctimas del conflicto. Sobre la mesa, sin cámaras, saldrán los reproches mutuos: las afirmaciones del Gobierno, las pruebas de que la guerrilla se financia con la cocaína y con la minería ilegal; la larga lista de civiles secuestrados por motivos extorsivos de los que nadie sabe nada desde hace años; los crímenes de lesa humanidad que han cometido algunos de los jefes de las FARC que se han sentado a negociar la paz. Y saldrán también los reproches de la guerrilla: los vínculos históricos de altos miembros del Ejército con los paramilitares, las alianzas perversas de generales, en activo y en retiro, con grupos ilegales de extrema derecha que cometieron matanzas y desplazaron a campesinos. En la mesa saldrán también dudas legítimas: ¿obedecerán todos los frentes guerrilleros las decisiones que adopten las FARC en Cuba? ¿Abandonarán el lucrativo negocio del narcotráfico o algunos seguirán metidos en el tráfico de drogas al servicio de otros grupos criminales? ¿Qué pasará con la justicia transicional? ¿Los jefes guerrilleros están dispuestos a cumplir algún tipo de pena, así sea simbólica, después de pasar décadas pegando tiros en la selva por una causa que ellos consideran legítima? ¿Está la sociedad colombiana preparada para ver a Timochenko e Iván Márquez sentados en el Congreso u optando a la presidencia del país? Y el Gobierno, ¿puede garantizar que los guerrilleros que se desmovilicen y quieran participar en la vida política, no sean masacrados como ocurrió, en los 80,  con los casi 4 mil muertos de la Unión Patriótica?

Hay muchas preguntas sin respuesta, y es probable que en la soledad de una sala, sin micrófonos ni periodistas que incordien, los representantes del Gobierno y los de las FARC se digan las cosas a la cara, dialoguen a calzón quitado, y sepan entonces qué líneas rojas no están dispuestos a  cruzar. En cualquier caso, las FARC deben saber que no se puede esperar a que se erradique la pobreza, a que se superen las desigualdades sociales, para que los colombianos dejen de matarse. Al contrario, el final de la violencia, la firma de la paz, permitiría ahorrar los recursos suficientes para lograr la anhelada justicia social. Y la guerrilla podría plantear y lograr todo eso desde una plataforma política, con un programa sometido al escrutinio de un pueblo que, en último término, es quien debe decidir qué partido y qué candidato le gobierna.

Se prevé una partida larga en Colombia. Y si no descarrila en el último momento, como le pasó a Pastrana con las mismas FARC, o a Ehud Barak con los palestinos, Santos podrá apurar con gusto otro sorbo de whisky. ¡Qué carajo! Si se logra la paz se debería repartir whisky y ron a todo el país, para que Colombia viva otro sueño, este vez prolongado, como cuando a Gabo le dieron el Nobel de Literatura y la resaca del día siguiente se tornó interminable; como cuando Lucho Herrera ganó la Vuelta a España subiendo puertos con la energía que le proporcionaban las tabletas de panela; o como cuando aquel equipo de fútbol de los Córdoba, Valderrama, Leonel o Asprilla silenció a Argentina con cinco goles que todavía resuenan por las calles del país. Colombia merece la paz, aunque le cueste levantarse por una resaca histórica y pierda algún punto del PIB por los litros de trago que le regaló el Gobierno.   

 

Ecuador, Europa, Estados Unidos y el caso Assange

Cuando este miércoles Rafael Correa recibió, por enésima vez en los últimos días,  a la prensa extranjera en el Palacio de Carondelet, la sede de la Presidencia, lo hizo con esta frase: “Bienvenidos a un país como Ecuador, donde reina la libertad de expresión y la libertad de prensa”. La frase tiene su cosa, y también su efecto boomerang, según por donde se mire. Ante los periodistas de fuera, Correa quiere proyectar la imagen de defensor de esas libertades fundamentales que encierra el ejercicio del periodismo, y de la que todos somos partícipes, seamos o no periodistas. Uno tiene libertad para hablar, comunicar y explicar las cosas. Correa entiende que a Julian Assange, el fundador de Wikileaks,  lo quieren encarcelar por eso, por divulgar a la opinión pública secretos de Estado que hicieron temblar hace unos meses a la diplomacia estadounidense y a muchos países del mundo. También están, efectivamente, los delitos sexuales por los que se le investiga en Suecia. Dice Correa que él no quiere interferir en esa investigación, pero tiene claro que Suecia no ha dado garantías de no extraditarlo a otro país, hablemos claro, Estados Unidos, donde podrían condenarlo a muerte por sus revelaciones en Wikileaks.

 

Lo que sorprende a los periodistas extranjeros que cubrimos esta región, y que con relativa frecuencia viajamos a Quito, es esa bandera de la libertad de expresión que levanta el mandatario. Sorprende porque todos los que viajamos a Ecuador conocemos la enorme bronca del presidente con buena parte de los medios críticos privados. Y conocemos también esa polémica Ley de Prensa que ha aprobado su Gobierno, que está provocando el cierre de varios medios de comunicación en todo el territorio ecuatoriano. La oposición ecuatoriana lo tiene claro: argumenta que Correa ha otorgado el asilo diplomático a Julian Assange para lavar su imagen de perseguidor de los medios críticos. Sonado fue el caso (trascendió las fronteras ecuatorianas) de la demanda por más de 40 millones de dólares que el presidente interpuso, por injurias, contra un periodista del diario El Universal. Más de un opositor debe imaginarse a un presidente bilopar, que defiende fuera lo que persigue dentro.

 

Sin embargo, más allá de la polémica interna, Correa gana también proyección internacional. La concesión del asilo ha movilizado a la región latinoamericana. El ALBA y la UNASUR ya le han dado su apoyo, y probablemente la Organización de Estados Americanos, la OEA, se lo dé también este viernes cuando se reúna para estudiar la amenaza británica de asaltar la embajada y detener a Assange. Correa siempre ha dicho que él no es ni Castro ni Chávez, pero con el viejo revolucionario emprendiendo la recta final de su vida y la sombra del cáncer que pesa sobre el venezolano, muchos sectores de la izquierda latinoamericana ven a Correa como el político a seguir en el espectro regional. Correa comparte con Chávez y Castro su antiamericanismo, pese a que estudió Economía en una universidad estadounidense. Estos días, varios senadores yankees pedían, como medida de presión contra Ecuador, que su país rompiera el acuerdo de preferencias arancelarias que mantiene con Ecuador. Correa no se amilanó. Le dijo a los estadounidenses que deroguen ese acuerdo si quieren, y les ofreció cursos gratuitos en derechos humanos por parte de funcionarios ecuatorianos.

 

Más allá del tono, de cómo se digan las cosas o cómo se expliquen las decisiones, el asilo a Julian Assange muestra también otras cosas. América Latina camina cada vez más unida, pese a que en todo su territorio haya gobiernos de izquierda, de centroizquierda, de centroderecha y de derechas, sin matices. Lo demostró en su apoyo a Argentina por su reclamación de las Islas Malvinas, y lo ha demostrado ahora con el respaldo a Ecuador por el caso Assange. El enorme pedazo de tierra que va desde el Río Grande a Tierra del fuego es cada vez más autónomo, se ha quitado los complejos y desde luego quiere caminar sólo, sin la eterna sombra de dos grandes tutores como han sido Estados Unidos y la Unión Europea. La región sigue teniendo muchos problemas, pero tiene también todos los recursos con los que sueña un superpotencia. Tiene agua, minerales, petróleo y mucha tierra para cultivar. Latinoamérica es la región del mundo que mejor ha soportado los efectos de la crisis económica que sacudió a Estados Unidos y que tiene en vilo a toda Europa. Y aquí, con Brasil a la cabeza, tienen claro que se acabaron los tiempos del paternalismo porque saben caminar solos.

 

Para Europa, el caso Assange también trae reflexiones. Estos días, el presidente Correa y muchos analistas latinoamericanos ponen de relieve la doble moral del Reino Unido: hace una década larga se negó a extraditar a Augusto Pinochet a España, donde lo reclamaba el entonces juez Baltasar Garzón por crímenes contra la humanidad. Ahora, el ex juez y abogado de Assange ve cómo Londres pide a toda costa la entrega del australiano para extraditarlo a Suecia. El problema jurídico es complejo, y hoy lo cuenta estupendamente en un artículo del diario “El País” Javier Roldán Barbero, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Granada. La figura que emplea el Gobierno ecuatoriano para echar una mano a Assange, el “asilo diplomático”, no la reconocen los países europeos. Solamente tiene efectos jurídicos en el territorio americano, a través de la Convención de Caracas, de 1954. Y con ese argumento, el Reino Unido se niega a otorgar un salvoconducto a Julian Assange para que pueda abandonar la embajada ecuatoriana en Londres sin que sea apresado. No es de extrañar, pues, que la amenaza británica de asaltar la misión diplomática ecuatoriana para detener al fundador de Wikileaks y enviarlo a Suecia sentara como un tiro en este lado del charco. Suena a ruido de bota del militar de alto rango y aquí están convencidos de que ya no estamos en los tiempos de las colonias. Además el Reino unido se arriesga, como bien dice Correa, a quedarse sin argumentos si a algún aventurado le da por atacar las legaciones diplomáticas británicas en algún lugar del mundo. Tampoco ayudan los precedentes, el asalto a la embajada de España en Guatemala en 1984 o la toma de la embajada y el consulado americano en Teherán en 1979.

 

¿Solución a todo este embrollo? Más que jurídica (chocan los argumentos de ambas partes en torno al concepto de  “asilo diplomático”) parece que será política, negociada. Y en cuanto se calme la marea mediática y las aguas vuelvan a su cauce, probablemente se ponga fin a un impasse que no beneficia a nadie, ni a Ecuador, ni al Reino Unido, ni a Suecia, ni por supuesto, a Julian Assange, que se muestra bastante harto con los dos meses que lleva encerrado en la embajada. Y el fundador de Wikileaks no parece, ni mucho menos, tener la paciencia del cardenal Mindszenty, que permaneció 15 años en la embajada de Estados Unidos en Budapest.

Un cura y un adiós

De repente diez golpes secos, muy duros, atronaron en la casa parroquial. Rocío, la cocinera,  dejó el sancocho de gallina a medias. Salió nerviosa de la cocina y corrió a esconderse en la habitación. Se imaginaba, supongo,  otra balacera en el barrio. No sabía exactamente quién aporreaba la puerta con aquella intensidad. Fue Leonor, la secretaria del padre Juan, quien se dirigió sin titubear hacia la puerta. Quitó el candado y al desplazar el latón blanco vio la cara de Fernando. Fernando no es ninguno de los pandilleros que a veces acuden nerviosos a hablar con Juan, y cuyos modales no siempre son los más correctos. Fernando es un hombre ya adulto, con un ligero retraso, al que en el barrio Alfonso López , en la comuna 5 de Medellín, conocen cariñosamente como “El Loco”.

Leonor no le dio opción a explicarse. Le echó una enorme “vaciada”, que en el argot de esta zona viene a ser algo así como echar la bronca. Fernando se retiró un poco para capear el temporal. Luego explicó a grito limpio por qué casi derriba la puerta: “Es que me he enterado de que se va mi amigo Juan y estoy muy bravo”. Efectivamente, a Juan lo cambian de  parroquia y además de Fernando, todo el barrio está estos días entre bravo y apenado, con un sentimiento raro de explicar, una mezcla de tristeza, enojo y resignación.

Juan Sacristía

El padre Juan, en la sacristía, antes de oficiar su misa de despedida.

Juan Carlos Velásquez, el padre Juan, llegó al barrio de Alfonso López hace una década, con 28 años recién cumplidos.  Vino desde El Poblado, la zona más rica de Medellín, y aterrizó en la comuna 5, uno de esos barrios marginales que rodean la Capital de la Montaña, como conocen en Colombia a la segunda ciudad del país. A Juan lo conocí por trabajo, rodando un reportaje sobre la vida de las pandillas, o de los combos, en Medellín. Al segundo café, al segundo tintico, hablando de su vida, me contó que cuando lo enviaron a El Poblado, su primer destino, tuvo una crisis existencial. Pensó en dejarlo todo. No era posible que, queriendo marcharse a África, lo enviaran a la zona más exclusiva de la ciudad, donde centenares de casinos se mezclan con enormes torres de exclusivos apartamentos, donde los restaurantes de lujo se intercalan con los más elitistas rumbeaderos de Medellín.

Así que, cuando Juan aterrizó en Alfonso López, por fin debió pensar que Dios, con diez años de retraso,  le había puesto donde quería.   La comuna 5 es un lugar humilde, una zona de viviendas pobres que se elevan por la colina, una encima de otra, de manera que, desde lejos, uno tiene la impresión de que el barrio es una sucesión infinita de escalones de ladrillo rojo. La comuna 5, como muchos de los barrios pobres de la ciudad, se dibuja con trazos de muchos dramas. Aquí mezclan sus vidas familias desplazadas, gente de bien, trabajadores humildes, mujeres que ejercen de madre y de padre en familias desestructuradas, con cuatro o cinco hijos, muchos de ellos de distinto padre. Por sus calles bajan madres a primera hora de la mañana, cuando apenas sale el sol, para coger una buseta y largarse a trabajar como empleadas domésticas en las casas de los ricos. Cuando cae la tarde y el sol se esconde bajan también muchas chicas, bien vestidas y bien pintadas, para vender su cuerpo en locales de alterne, cómo no, por supuesto, ubicados estratégicamente en las zonas pudientes. En un lugar sin demasiadas oportunidades, estigmatizado, como todas las comunas, los jóvenes se mueven en el filo de la navaja. Si te desvías un poco, si abandonas las clases porque no puedes pagarlas o porque alguna “amistad” te ha convencido de que no sirven para nada, corres el riesgo de caer en un combo. Los combos son pandillas armadas, formadas por jóvenes que optaron por vidas demasiado intensas y demasiado cortas, por existencias al límite. Todo miembro de un combo sabe que su cuerpo acabará, antes de los 30,  con una lápida encima. Los chicos de los combos financian sus armas y sus vicios con el robo, el atraco y las “vacunas”, la extorsión que exigen a todos los comerciantes del barrio por preservar su seguridad. Ellos se sienten la ley. No creen en una fuerza oficial que, por otra parte, pisa muy poco esos barrios.

Juan iglesia llena

Interior de la parroquia de Alfonso López, durante la misa de despedida del padre Juan.

Este ambiente se encontró el padre Juan cuando aquel 14 de julio de 2002 entró por la puerta de la casa parroquial. El escenario invitaba a encerrarse y a evitar problemas, a bajar las escaleras hasta la iglesia, dar una misa y devolverse por el mismo camino hasta el salón de la casa parroquial. Juan sin embargo decidió que para resolver los problemas había que salir a buscarlos, antes de que le tocaran a la puerta. Y así fue como comenzó a patear el barrio, a caminar por sus estrechas callejuelas, a hablar con la gente y, sobre todo, a escuchar a la gente. Porque si algo ha hecho Juan Carlos en estos diez años ha sido escuchar, y sobre todo, no juzgar. Juan ha puesto su oreja a  disposición de las madres con problemas, de los hijos con problemas, de jóvenes delincuentes, de jóvenes asesinos, pero también de abuelos, ancianos, y jóvenes “sanos” que simplemente le querían compartir sus inquietudes. Y en un barrio lleno de desconfianzas, de repente la gente encontró a alguien en quien confiar.

 

Juan Exteriores iglesia

Exteriores de la parroquia durante la celebración de la misa.

En 10 años en Alfonso López,  Juan se ganó a la comunidad de muchas maneras. No solamente evangelizando, porque no hace falta ser católico ni creer en Dios para que te considere su amigo. Juan recaudó fondos de donde pudo, organizó comidas comunitarias, vendiendo platos de arroz, fríjol, carne molina, huevo frito, chorizo  y tajada de plátano. Cada una de aquellas bandejas paisas le sirvieron para construir, por ejemplo, una guardería infantil junto a la parroquia. No fue un capricho. Desde ese momento las jóvenes madres del barrio, chicas que quedaron embarazadas en plena adolescencia y que criaron solas a sus bebés, pudieron dejar a sus hijos de forma gratuita en la guardería mientras ellas, por fin, podían ponerse a trabajar. Juan también buscó la manera de ayudar a los jóvenes miembros de las pandillas. No sólo hablando con ellos, acercándose a sus casas y conociendo sus dramas. También se inventó  microproyectos para que vendieran, legalmente, bolsas de basura por el barrio. Esa dinero, esa platica, por escasa que fuera, les serviría para matar sus vicios sin tener que atracar o matar.

Juan abraza feligreses

Juan, abrazando a los feligreses al final de la misa.

Sin embargo, si hay un trabajo que todo el barrio le reconoce,  es su papel como mediador en el conflicto. El padre Juan se ha ganado un papel de pacificador entre los más de 300 combos que luchan por el control de los barrios de Medellín. Juan habla con unos y habla con otros, y las treguas que gesta son ráfagas de aire fresco para los barrios de la ciudad. En Medellín, la guerra de los combos dejó el año pasado 1600 muertos. En 2010 fueron más de 1900. Un año con varias treguas, como el pasado, necesariamente tiene que pesar en esa disminución del número de muertos. En esa tarea de gestor de paz, Juan puede pasar una mañana hablando con un ideólogo de los paramilitares en una cárcel de Medellín. Y esa misma tarde puede pasarla discutiendo de paz con un antiguo jefe de la guerrilla que entregó las armas hace tiempo.  Así es Juan, hijo de un escultor y estudiante de Bellas Artes. Sus años tallando figuras  de madera en un pequeño rincón de la parroquia le han convencido de que uno, con empeño, puede moldear la realidad.

Juan María Cecilia

Juan le escribe unas palabras a María Cecilia, vecina del barrio de 62 años.

Juan es, también, el antibritánico por excelencia. Se mueve por la vida sin reloj y sin ataduras, no entiende de puntualidad. Puede que llegue a una cita, puede que no. Lo digo yo, que lo conozco y lo he sufrido. Una vez lo necesitaba con cierta urgencia para preparar los papeles del visado con el que viajaría a España. En tres días le pude dejar unas cuarenta llamadas perdidas y una decena de mensajes, lo últimos (lo recuerdo perfectamente) en términos bastante groseros. No en vano, fue él quién me enseñó los peores insultos que se manejan en Medellín, para que fuera conociendo poco a poco cómo hablan los muchachos de los combos. Al cuarto día por fin me llamó. Básicamente para decirme que estaba reunido y que no me había podido atender. Pero ese huevón sin prisas es el mismo que en dos minutos te organiza una visita por el barrio, el que te mete en los peores cambuches para que veas cómo vive una familia de diez personas en 40 metros cuadrados, o el que te organiza un encuentro con pandilleros con apenas levantar el teléfono. Sólo a Juan se le ocurre también entrar a un cementerio, donde está enterrado su papá y también el narcotraficante Pablo Escobar, con Celia Cruz a todo volumen en los altavoces del coche, cantando aquello de que la vida es un carnaval…

Todo aquel que piense que la vida es desigual,

tiene que saber que no es así,

que la vida es una hermosura, hay que vivirla.

Todo aquel que piense que está solo y que está mal,

tiene que saber que no es así,

que en la vida no hay nadie solo, siempre hay alguien.

 Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval,

es más bello vivir cantando.

Oh, oh, oh, Ay, no hay que llorar,

que la vida es un carnaval

y las penas se van cantando.

 Ese cura que ronda ya los 40, amante de los rallyes y de la velocidad, melómano empedernido, tuvo el pasado domingo una misa de despedida. Cuando el reloj dirigía sus manillas hacia las 7 de la tarde, familias enteras bajaban las cuestas de Alfonso López, en silencio, para despedir al padre Juan. La iglesia, sobra decirlo, se quedó pequeña. La gente se sentó donde pudo, en las escaleras del altar, en la puerta de la sacristía, en los pasillos de entrada. Los monaguillos miraban aturdidos y sacaban sillas de plástico blanco mientras las señoras de mayor edad avanzaban como podían para colocarse en primera fila. Fuera, la plaza de Alfonso López, frente a la parroquia, era un hervidero de gente. Antonio Chica seguía preparando palomitas de maíz, como ha hecho durante los últimos 10 años. “La marcha de Juan es una gran pérdida, hacía un enorme trabajo social”- decía este sesentón del barrio que ve también los efectos económicos de su partida. “Mira cómo está la plaza, el próximo cura no atraerá a tanta gente y yo, evidentemente, haré menos negocio”. Las escaleras situadas frente a un lateral de la iglesia también estaban repletas. Allí escuchaban a Juan dos de los pillos, los malos del barrio, a los que entrevisté hace casi dos años para el reportaje de las pandillas. Ni siquiera durante la misa de despedida del padre ocultaron su lenguaje. “Como el próximo cura no trabaje en la calle, lo sacamos a bala”.

Sus palabras contrastan con la leyenda que cubre la parte superior de la iglesia: “Da más fuerza sentirse amado … que armado”. Abajo, en el altar, Juan cumplió con su misa y al final dedicó unas palabras de despedida a los feligreses. “Estoy seguro de algo: Dios no se equivocó al ponerme en esta comunidad. Gracias a todos por perdonar mis defectos, por permitirme construir parroquia, no como Dios, no como un supercura, sino como un hombre. En estos diez años vivimos en plenitud. Reímos, oramos, bailamos, gozamos, lloramos. Dejé de sentir a gente extraña para despedir a hermanos. Hace una década comenzamos a soñar, y ahora somos más soñadores”.

Juan escucha mariachis

Juan Carlos escucha el mariachi con el que le sorprendió la parroquia.

De su despedida me gustó especialmente una frase. “Nos atrevimos a marchar por la paz, a romper las barreras invisibles de los barrios, las fronteras inviolables que marcan los combos, cruzándolas con carreras de carros a rodillo”. Así fue, fueron los niños subidos en aquellos carros de madera quienes, en su inconsciencia, en aquellas competiciones que montaba Juan, le decían a los combos que una comunidad se construye sin muros, sin barreras que separen comunidades.

Juan Fernando el loco

Fernando "el Loco", con camiseta rosada,  vecino de Alfonso López, durante la misa.

Pero Juan comprendió definitivamente que la vida es un carnaval y que Celia Cruz tenía mucha razón, cuando concluyó la misa y dio la bendición para la salida. El barrio se la lió gora, muy gorda. Las lágrimas que recorrieron las mejillas de la parroquia durante toda la ceremonia se escondieron un rato para que los ojos de los feligreses vieran entrar, sorpresivamente, a un grupo de mariachis. De súbito, salieron de la sacristía y se pusieron delante de Juan, que ya se había quitado la sotana y se disponía a regresar a casa. Entonces sonó de todo y para todos. Sonó una versión de Roberto Carlos ("Tú eres mi amigo del alma realmente mi amigo"...); sonó aquello de "ojalá que te vaya bonito..."; y sonó también la Canción del Elegido, de Silvio Rodríguez ("no voy a hablarles de un hombre común, haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia, es una historia que tiene que ver con el curso de la vía láctea, es una historia enterrada, es sobre un ser de la nada...").

Por aquel entonces la gente cantaba mientras se acercaba para abrazar a Juan. Y el cantante de mariachis tuvo que interrumpir la música para decir: "Por favor, no nos atropellen, por favor, los abrazos al padre... después de la música". Nadie hizo caso. El grupo siguió tocando, más apretado que nunca, en la soledad de una esquina. Las notas seguían sonando y yo, por supuesto, contemplama escenas de realismo mágico, que para eso este país es Locombia, como dicen mis sobrinas. Juan había entregado tarjetas de despedida para toda la comunidad. Y ahora era la comunidad en pleno quien se acercaba a Juan para darle un abrazo y pedirle que le firmara un autógrafo en esa tarjeta de despedida. En eso estaba, por ejemplo, María Cecilia Calle, de 62 años, llorando desconsolada sobre el hombro del cura y pidiéndole que le escribiera unas palabras. Luego, cuando ya estaba más tranquila, me acerqué a ella y le pregunté por Juan. "Se nos llevan lo más preciado que ha llegado a este barrio. Trabajaba mucho con los muchachos difíciles, por decirlo de alguna manera... Y ese trabajo no se va a recuperar". Juan, entretanto, seguía dando abrazos y firmando papeles. Mayores y jóvenes se iban de allí a lágrima suelta, como si hubiera sido Falcao García, la estrella del fútbol colombiano, quien le hubiera regalado un autógrafo a un adolescente. De reprente el mariachi calló. El cantante le pidió a Juan que eligiera otro tema. A cinco metros, Jorge Ocha, un vecino del barrio algo pasado de ron, le gritó al cura: "Juan, pedí otra que yo pago, que aquí amanecemos, mijo". La música volvió a sonar y Fernando, el "loco" del barrio, el mismo que casi derriba a puñetazos la puerta de la casa parroquial diez horas antes, volvió a aplaudir y a mover su esqueleto. Hora y media después de acabada la misa, la música seguía sonando, la gente seguía llorando y Juan continuaba abrazando. Pero hasta Fernando el "Loco" se daba cuenta de que algo se le escapaba a la parroquia de entre las manos. Porque aquel domingo 24 de junio no había sido un domingo cualquiera. Se iba Juan, y todos interiorizaron que cuando se marcha un Padre, uno se siente  mucho más huérfano.

Refugiados

“Llegaron, delante de la niña y pum pum, lo mataron. Yo salí a las 12:45 de mi tierra. Aquí llegué a las 4:30 de la mañana”. Ha pasado más de una década desde que un escuadrón paramilitar ejecutó a sangre fría al marido de Patricia Landázuri. Patricia lo vio caer, y al recoger a su hija y huir por la parte trasera de la casa escuchó los tiros de gracia. Tres disparos secos le confirmaron que jamás vería a su marido. Ocurrió en Tumaco, una pequeña ciudad en la costa pacífica de Colombia, a escasos kilómetros de la frontera con Ecuador. Patricia caminó durante horas. Luego se subió a una pequeña canoa, sorteó como pudo las olas del Pacífico y se adentró por el brazo de mar que lleva hasta San Lorenzo. Cuando llegó a esta ciudad ecuatoriana, esta bella mujer de color, un huracán de fuerza y vitalidad, caminaba embarrada y desnuda, con su hija de dos años a cuestas.

Patricia Landázuri
Patricia Landázuri, la refugiada que acoge a refugiados.

 

El viaje de Patricia lo siguen haciendo estos días cientos de refugiados colombianos. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, calcula que cada mes unos 1200 colombianos huyen de su país por culpa de la violencia. Y en su huida cruzan a Ecuador por alguno de los 600 kilómetros de la frontera. Si hay un drama del refugio en Latinoamérica, se está dando, sin duda, en este punto del continente. En Ecuador hay, oficialmente, 56 mil refugiados reconocidos por el Estado. Pero hay otros cien mil colombianos en necesidad de protección internacional. Y hay cientos de personas en un limbo jurídico porque acaban de llegar, y ni siquiera saben cómo solicitar el estatus de refugiado. Cuando Ecuador te reconoce como refugiado, te permite movilidad por todo el país y te da los mismos derechos y obligaciones que a cualquier otro ciudadano ecuatoriano. Pero cuando no has podido solicitar los papeles, o cuando eres simplemente un solicitante pero no tienes el estatus de refugiado, tu situación se complica. La movilidad se reduce, no puedes moverte por el país por los controles de la policía, te arriesgas a que te deporten y, por supuesto, es mucho más complicado encontrar trabajo.

PAtricia , Yesenia y niño
Patricia, Yesenia (refugiada recién llegada a casa de Patricia) y su hijo de dos años.

 

En ese limbo jurídico se encuentra Armando Noriega*. Llegó hace apenas quince días pero vino solo. Su mujer y sus cuatro hijos, entre ellos una niña discapacitada, se quedaron en Tumaco. Tres hombres armados se plantaron en su casa a punta de pistola.  “Lo único que hice fue tirarme por la puerta de atrás, correr hasta donde mi mamá y esconderme hasta el otro día. Mi señora me llevó la ropa, y pude salir para acá”. La ropa de Armando, dos pantalones raídos y un par de camisetas, cuelga ahora del tendedero de un refugio temporal. Una ONG local le ha puesto un techo y un catre y le entregó 86 dólares para empezar a vivir. En dos semanas Armando ha gastado únicamente 6 dólares, así que ya tiene ahorrado parte del viaje para traer a su familia hasta aquí. El transporte por tierra desde el otro lado de la frontera y la embarcación por un tramo del Pacífico le cuesta 300 dólares. Sobra decir que su familia tuvo que salir de Tumaco, y que su esposa y sus cuatro hijos ya forman parte de los cuatro millones de desplazados internos que tiene Colombia.

Lo que ocurre en Tumaco debería avergonzar a quienes siguen pensando que en Colombia no hay una guerra. Los que viven allí se levantan con tiros, se acuestan escuchando tiros, y ven al día un par de muertos. Las familias con hijos jóvenes se arriesgan a que algún grupo armado toque a la puerta para reclutarlos. Y en Tumaco están, prácticamente, todos los grupos armados. Está la guerrilla y están los nuevos grupos paramilitares, los que eufemísticamente denominan ahora como “bandas emergentes”, “bancas criminales”, o en el argot policial, BACRIM. Todo un submundo armado con una única ideología, la que marca el narcotráfico. Tumaco es unos de los puntos de salida de la droga colombiana por el Pacífico. Y el control de esas rutas es lo que está desangrando a la ciudad. Un amigo cooperante, Víctor, ya de vuelta en Toledo, vivió varios años entre Tumaco y Bogotá. Recuerdo una cena en la casa de otra amiga, Esther, en la que Víctor comentaba su angustia, los motivos de su regreso a España. Básicamente habló de un desgaste brutal, de la tensión acumulada por ver cómo su gente se jugaba la vida a diario, retenidos muchas veces por combatientes heridos de los grupos armados que paraban sus vehículos a punta de pistola y exigían que los llevaran al pueblo más cercano. Con una arma apuntándote a la cabeza, de poco sirve explicarles que los vehículos de una ONG no suben a gente armada ni uniformada. La consecuencia, después, era tener que cancelar los proyectos en ese pueblo, porque los informantes de otro grupo armado veían a Victor y a sus chicos como cómplices del enemigo.

Niña refugiada
Refugiada colombiana de 7 años en San Lorenzo (Ecuador).

 

Los males de Tumaco se están reproduciendo al otro lado de la frontera. Cuando cae la noche, el brazo de mar que llega hasta San Lorenzo, en territorio ecuatoriano, es territorio de los grupos armados colombianos. Se mueven en barcas, con uniformes y su flamante armamento. Todo el mundo los ve pero nadie denuncia, porque con la denuncia viene la muerte. Las guerrillas y los paramilitares colombianos se mueven a gusto por la frontera. El Ejército ecuatoriano no tiene ni la capacidad ni los medios para controlar al detalle los más de 600 kilómetros de la frontera.

Refugiados1
Familia de refugiados colombianos en San Lorenzo (Ecuador).

 

Así que Ecuador puede resultar un lugar seguro, pero no tan seguro. Los refugiados duermen mejor en el suelo ecuatoriano que en sus camas colombianas, pero el miedo sigue presente porque todos saben que al otro lado de la frontera siguen presentes sus enemigos. Con las mujeres, además, hay otro drama. Se calcula que un 70% de los refugiados colombianos que cruzan a Ecuador, son mujeres y niños. Y las redes de trata de blancas, de explotación sexual, ven en ellas la carnaza perfecta para su plan delictivo. En San Lorenzo abundan los “chongos”, los burdeles donde trabajan de media unas quince mujeres. La mayoría no tiene ni letreros luminosos ni grandes carteles. No llaman la atención, pero están por todas partes. Muchas de las trabajadoras sexuales son refugiadas colombianas que trabajan en condiciones de semiesclavitud. Los dueños de los burdeles les dan alojamiento. Las chicas generan una deuda que se convierte en un círculo vicioso del que muchas no pueden salir. Luego llega la amenaza:: “si te vas, recuerda que no tienes papeles, te puedo entregar a la policía y te deportarán”.

Refugiado levanta casa
Un refugiado colombiana levanta una casa junto a sus hijos en San Lorenzo (Ecuador).

 

Patricia Landázuri, esa fuerza de la naturaleza que llegó a Ecuador hace más de una década, conoce bien ese drama. Sabe que muchas de sus compatriotas terminan cayendo en las redes porque no tienen otra forma de salir adelante, porque buscan trabajo y no encuentran, no tienen papeles. Tal vez por eso Patricia ha hecho de su casa, que se levanta junto a una pequeña plantación de palma africana, un hogar para muchas de las refugiadas. Patricia les da la primera atención, tal vez la más importante cuando uno llega perdido, desnudo de cuerpo y alma, a un lugar que desconoce. Ha pasado mucho tiempo desde que la propia Patricia llegó, casi arrastrándose, hasta aquí. La hija de dos años que trajo a Colombia es hoy una adolescente a punto de dar a luz. Y ella reitera que nunca dejará tirada a una colombiana. Yo con mucho gusto les obsequio el campamento. Para mí todo colombiano es de mi patria”.

Por casa de Patricia han pasado más de doscientas mujeres.

*Nombre figurado de un refugiado que, por temor, no quiere desvelar su identidad. 

¿Legalizar las drogas?

Los países del continente americano se reúnen estos días en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Allí celebrarán la VI Cumbre de las Américas, una cita que la diplomacia colombiana pretende que pase a la historia por la consecución de resultados, y no por la inclusión de bonitas promesas en la declaración final del evento, tal y como ha sucedido en las citas anteriores.

Cultivos hoja de cocaCultivos de hoja de coca

Uno de los asuntos clave de este encuentro será el debate sobre las drogas. Por primera vez en la historia, un foro de presidentes se dispone a hablar, sin hipocresía y en un debate público, sobre un asunto que, sin duda, se ha convertido en un problema de seguridad nacional para muchos países del continente. Los gobernantes, a petición de las naciones de Centroamérica, se mirarán a la cara y se plantearán preguntas como éstas: ¿Ha fracasado el modelo actual de guerra contra el narcotráfico? ¿Es viable poner en marcha otros modelos que incluyan la despenalización del consumo, la regulación o incluso la legalización de las drogas?

Laboratorios cocaLaboratorios clandestinos de cocaína

América tiene derecho a plantear el tema, porque los países del continente son víctimas de todo el proceso. Los países andinos, Colombia, Perú y Bolivia, ponen los muertos de origen. Ellos son, por ese orden, los principales productores mundiales de cocaína. Y en el caso colombiano, el narcotráfico sigue dejando miles de muertos cada año en una guerra en la que están involucrados, además de los cárteles del narcotráfico, los actores del conflicto armado que desangra el país, sobre todo, las guerrillas y los antiguos grupos paramilitares, que ahora prefieren llamar por aquí “bandas criminales”. Los países centroamericanos, débiles y pequeñas democracias, también están poniendo los muertos, porque por su territorio transita la droga que llega a México antes de cruzar la frontera estadounidense. Y en México, por supuesto, también se pasan el día enterrando víctimas en la durísima guerra que ha puesto en marcha el presidente Felipe Calderón contra los cárteles mexicanos. Esa guerra contra las drogas en el país azteca comenzó en el 2006. Desde esa fecha se han quedado por el camino 50 mil vidas, muchas de ellas decapitadas, descuartizadas o ejecutadas en un conflicto demasiado sucio como para entender de valores éticos o de las reglas de la guerra.

En Colombia, el presidente Santos ha tenido la valentía de no rehuir el debate. El mandatario dice que, en su país, la guerra contra las drogas, financiada en buena parte con los más de 6 mil millones de dólares que ha recibido de Estados Unidos dentro del llamado Plan Colombia, ha sido un éxito. Santos se agarra a las cifras que dicen que en la última década la producción de cocaína ha bajado a la mitad. Los expertos discuten esa afirmación y recuerdan que en los países andinos se ha producido un efecto burbuja. La presión militar en Colombia ha hecho que los cultivos crezcan exponencialmente en los países vecinos, sobre todo en Perú y en Bolivia. Y recuerdan también que el narcotráfico, un negocio sangriento y lucrativo del que se nutren también las guerrillas y los paramilitares, siguen alimentando un conflicto que no sólo deja muertos, sino también millones de desplazados.

Alijo cocaína okAlijo de cocaína  procedente de Colombia

La guerra contra las drogas, tal y como la conocemos hoy en sus vertientes de represión militar y criminalización del consumo, la puso en marcha Richard Nixon hace ya 40 años. Y cuatro décadas después, las cifras lo dicen todo. La revista Semana daba estos días unas cifras que explican por qué ha fracasado el modelo actual de lucha contra el narcotráfico: la cocaína se ha extendido a más países (en 1980 eran 44 y hoy son 180), el consumo se ha disparado (hoy cerca de 250 millones de personas consumen algún tipo de droga) y la guerra a muerte por el control de la producción y la distribución, por el control de ese negocio ilegal, hace que 8 de las 10 ciudades más violentas del mundo estén en América Latina. Estados Unidos admite el costo en vidas y en dinero del actual modelo. Pero insiste en que cualquier otra alternativa que pase por la despenalización de las drogas o su legalización, tiene un coste todavía mayor en adicciones y gastos en el sistema de salud.

De otro lado, quienes apuestan por esta despenalización, regularización o legalización, lo hacen, también, convencidos. Dicen que, en cuanto se legalice esa sustancia y la oferta sea legal, se acabará el suculento negocio que alimenta a las mafias del narcotráfico. Y sin mafias del narcotráfico no habría guerra, ni lavado de activos,  ni miles de muertos por el camino. Hace un par de años, tres ex presidentes latinoamericanos, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el colombiano Cesar Gaviria y el mexicano Ernesto Zedillo ya pusieron este asunto a debate. Su propuesta pretende descriminalizar el consumo, porque no tiene sentido -afirman- encarcelar a quienes utilizan drogas, pero no hacen daño a otros. Los antiguos mandatarios dicen también que la droga es un problema de salud pública, y que los adictos deben ser tratados como enfermos, y no como criminales, porque la criminalización es un obstáculo que dificulta el acceso al tratamiento y a la rehabilitación. Su segunda recomendación apunta a la regulación de cierto tipo de drogas como la marihuana, de la misma manera que ya se ha hecho con el tabaco o el alcohol. Y apuntan que regular no es lo mismo que legalizar. Regular –dicen- es crear las condiciones para la imposición de todo tipo de límites a la comercialización, publicidad y consumo del producto. Cardoso, Gaviria y Zedillo apuntan también esta conclusión: la reducción espectacular del consumo del tabaco demuestra que la prevención y la regulación son más eficientes que la prohibición para cambiar mentalidades y patrones de comportamiento. Y la regulación, además, rompe el vínculo entre traficantes y consumidores, es decir, la regulación acabaría con los enormes recursos que obtiene el crimen organizado en los mercados ilegales de la droga.

De todo esto se va a hablar en Cartagena, de cuál es el mejor camino para acabar con el problema: la prohibición, la regularización o la legalización. De la bella ciudad colombiana no saldrán conclusiones ni decisiones tajantes sobre el asunto. Pero se creará un grupo de trabajo que expondrá sus conclusiones en el plazo de  un año. En Cartagena, al menos,  se habrá acabado esa hipocresía de muchos mandatarios, que reconocían en privado que algo fallaba en el modelo actual de lucha contra las drogas, pero que no se atrevían a admitirlo en público. 40 años después de aquella doctrina Nixon, hay demasiado muertos en las cunetas como para romper el hielo, quitarse la máscara, y decirse a la cara lo que piensa cada uno sobre el tema. Sin tapujos, ni medias verdades.

¿Paz en Colombia?

Horas antes de que las FARC liberaran a los 10 últimos militares y policías que decían tener en su poder, la plaza central de Villavicencio, la ciudad donde aguardaban sus familias, presentaba el trasiego habitual: jubilados tomando el tinto mañanero, vendedores de fruta, lustrabotas buscando clientes de zapatos sucios y gente que cruza de un lado a otro por ese punto neurálgico de la ciudad, muy cerca del Ayuntamiento, los tribunales, la Gobernación o la catedral.  Los jubilados, la mayoría campesinos de la región que saben muy bien qué significa medio siglo de guerra en Colombia, tenían el tiempo suficiente para hablar de paz, de si las liberaciones que tendrían lugar ese día eran un paso importante hacia el final del conflicto o simple y llanamente otro engaño de las FARC. 

A ellos les pregunté esa mañana y las respuestas fueron contundentes, sin medias tintas, tal vez porque a esa edad en la que ya está más cerca el crepúsculo que el amanecer del día no hay disimulo que valga cuando se quiere opinar. La mayoría de los encuestados se mostró pesimista. No ven muy cerca la paz, pero difieren en las razones. Unos dicen que no habrá paz simplemente porque no creen en las FARC. La liberación de los secuestrados no es un gesto a aplaudir –aseguran- sino una obligación que tardaron entre 12 y 14 años en cumplir. Otros reiteran que el final del conflicto es una entelequia, porque mientras haya pobres y un país tan desigual, esa paz será ficticia y habrá gente que siga teniendo motivos para entrar en la guerrilla. Colombia, recordemos, es el segundo país de Latinoamérica con mayor desigualdad, con mayor brecha entre ricos y pobres, únicamente por detrás de Haití. Y el propio Presidente reconoció hace unos días que, o se cambia el rumbo y se logra que el crecimiento económico repercuta en todos los colombianos, o el país lleva el rumbo de superar a la paupérrima nación caribeña.

Santos ok2Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia

La discusión de los jubilados se dio en Villavicencio, pero probablemente, también, en muchos puntos del país. Los medios de Colombia han abierto de nuevo el melón de la paz, de su cercanía, de su viabilidad,  de las posibilidades reales de fraguarse en el corto o el medio plazo, de las trabas que vendrán en el camino y de las que se están poniendo ya. Los políticos, por supuesto, han entrado en ese debate y el primero en hablar, también, fue el propio Presidente, que horas después de las liberaciones se subió a una tarima y le dijo al país que el gesto de las FARC era positivo, pero no suficiente.

Cuando se habla de paz, cada parte en conflicto plantea exigencias, condiciones para al menos sentarse a negociar. Juan Manuel Santos las dejó bastante claras: que las FARC liberen a todos los secuestrados civiles (las principales ONGs que estudian el tema los cifran entre 400 y 700), que dejen de reclutar a menores para el conflicto, que no se financien con el narcotráfico y que abandonen los atentados contra la población civil.  La guerrilla, según varios expertos, exigiría como mínimo una verdadera reforma agraria que devuelva la tierra a los miles de campesinos que la perdieron a punta de pistola y que hoy son parte de los 5 millones de desplazados que se buscan la vida lejos de sus parcelas, en otros puntos del país. Todo el mundo sabe (el Gobierno y por supuesto también las FARC) que la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras que aprobó el Gobierno hace un año hace aguas por todas partes. Se ha entregado poquísimas parcelas, y los líderes campesinos que se atreven a reclamar sus tierras están cayendo como moscas a manos de los mismos victimarios que años atrás les robaron sus tierras apuntando sobre sus cabezas, con sutiles amenazas del tipo “te vas o te mato”.

Timochenko-timoleon-farcRodrigo Londoño, alias "Timochenko", máximo jefe de las FARC

La última vez que el Gobierno y las FARC se sentaron a negociar fue durante las conversaciones de paz del Caguán, a finales de los 90 y principios de la década del 2000. Era una época en la que la guerrrilla casi somete al Estado, incapaz de controlar a una insurgencia que dominaba amplias zonas de Colombia. Para poder negociar, el entonces presidente, Andrés Pastrana, desmilitarizó una región del sur del país del tamaño de Suiza. Y en esa pequeña Suiza las FARC hicieron lo que les vino en gana, básicamente, reforzarse, aumentar el número de la tropa hasta casi los 20 mil hombres, seguir secuestrando y llenar sus arcas con el dinero del narcotráfico. Ese intento de paz se fue a pique, las FARC engañaron a Pastrana y al país, y por eso hoy la memoria colectiva de los colombianos sigue viendo con escepticismo cualquier mención a las negociaciones de paz.

Y sin embargo, ¿es posible alcanzar la paz? Hay factores para ser optimistas. Las fuentes cercanas a Juan Manuel Santos afirman que el mandatario quiere pasar a la historia como el Presidente que ponga fin a esta guerra. Santos, además, tiene hoy una popularidad que supera el 75%, un importantísimo aval para convencer al país de que la guerra se puede acabar. Y el actual jefe de la guerrilla,  alias “Timochenko”, es uno de los miembros del Secretariado (el órgano de decisión de la guerrilla) que piensan que la revolución con la que soñaron ya no es posible, que tal y como están las cosas pueden seguir combatiendo por un reparto más justo de la tierra, pero que realmente es improbable que con el fusil al hombro puedan tomarse el poder.  La guerrilla no está muerta, ni mucho menos. Es cierto que sus principales jefes murieron, rodeados o bombardeados, en los últimos tres años; es cierto que ya no tiene 20 mil sino 7 mil hombres armados, que sus hombres ya no pasan más de dos noches seguidas en un campamento por miedo a un bombardeo aéreo como el que mató a Raúl Reyes, al Mono jojoy o a más de 70 guerrilleros en las últimas semanas. Es cierto que la superioridad tecnológica del Ejército está golpeando muy duro a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Pero no es menos cierto que ahora se mueven en grupos más reducidos y mucho más móviles, y con esa nueva guerra de guerrillas siguen causando bajas a la tropa oficial. 2011 fue el año con más bajas en el ejército desde 2003, cuando empezó la política de seguridad democrática con el presidente Álvaro Uribe. En los últimos meses, además, las FARC han multiplicado los ataques contra los oleoductos e instalaciones petroleras, el nuevo motor económico del país.  

Marulanda y pastranaAndrés Pastrana y Manuel Marulanda, alias "Tirofijo"

Y en esa tesitura nos encontramos ahora. Pasamos de escuchar un duro golpe contra la guerrilla a una respuesta brutal de las FARC. Caen 30 guerrilleros en un bombardeo del Ejército y al día siguiente mueren 11 soldados en una emboscada de las FARC. ¿Por qué esta lógica de ataques y contraataques? Muchos expertos dicen que ambos bandos quieren demostrar su fuerza de cara a una posible negociación de la paz. El Presidente Santos siente que tiene la sartén por el mango, y eso implica que si se sienta a negociar no cruzará líneas rojas: no entregará territorio desmilitarizado a la guerrilla y sólo aceptará una agenda muy recortada. Todo el mundo da por supuesto que Santos, que ahora está en la mitad de su mandato, se presentará a la reelección. Y eso indica que, si se la juega, lo hará en el segundo mandato, porque todavía la paz está verde y hablar de negociación le costaría un alto precio político, sobre todo entre los sectores más conservadores de un país tan conservador como Colombia.

Parece poco probable que a corto plazo podamos veamos el fin de esta guerra. Y habrá que ver si Santos se la juega más adelante. Ojalá no lo haga demasiado tarde, para que al menos los jubilados de Villavicencio se vayan al otro lado con la alegría de ver, medio siglo más tarde, que el adiós a las armas fue posible en un país donde pocos apostaban por jugarle a la paz.

La terapia del reencuentro

Aquel martes por la tarde, Jennifer cumplió el ritual. La niña de 8 años esperó la llegada de su padre, que ese día abrió la puerta de casa un poco más tarde de lo normal. El intendente jefe de la Policía Carlos José Duarte se tendió en la cama, como era costumbre, y le pidió a Jennifer que diera inicio a la rutina habitual. La niña se descalzó y de un salto ya estaba sobre el colchón. Luego comenzó a andar sobre la espalda de su padre, de arriba abajo y de abajo arriba. Las caminatas de Jennifer eran la mejor terapia para Carlos, porque las plantas de los pies de la pequeña le daban el masaje necesario en unos músculos que acumulaban demasiadas tensiones tras una larga jornada laboral.

Jennifer, hermano e hija
Jennifer, su hermano y su hija, días antes de las liberaciones

Aquel 9 de julio de 1999 las caminatas se interrumpieron sin previo aviso. Llegó el 10 de julio, y luego el 11. El 11 dio paso al 12 y el 12 al 13. Los días iban cayendo, luego los meses y después los años. Y cada tarde Jennifer se preguntaba por qué no se abría la puerta de la casa, por qué no concluía el viaje que, según le contaron, había emprendido su papá. El 10 de julio de 1999, a la hora del masaje,  Carlos José Duarte caminaba, con las manos atadas y a punta de pistola,  hacia un punto indeterminado de las selvas de Colombia. Horas antes, un grupo de guerrilleros tomó la estación de policía de Puerto Rico, en el departamento del Meta. Los policías que no murieron fueron secuestrados por las FARC. Tres años antes, en 1996, la guerrilla había iniciado los secuestros masivos de uniformados y de políticos. Cientos de personas terminaron desfilando, tras largos días de caminatas, hacia los campamentos guerrilleros. Allí llegaban  como rehenes y como un preciado botín para la guerrilla. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia los ponían de anzuelo para presionar políticamente al Gobierno y para canjearlos, en lo que se ha llamado intercambio humanitario, por cientos de guerrilleros presos en las cárceles del Estado.

Casi 13 años después, Jennifer, su madre y su hermano esperaban el regreso del padre en una sala reservada del aeropuerto de Villavicencio. Carlos José Duarte era uno de los 10 militares y policías que prometió liberar la guerrilla, y ese día llegaría en un helicóptero brasileño con el logo del Comité Internacional de la Cruz Roja. Nadie, salvo los familiares, pudo ver el reencuentro, porque esta vez el Gobierno impidió que las familias se abalanzaran sobre los liberados en plena pista del aeródromo. Carlos regresó a la libertad. Y lo hizo como todos, con más arrugas, más canas y menos peso, y con esa cara de alegría indisimulada y de cansancio acumulado que traen todos los secuestrados.

Carlos josé duarte y su hijo
Carlos José Duarte (izquierda) y su hijo, un día después de las liberaciones

Un día después, Jennifer era un manantial de felicidad mientras observaba, en un lateral del patio central de la Dirección General de la Policía, la rueda de prensa de Carlos y de sus compañeros de cautiverio. Jennifer, que hoy tiene 21 años, escuchó las palabras del papá: su convicción de que la guerrilla está débil, pero no muerta; las dificultades para moverse que tienen las FARC; el miedo a los aviones, que les lleva a no estar más de dos noches en el mismo campamento. Jennifer escuchaba todo esto, probablemente, echando la vista atrás. Mirando la cara de un hombre que pasó la mayoría del tiempo en cautiverio encadenado, y que leyó la última carta que le envió su hija un día lejano de 2001. Durante el secuestro de Carlos, Jennifer acabó la primaria, sopló 13 veces, una por año,  las velas de un pastel, celebró la fiesta de 15 sin bailar con su padre, y fue madre de una niña que acaba de cumplir 3.

Jennifer y los cientos de niños que crecieron mientras sus padres se pudrían encadenados en la selva, son lo que en Colombia llaman hoy “los hijos del secuestro”.  Una generación de niños que creció sin padres, y que ahora, de la noche a la mañana, tienen en casa a una figura  que  desconoce gran parte de sus vidas. Y más allá de la felicidad puntual e inevitable del reencuentro, los secuestrados y sus familias inician ahora un  proceso delicado y complejo: la terapia del reencuentro. ¿Cómo ubicar a una persona que salió hace 10,12 o 14 años de su casa y que jamás regresó?. ¿Cómo contarle el paso del tiempo, los sueños, los fracasos, las alegrías y las tristezas, los amores y desamores, los recuerdos y los planes de futuro?.

Los psicólogos dicen que los secuestrados se consideran, ellos mismos, muertos en vida. Vagan por la selva obedeciendo el dictado de un hombre armado sin más esperanzas que llegar vivo al día siguiente, sabiendo que su vida depende de la voluntad ajena  del comandante o  el carcelero de turno. Y sabiendo también que los intentos de fuga suelen terminar con un consejo de guerra que te declara extraoficialmente muerto antes de que te amarren a un palo y sientas, por ese orden, el ruido del disparo, el escalofrío y el calor de la bala que penetra en tu cuerpo y te declara, esta vez sí, oficialmente muerto. Por eso, dicen también los psicólogos,  la gran mayoría de los secuestrados ven la liberación como una especie de resurrección a la que no es fácil acostumbrarse. Los secuestrados llegan a un mundo extraño, no al que dejaron atrás más hace más de una década. Se sienten como fichas nuevas  en un tablero que desconocen. Desconocen a la mayoría de sus hijos, que tenían muy pocos años, meses, o estaban en gestación cuando fueron apresados. Y se encuentran con la realidad de que no todos los esperaron. Hay mujeres que rehicieron sus vidas, e hijos que deben asimilar de mayores la figura de un padre que casi nunca tuvieron.

Los psicólogos dicen también que, tras un período de euforia, luego llega lo peor. Entre los antiguos secuestrados se multiplican los casos de depresión, estrés postraumático, esquizofrenia y falta de sueño. Enfermedades que no se curan de la noche a la mañana y que exigen a las familias otra dosis extra de paciencia. Pero eso, el apoyo de las familias y la paciencia, son los pilares que permiten la recuperación. Antes vendrá una dura rutina difícil de asimilar para los secuestrados y, por su puesto, para las familias. El protocolo médico dosifica las visitas. Durante 15 días los ex secuestrados  vivirán en un hospital, sometidos a intensos chequeos médicos y psicológicos  y con visitas restringidas de sus seres queridos. Eso lo cuenta, por ejemplo, Alan Jara, un político que compartió cautiverio con muchos de los 10 uniformados que acaban de liberar, a los que daba clases de ruso para matar el tiempo mientras los días pasaban en la espesura de la selva colombiana. A Alan lo liberó la guerrilla hace ya unos tres años, y en ese tiempo ha podido reintegrarse a su familia y al mundo de una manera ejemplar. Alan retomó su vida política, se presentó a unas elecciones y hoy es el gobernador del departamento del Meta, esa región al sur de Bogotá donde viven 7 de las 10 familias de los últimos secuestrados.

Carlos josé duarte con cadenas
Carlos José Duarte, en una prueba de vida durante su cautiverio

Estos años, Alan ha estado en permanente contacto con Jennifer y con su madre, Gloria Marín, una mujer que ha combatido la ausencia de Carlos trabajando como gestora de paz y pensando que, algún día, volvería a una pista de baile con su marido para bailar salsa, para “gozarla y azotar baldosa”, como dicen por acá. Y Alan les habrá dicho que todo llevará su tiempo, que  habrá que ir piano piano, pero que, por qué no, Gloria y Carlos volverán a dejarse llevar juntos con algún tema de Joe Arroyo, mientras la hija de Jennifer duerme y guarda energías porque al día siguiente su abuelo le dirá que se descalce y comience a trepar por su espalda.

 

Ollanta Humala anima a España a invertir en Perú

Algo ha cambiado en Ollanta Humala desde aquel cierre de campaña en una céntrica plaza limeña, cuando cientos de seguidores enarbolaban banderas rojas bendiciendo las palabras del entonces candidato desde el balcón.

De su boca salieron frases de aliento para los pobres y duros ataques a las grandes empresas extranjeras, aquellas que durante años expoliaron los recursos naturales del país y se llenaron los bolsillos –decía el candidato- sin dejar ni rastro de progreso social en aquellas zonas donde trabajaron. 

Seis meses después, el Presidente Humala se sube a un avión rumbo a Europa. Y lo hace para convencer a los empresarios de Davos y a los que verá en Madrid, de que Perú es un buen lugar para invertir ahora que en la vieja Europa corren aguas turbulentas por los senderos del euro. Humala “vende” un país con un crecimiento económico que casi roza el 6%, con seguridad jurídica, con recursos naturales y con grandes posibilidades de futuro, porque hay mucho por hacer y porque la mitad de la población , que sigue siendo pobre, saldrá algún día de ese estado para convertirse en consumidor.

Hay quien acusa al presidente de girar a la derecha por colocar a políticos liberales en importantes puestos del gabinete económico. También por no frenar el proyecto minero Conga, en Cajamarca, uno de los más de 250 conflictos sociales que siguen abiertos por todo el país, allá donde la población indígena sigue privilegiando el agua para consumo, para riego y ganado, frente a las minas de oro que no llenan sus estómagos.

El presidente, sin embargo, mantiene que su gran objetivo no ha cambiado, que sigue luchando por la inclusión social de esa mitad del Perú que vio de lejos el crecimiento económico porque nunca escuchó el sonido de  la plata a su bolsillo.

Ese Ollanta que rechaza definirse de izquierda o de derechas, que se siente “de abajo”,  llega ahora a España para contar a los empresarios que allende el Atlántico hay un buen lugar para invertir. Eso sí, en condiciones de igualdad y promoviendo el desarrollo social. Se acabaron, deja caer, las vacas gordas de aquella primera oleada empresarial que hizo enormes fortunas sin invertir en las comunidades pobres. Ese Ollanta que busca equilibrios moviéndose entre dos aguas, bendecido al tiempo por los que menos tienen y por los agentes de Wall Street, aterriza en Madrid para presentar un país que él define como la puerta de América para la inversión española. Una puerta con mirador de lujo, porque el Pacífico peruano apunta directamente a esa región de Asia por donde suena, cada vez más cerca,  el latido de China, el gigante que amenaza con  mover el corazón del mundo. De su viaje a España y de su manera de entender el Perú habla el Presidente con TVE.

Humala3

Televisión Española: Lo primero de todo, Presidente, empezando por lo más cercano, por esta gira que le llevará a Europa, a Davos y a España, ¿Qué espera de esta visita?

Ollanta Humala: Que nos conozcan más y que vean que Perú es hoy una puerta a un conjunto de inversiones en Latinoamérica. Y con toda humildad señalamos que es la puerta principal. Puede haber ventanas, puertas secundarias, pero creo que  hoy día la economía peruana es una economía fuerte, sólida, y tenemos un gran potencial para mejorar nuestras relaciones comerciales con Europa.

TVE: El miércoles se verá con el nuevo Presidente del Gobierno español, con Mariano Rajoy. Supongo que la agenda será abierta, pero muy probablemente traten las posibilidades de inversión para las empresas españolas en Perú…

O.H. Es una agenda abierta, vamos a conocernos, pero ya España es uno de los principales socios en inversiones y en cooperación de la Unión Europea con el Perú,  hay muchas empresas españolas que ya están invirtiendo.  Tenemos que hablar  sobre temas como la responsabilidad social, el rol de las empresas en el desarrollo del país, cómo trabajamos el tema de transferencias tecnológicas, que es lo que nos interesa a nosotros, entre otros temas.

TVE: ¿Qué ofrece Perú, por qué este país es tan atractivo para invertir?

O.H. Lo que van a encontrar acá, y ya lo están encontrando, es una economía estable, hay una política macroeconómica que genera confianza, sobre todo en épocas de tanta turbulencia económica como la que se está viviendo en Europa. Hay que recordar que Latinoamérica ha puesto las cuentas en azul a muchas empresas españolas que estaban para finalizar el año 2011 en rojo. Creo que Latinoamérica y el Perú es un gran mercado, tenemos ingentes recursos naturales y queremos trabajar de la mano, como socios, con las otras empresas de Europa. Eso sí, bajo un principio de equidad y reciprocidad.

TVE: ¿Y en qué sectores pueden colaborar las empresas españolas para que Perú dé ese salto definitivo a la modernidad?

 O.H. Ya están trabajando en el tema de servicios, como en la telefonía, están conversando por ejemplo con Petroperú para aumentr y ampliar refinerías  como la de Talara. Y hay una serie de espacios, como es el tema de la infraestructura, de la energía, en el cual las empresas españolas pueden trabajar con nosotros, pero además a nosotros nos interesa mucho el intercambio cultural, el tema educativo y de salud.

TVE: Presidente, ¿Cómo se han comportado hasta ahora las empresas españolas aquí en Perú? ¿Qué espera de ellas en el futuro?

O.H. Pero... ¿ quieres que les ponga una nota ahorita o mejor después de mi viaje a España?

TVE: Como quiera…

O.H. No haría yo una calificación por capitales, por las empresas españolas frente a las empresas de otro país, yo creo que cada empresa tiene un sentido de responsabilidad social. Ccreo que, de manera general, están entendiendo que el rol de la empresa hoy día es muy distinto al de hace 20 o 30 años. Y eso es para mejor.

TVE: Tanto España como Perú están pidiendo que entre en vigor el Tratado de Libre Comercio que se firmó entre la Unión Europea y su país. ¿En qué puede beneficiar este TLC a las dos partes, y en qué le puede perjudicar?

O.H.  Primero, la pelota está en la cancha de Europa, y es ahí donde tiene que definirse si quieren o no quieren seguir este camino. Yo creo que puede beneficiar, sobre todo porque abre un espacio importante hacia el futuro. Nosotros tenemos grandes comunidades, peruanos y peruanas que están en Europa, y que están tratando de desarrollarse.

Además de eso, lo que yo veo es que  así como vienen empresas españolas al Perú, también podamos invertir nosotros en España y en Europa. Yo creo que el Tratado de Libre Comercio no es la panacea. Yo he sido muy crítico con los tratados de libre comercio, tengo algunas observaciones, pero creo que es un instrumento que si lo sabemos emplear bien, puede mejorar nuestras condiciones económicas y comerciales. Pero... sobre todo, no hay que dejar de lado el tema cultural, que es lo que consolida las relaciones. Hoy España tiene una política acertada en la relación que tiene con Latinoamérica. Hemos visto cómo en las Cumbres Iberoamericanas siempre está presente el Rey de España, hemos visto cómo el Príncipe está presente en los cambios de mando. Por lo tanto, España tiene una posición inteligente frente a América Latina y mantiene esa relación de fuerza que hoy día es una fortaleza para España frente a otros países europeos que no han mantenido esa relación.

TVE: Acaba de decir que usted es, en parte, crítico con ese TLC, ¿qué parte no le gusta de ese Tratado?

O.H.  Con los TLCs en general he sido crítico en el sentido de que lo que yo busco en los Tratados de Libre Comercio es que puedan permitir que el Perú salga de la matriz primaria exportadora. Creo que los países que han renunciado a romper esa matriz y a dedicarse a exportar materias primas, tienen un camino muy difícil.

Creo que el secreto o la clave para poder desarrollarse es la inversión en tecnologías, en darle valor agregado a los productos, y esa ha sido siempre mi observación a los Tratados de Libre Comercio. Hoy día estamos imprimiendo una fuerza a nuestras exportaciones, de tal manera que el 30% de lo que exporta hoy el Perú, va con valor agregado. Son en muchos casos exportaciones no tradicionales. 

Presidente, usted lleva medio año en el poder, pero heredó de los gobiernos anteriores un problema muy serio como la conflictividad social, los conflictos abiertos en varios puntos del país, sobre todo relacionados con la minería. ¿Cómo se va a resolver este problema? ¿Cómo conjugar la importancia que tiene la minería para Perú, para sus exportaciones, con la sostenibilidad del medio ambiente, que es lo que piden las comunidades indígenas que viven en las zonas donde está la minería?

O.H. A través del diálogo. Fundamentalmente el diálogo es lo que nos puede llevar a lograr un entendimiento. Nosotros siempre hemos sido críticos con la actividad minera irresponsable. Sabemos que hoy  más del 50% de las exportaciones se sostienen sobre las explotaciones mineras. ¿Qué es lo que queremos nosotros? Que esas utilidades, que esas rentas que nos da la minería, pueda ser utilizada en diversificar la economía, cosa que nunca se ha hecho. Es uno de los puntos clave del cambio en el país.

El país, con Gobiernos anteriores,  se había dedicado a acostumbrarse a vivir de la renta minera sin buscar diversificar la economía. Y eso nos pone en una situación que depende de los precios de los minerales en el mundo. Yo creo que lo que tenemos que hacer es buscar que la economía peruana se sostenga también en la agricultura, en la ganadería, en la innovación tecnológica.... a eso tenemos que llevar nuestra renta minera.  En tercer lugar, para nosotros es fundamental entender que el agua es la primera prioridad, el agua es el consumo humano y las actividades renovables, y finalmente las actividades no renovables. Lo que tenemos que generar es confianza, solucionar este estrés hídrico que vive la población, donde hay zonas con agua pero no tienen agua… El agua está corriendo hacia la cuenca del Atlántico o del Pacífico, pero no va a sus campos, no va a su caño, a su grifo, porque no ha habido una cultura de represamiento de agua. Estamos trabajando ese tema para proveer a las poblaciones altoandinas más desprotegidas, el agua, que es el recurso vital.

TVE: ¿Perú se enfrenta, como han publicado algunos medios, a esta disyuntiva de oro o agua?

O.H. El Perú siempre ha vivido con el oro y el agua, pero en permanente conflicto, porque el poder económico de las mineras siempre ha sido más fuerte que el poder económico que pudiera tener la agricultura.  Y eso, con gobiernos débiles o Estados que no han buscado la inclusión social, lo que ha generado es que el Estado ha legitimado esa relación asimétrica. Lo que nosotros tenemos que hacer es corregir eso, y para eso planteamos, por ejemplo, que los proyectos de carácter minero, vayan acompañados de lo que es el desarrollo sostenible con actividades renovables como es la ganadería, la agricultura. Eso permite dos cosas: la primera es un mensaje de que la minería puede convivir con la agricultura y la ganadería, con el agua; y lo segundo es darle mayor legitimidad a los estudios de impacto ambiental, porque es una forma de demostrar que el impacto al medio ambiente permite actividades renovables

TVE: Presidente, una de las grandes promesas que usted lanzó durante la campaña electoral, y que luego ratificó durante su discurso de investidura, fue la lucha contra la pobreza. ¿qué puede hacer Ollanta Humala para resolver ese problema que no supieron resolver del todo los anteriores presidentes?

O.H. Ya lo estamos haciendo, a través de las medidas de inclusión social, por ejemplo, hemos creado el Ministerio de la Inclusión Social, la inclusión y el desarrollo social, que está concentrando los principales programas sociales. Hoy estamos invirtiendo con mucha fuerza en un programa de desayunos y almuerzos escolares, para toda la etapa escolar, y no como se hacía antes... que era una comida al día y por cerca de 60 días. Hoy día nosotros estamos planteando toda la etapa escolar, con dos comidas al día: el desayuno y el almuerzo para nutrir a nuestros chicos.  Además de eso, en marzo estamos inaugurando el programa Cuna Más, que va a hacer guarderías infantiles, y de prestación de atención y estimulación temprana a los niños de la primera infancia. Hemos inaugurado y puesto en ejecución el programa Pensión 65, que es una retribución económica a los mayores de 65 años que no tuvieron oportunidad de cotizar y que viven en  las bolsas de la extrema pobreza.

Todas estas medidas son justamente para achicar la brecha de la pobreza y de la desigualdad. Estamos invirtiendo con gran fuerza en educación y salud. Hemos hecho un aumento histórico en el presupuesto de Educación y Salud, como no se ha hecho por lo menos en 20 años atrás  Y estamos creando una red de escuelas rurales para darle mayor calidad a la educación.

 TVE: ¿Ese sigue siendo el principal objetivo de su mandato, la reducción de la pobreza?

O.H. Así es, a través de la lucha contra la desigualdad, porque la pobreza muchas veces ha sido manoseada políticamente a través de cifras estadísticas, pero no definimos qué es la pobreza. Unos la definen por la cantidad de calorías que ingiere una persona diariamente, otra por la canasta básica familiar de bienes y servicios.  

Creo que una transformación profunda apunta a achicar la brecha de la desigualdad y eso va a generar una serie de temas como es la disminución de la pobreza. Esto implica también los programas de empleo, la generación de empleo que estamos haciendo a través del ministerio de Trabajo, focalizando en la población más joven del país

TVE: Presidente, hay quien le acusa de dar un giro a la derecha desde que llegó al poder. Digamos que durante la campaña era usted muy crítico con las empresas transnacionales, y cuando asume el poder, le critican que haya dado el visto bueno al proyecto minero de Conga, en Cajamarca. Parece ser también que entre las capas bajas de la población, la que más le votó en las elecciones, ha disminuido su popularidad….

O.H. Lo primero, yo no le he dado la viabilidad al proyecto minero de Conga. Eso no es cierto. El proyecto Conga viene desde el año 2004. Los otros Gobiernos le dieron la viabilidad, a mi me dejaron una criatura que tiene seis meses de gestación, entonces, yo no voy a hacerle el aborto a esa criatura. Lo que yo tengo que ver es que ese proyecto, que ya tiene más de 7 años de viabilidad, resuelva todos los cuestionamientos y dudas legítimas que pueda tener en la población. Pero no confundamos intereses particulares de grupos políticos que quieren hacer de esto un tema de campaña política electoral para el 2014 o 2016. En segundo lugar, ¿Qué es la derecha? Primero definamos qué es la derecha o qué es la izquierda…

TVE: ¿Usted se define de izquierda, de derechas, de centro…?

O.H. De Abajo, yo me defino de abajo. En Perú, hablar de izquierda o derechas es un tema del pasado, de gente que no ha cambiado todavía y son como esos soldados de la segunda guerra mundial, que no se habían enterado que se había acabado la guerra y seguían defendiendo su isla. ¿Dónde está la izquierda, dónde está la derecha? Yo creo que hay que darle un espacio a lo que es el nacionalismo andino. Creo que al plantear solamente dos cosas, es como si no existiera otra opción. Y yo soy un nacionalista, bajo el concepto de un nacionalismo integrador, que es distinto al nacionalismo que se ha vivido en Europa, es otro tipo de nacionalismo.

Nosotros, como nueva fuerza política, hemos recogido las banderas de la justicia social, que es lo que estamos haciendo.Yo no estoy ahora para perder el tiempo en luchas ideológicas que lo único que hacen es dividir al Perú. Lo que yo quiero es unir al Perú,  y tengo que gobernar para los 30 millones de habitantes, donde hay gente de izquierzas y gente de derechas.   Yo me debo al pueblo peruano y esa es mi principal tarea.

 TVE: ¿Y cómo querría que lo recordara el pueblo peruano cuando termine su mandato?

O.H. Como un buen presidente, que cumplió lo que ofreció al país.

 Entrevista completa:

 

 

El general en su laberinto

El general venezolano Henry Rangel Silva habrá leído, probablemente, El general en su laberinto, la obra de García Márquez que relata el último viaje de Simón Bolívar, desde Bogotá hacia la costa colombiana. En esas páginas Gabo no deja muy bien parado al Libertador. Alguien dijo que ese libro traza más “la desesperanza, la soledad y la muerte” que “el amor, la salud y la vida” del gran héroe de los procesos de independencia.

 

 Rangel y chávez
Henry Rangel y Hugo Chávez

 

Rangel Silva, como todo alto cargo del gobierno bolivariano, habrá compensado ese retrato triste de Bolívar con decenas de biografías donde se alaba su figura, ensalzada hasta la saciedad y casi hasta el paroxismo desde que el presidente venezolano comenzó a gobernar, allá por 1999. El general Silva habrá leído, pues, la delgada línea que separa el éxito del fracaso. Y probablemente hoy se esté mirando en ese espejo de la historia, que le juzgará por lo que haga en el futuro y que ya le ha marcado, de alguna manera, por lo que hizo en el pasado.

 

Henry Rangel Silva es, desde esta semana, el nuevo Ministro de Defensa de Venezuela. Alguien puede pensar que es un cargo con un poder relativo, habida cuenta de que en  ese país todo parece girar en torno a Hugo Chávez, la única estrella de la constelación venezolana. Más aún teniendo en cuenta que Chávez es un militar de carrera, y que las grandes decisiones en materia de Defensa las sigue tomando él. El presidente, sin embargo, se ha rodeado de un hombre leal, “un buen hombre y un buen soldado”, según sus propias palabras. La lealtad se la ganó Silva acompañando a Chávez en aquel golpe de Estado fallido de 1992, y sufriendo tras las rejas las consecuencias de aquella aventura fracasada. El general acompañó a Chávez desde entonces, y desde entonces ha ascendido como la espuma en el estamento militar.

 Henry rangel

Rangel y la edición de Semana que revela sus contactos con las FARC

 

Pero su historia está jalonada también de episodios oscuros. Los periódicos han desempolvado archivos para contar que, según el F.B.I., Rangel Silva fue el hombre clave en aquel episodio del maletín cargado con 800.000 dólares que aterrizó en Argentina para financiar la campaña de Cristina Fernández de Kirchner. La prensa destaca también que las agencias de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido incluyen a Rangel como un elemento clave en el Cártel de los Soles. Ese término se utilizó hace unos años para designar la complicidad del Ejército venezolano con el narcotráfico, y provocó su inclusión en la lista Clinton. Lo que no estaba claro era su papel en ese otro laberinto que relaciona al Gobierno de Hugo Chávez con la guerrilla de las FARC.

 

La revista Semana, probablemente el medio de comunicación más respetable que existe en Colombia, publica estos días datos reveladores. Datos que aparecen en el ordenador de Rául Reyes, el antiguo número dos de la guerrilla abatido en Ecuador. Según esas filtraciones, el general Rangel Silva fue, hace unos años, la clave de una prolongada relación entre las FARC y el Gobierno venezolano. Silva, por ejemplo, y siempre según esos datos, facilitó la falsificación de documentos para que los guerrilleros pudieran comprar armas en Venezuela. Y él mismo se reunió varias veces (al principio, sin que lo supiera el propio Chávez) con el entonces miembro del Secretariado Timoleón  Jiménez, alias Timochenko, el nuevo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

 

Hay quien piensa que todos esos antecedentes volverán a “embarrar”, como dicen por acá, las relaciones entre Colombia y Venezuela, dos países que comparten dos mil kilómetros de frontera por donde todo el mundo sabe que se mueven, con mayor o menor dificultad,  elas guerrillas del ELN y las FARC.  Pero hay quien dice también que Santos y Chávez no caerán en provocaciones y seguirán siendo buenos amigos, convencidos como están de que lo importante es relanzar las relaciones económicas sin meterse en los asuntos internos del país vecino. Otros, simplemente, ven el nombramiento del nuevo ministro en clave interna. Rangel Silva dijo hace unos años que el Ejército venezolano era “revolucionario y bolivariano”, y que no permitiría un Gobierno de la oposición. Y esas palabras resuenan ahora con más fuerza, porque estamos en un año electoral. En octubre se elige presidente y la oposición ya ha pedido al Gobierno que explique los antecedentes del nuevo Ministro de Defensa.

 

Como a Bolívar, será la historia la que juzgue a Rangel Silva, el lugarteniente y el escudero de Hugo Chávez, tan ligado al Presidente que su destino probablemente corre ligado al de él. Y será la historia, también, la que nos diga si el general, finalmente,  saldrá indemne de su propio laberinto.

Luis Pérez


Hace ya casi dos siglos que el gran sueño de Simón Bolívar se fraguó por estas tierras. La Gran Colombia, una nación compuesta por varias repúblicas recién independizadas de España, echó a andar en 1819. Moriría doce años después, en 1831, víctima de revueltas internas y del desencanto con un Libertador que terminó pervirtiendo ese proyecto de unión suramericana con un Gobierno muy parecido a una dictadura. La Gran Colombia agrupaba varios países.
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