Helmut Kohl: el gigante en silla de ruedas

    sábado 17.jun.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    8 Comentarios

Apreté el timbre de su casa en Ludwigshafen un poco nervioso. Conocía la fama de rudo, impaciente y autoritario de Helmut Kohl, así que estaba en tensión.

Todavía no podía creerme que lo tuviera ante mí: Helmut Kohl, el todopoderoso ex-canciller de Alemania, que llevaba 15  años retirado de la política, sin conceder entrevistas, a parte de algún texto o escasas preguntas respondidas por correo. ¡Me había concedido una entrevista! Bueno, a mí no, a Televisión Española, naturalmente.

Preparaba un reportaje especial sobre los 25 años de la caída del Muro y habíamos hecho la solicitud de entrevista sin ninguna esperanza. Pero había que pedirla de todas formas.  Y el destino nos deparó una doble carambola.   Para conseguirla tuvimos que firmar un papel en el que figuraban alunas condiciones que me hicieron dudar. Pero estaba claro que el papel estaba muy estudiado para que nadie pudiera decir que se imponían condiciones en contra de la libertad de prensa: simplemente, trataban de proteger jurídicamente la intimidad y la buena fama del ex-canciller de Alemania y me ponían limitaciones a la hora de utilizar el material en diversos medios, algo sobre lo que yo no tenía ni la menor intención.

Cualquier periódico, radio o televisión del mundo,  hubiera convertido aquello en un acontecimiento. Un medio alemán lo hubiera elevado a la categoría de acontecimiento histórico.

Nos abrió la puerta una mujer del servicio y, a los pocos segundos, acudió la mujer de Helmut Kohl, Maike Kohl-Richter, que nos dijo que en unos minutos "der Bundeskanzler" estaría con nosotros.

La casa de Helmut Kohl es un chaletito de clase media, funcional y sin pretensiones. Una mezcla de muebles antiguos y modernos, cuadros y fotos, libros y estatuillas, componían un ambiente que a mí me pareció un poco frío, sin alma de hogar, pero confortable y en cierto modo acogedor.

A los pocos minutos entró Helmut Kohl en la silla de ruedas empujada por su mujer. Cuando Helmut Kohl me dio la mano desapareció mi tensión. No sé por qué, pero tuve la impresión de que aquel hombre de la silla de ruedas ya no era "gigante negro" que pintaban las crónicas.

Durante una media hora compartimos café y pastel en el porche del jardín,  al lado de un bloque del muro de Berlín. Maike Kohl-Richter quería saber cómo iba a plantear la entrevista, algo, por lo demás, lógico.

Helmut Kohl tenía entonces 84 años, pero conservaba un apetito fenomenal.  Hacía 5 años había caído por las escaleras y sufrido un golpe en la cabeza que le dejó secuelas de movimiento y en el habla. Me costaba entenderlo, pero su mujer nos ayudaba cuando veía que no le entendíamos. Para la entrevista contaba con que quedaba grabado y se podìa "reboninar" las veces que quisiera.

Allí, delante del café, nos contó lo mucho que apreciaba a "mein Freund" Felipe González. Tuve la impresión de que España y los españoles le caíamos bien, aunque no me pareció que fuera un "experto" en España.

Finalmente, empezamos la entrevista. La había preparado a conciencia: su mujer me dijo que procurara no hacerla muy larga, para no cansarlo, pero no me había puesto limitaciones claras. Aquel hombre era un monumento de la historia alemana y europea y había que aprovechar.

Le pregunté por los días de la caída del Muro, por su programa de 10 puntos (Kohl-Protokoll) para la reunificación alemana, de sus encuentros con Gorbachov en la dacha para convencerlo de que una Alemania reunificada no sería un peligro para Rusia, de la desconfianza de Mitterrand, de cómo lo convenció de que una Alemania reunificada no sería un peligro para Francia, sino todo lo contrario, de la tozudez de Margaret Thatcher, de la cercanía y normalidad de americano medio de Georg Bush, al que convenció de la Alemania reunificada no sería un peligro para el mundo y, por supuesto, de su agradecimiento a Felipe González por su apoyo sin fisuras la reunificación.

Kohl hablaba con pasión de aquel año entre la caída del Muro y la reunificación alemana. Sabía que en aquellos meses se había convertido en una figura histórica. El no tuvo realmente ningún papel en la caída del Muro. Desde su oficina en la cancillería de Bonn no pudo percibir lo que se estaba fraguando en Berlín Este. Pero entre Noviembre de 1989 y Octubre de 1990  Kohl había sido el político correcto en el cargo preciso en el momento oportuno, como ha dicho Angela Merkel.

Lo que sí me sorprendió es que hablaba con tanta pasión de Europa y de la Unión Europea como de la reunificación alemana. En 2014 la crisis de la idea de Europa era ya el plato del día en la prensa. Y delante de mí tenía a un alemán, y no un alemán cualquiera, que defendía a Europa con pasión.

Kohl estaba obsesionado con la Guerra Mundial. "Tuve la suerte de nacer tarde", había dicho. Tenía apenas 10 años cuando estalló la guerra y se salvó por los pelos de ser llamado a filas, de formar parte de algún batallón de adolescentes arrastrados por la vorágine del nazismo.

Vivió la postguerra como adolescente y Helmut Kohl sabía que, si se quería evitar otra guerra en Europa, había que convertir el Mercado Común Europeo en una Unión política. El se veía como ciudadano europeo "un alemán europeo y un europeo alemán" y quería una "Alemania europea y no una Europa alemana".  Hay que saber algo de historia para comprender la trascendencia de afirmaciones aparentemente simples como esas en boca de un canciller de Alemania: hoy día damos muchas cosas por sobreentendidas sin darnos cuenta de lo que significan hasta que las perdemos.

Yo me sentía cada vez más eufórico: llevaba ya más de una hora de entrevista con Helmut Kohl, canciller de la República Federal de Alemania, una de las figuras claves del último cuarto del siglo XX.

Hasta que hice la pregunta maldita:

-"Fue el Euro el precio a pagar por la reunificación alemana"?

-"Sí. Yo había hablado con Francois Mittterrand..."

Y en ese momento, Maike Kohl-Richter, saltó de  detrás de la cámara, se puso delante del objetivo y exclamó:

-"¡Bundeskanzler! ¿Qué estás diciendo? Tú siempre me has dicho a mí que eso no fue así...

A lo largo de la hora de entrevista Frau Kohl-Richter había interrumpido numerosas veces las respuestas de Kohl para hacer "precisiones". Evidentemente, Helmut Kohl, a sus 84 años, tenía lagunas de memoria. Oir ejemplo,  cuando me dijo que la noche del 9 de Noviembre de 1989, que le pilló en Varsovia, volvió inmediatamente a Berlín, cuando en realidad, hizo una escala en Hamburgo para valorar la seguridad de aparecer en Berlín, en el balcón del Ayuntamiento de Schöneberg junto a Willy Brandt. Pero a mi me parecieron "lapsus" comprensibles en una persona de edad avanzada. La cabeza de Kohl funcionaba bien, a pesar de la impresión que daba su lengua estropajosa.

Maike Kohl-Richter nos había hecho saber que ella -y sólo ella- era la guardiana del legado del Canciller. Que no iba a permitir que se emitiera algo que pudiera suponer una mancha en su legado histórico. Y yo lo entendí en el sentido de que, si tenía algún lapsus de memoria como aquellos, era perfectamente legítimo evitarlo.

Pero aquello no parecía un "lapsus" de memoria. La afirmación de que "Sí, el Euro fue el precio que Alemania pagó por la reunificación" en boca de Helmut Kohl, en plena crisis existencial del Euro, con varios países al borde del rescate, hubiera sido una bomba política de primera magnitud.

Fuera de sí, Maike Kohl-Richter nos exigió en ese momento borrar todo lo que habíamos grabado. Todo. Desde el principio hasta el final. No saldríamos de aquella casa sin haber borrado todo delante de ella. Y si no lo hacíamos en ese preciso instante, las consecuencias serían gravísimas.

Maike Kohl-Richter se consideraba la guardiana del legado del "Bundeskanzler" para la historia y no iba a permitir eso.

Intenté tranquilizarla, decirle que no emitiríamos la respuesta, que podíamos volver a preguntar, que no podía hacernos aquello después de lo interesante que había sido la entrevista. Le prometí que le dejaría ver el programa antes de emitirse para que comprobara que no estaba aquella respuesta, pero que no podíamos borrar sólo aquella parte porque era un clip completo. Que podíamos hacerlo en la oficina, editando delante de ella. Por un momento me pareció que iba a acceder. Pero no. Volvió sobre sí misma y dijo que no se podía arriesgar a que algún día, años después, apareciera aquella respuesta en "en you tube" o en cualquier otro lado.

"No sé qué le pasa hoy", nos decía. Debe estar muy cansado. La entrevista se ha prolongado demasiado. LLevábamos ya cerca de 2 horas en su casa.

Nos propuso repetir la entrevista al día siguiente. Naturalmente, accedí aliviado. Después de lo que había pasado, ya sabía a lo que me arriesgaba.

Pero no podía renunciar a esa segunda oportunidad.

Al día siguiente volvimos a casa de Helmut Kohl y repetimos casi las mismas preguntas (yo no quería provocar la ira de Fran Kohl cambiando las preguntas).  La entrevista fue un calco de la del día anterior. Kohl repetía las mismas respuestas (como si las tuviera aprendidas, como si las hubiera escrito varias veces), Frau Kohl interrumpía nuevamente algunas respuestas cuando observaba algún mínimo y nimio "lapsus", o cuando no estaba de acuerdo con la respuesta.

Cuando volví a hacer la pregunta, "¿Fue el Euro el precio que tuvo que pagar Alemania por la reunificación?"  yo me esperaba una respuesta diferente. Pero la respuesta de Helmut Kohl, fue la misma.

-Sí. Yo había hablado con Francos Mitterrand...

Fin de la entrevista. Frau Kohl se puso delante de la cámara otra vez y le echó al gran Helmut Kohl, al Canciller de Reunificación, una bronca monumental. "Que eso no es lo que me has contado, lo que has escrito, lo que hemos hablado... Porque tú siempre has dicho que..."

Otra vez la orden fatídica: "¡Borren todo delante de mí inmediatamente o, si no, aténganse a las consecuencias!".

Yo sabía que Frau Kohl estaba preparando el último libro de memorias de Helmut Kohl, que presentó al año siguiente. Sabía que Heribert Swchan estaba a punto de publicar otro libro con conversaciones grabadas en cinta con Helmut Kohl y que Frau Kohl quería impedirlo por todos los medios. Schwan ha sido condenado a pagar 1 millón de Euros por no tener autorización para publicar esas cintas.

Sabía que los hijos de Helmut Kohl llevaban años denunciando que su padre estaba "secuestrado" por su segunda mujer.

De repente, todo me encajó.

Salí de casa de Helmut Kohl con una decepción profesional demoledora. Y no pude menos que sentir compasión de aquel gran hombre que yo había conocido como un amable anciano con altibajos intelectuales. Helmut Kohl, en su ancianidad, no era ya más que un gigante en silla de ruedas.

Me imaginé su vida en la plenitud política: entregado en cuerpo y alma (un cuerpo muy grande y un alma también muy grande) a la política. Pero que había olvidado a su familia, como denunciaban sus hijos. Me acordé de su primer mujer, Hannelore, violada por los rusos, con una extraña enfermedad de alergia a la luz del sol, con depresiones, que acabó suicidándose. 

Ahora tenía delante de mí al gran, al todopoderoso, Helmut Kohl, "protegido", "cuidado", "mimado" "tutelado"  por una mujer 34 años más joven que él, una de sus antiguas colaboradoras.

No he leído el último libro de Helmut Kohl. No me interesa.

P.D.-En algún disco duro debo tener la foto  con Helmut Kohl ante el bloque del Muro de Berlín. No soy mitómano, pero intentaré encotrarla y guardarla. Al fin y al cabo, Helmut Kohl fue un gigante de la historia.

 

Miguel-Ángel-Berlin   17.jun.2017 12:49    

Helmut Kohl: el gigante en silla de ruedas

    sábado 17.jun.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    0 Comentarios

Apreté el timbre de su casa en Ludwigshafen un poco nervioso. Conocía la fama de rudo, impaciente y autoritario de Helmut Kohl, así que estaba en tensión.

Todavía no podía creerme que lo tuviera ante mí: Helmut Kohl, el todopoderoso ex-canciller de Alemania, que llevaba 15  años retirado de la política, sin conceder entrevistas, a parte de algún texto o escasas preguntas respondidas por correo. ¡Me había concedido una entrevista! Bueno, a mí no, a Televisión Española, naturalmente.

Preparaba un reportaje especial sobre los 25 años de la caída del Muro y habíamos hecho la solicitud de entrevista sin ninguna esperanza. Pero había que pedirla de todas formas.  Y el destino nos deparó una doble carambola.   Para conseguirla tuvimos que firmar un papel en el que figuraban alunas condiciones que me hicieron dudar. Pero estaba claro que el papel estaba muy estudiado para que nadie pudiera decir que se imponían condiciones en contra de la libertad de prensa: simplemente, trataban de proteger jurídicamente la intimidad y la buena fama del ex-canciller de Alemania y me ponían limitaciones a la hora de utilizar el material en diversos medios, algo sobre lo que yo no tenía ni la menor intención.

Cualquier periódico, radio o televisión del mundo,  hubiera convertido aquello en un acontecimiento. Un medio alemán lo hubiera elevado a la categoría de acontecimiento histórico.

Nos abrió la puerta una mujer del servicio y, a los pocos segundos, acudió la mujer de Helmut Kohl, Maike Kohl-Richter, que nos dijo que en unos minutos "der Bundeskanzler" estaría con nosotros.

La casa de Helmut Kohl es un chaletito de clase media, funcional y sin pretensiones. Una mezcla de muebles antiguos y modernos, cuadros y fotos, libros y estatuillas, componían un ambiente que a mí me pareció un poco frío, sin alma de hogar, pero confortable y en cierto modo acogedor.

A los pocos minutos entró Helmut Kohl en la silla de ruedas empujada por su mujer. Cuando Helmut Kohl me dio la mano desapareció mi tensión. No sé por qué, pero tuve la impresión de que aquel hombre de la silla de ruedas ya no era "gigante negro" que pintaban las crónicas.

Durante una media hora compartimos café y pastel en el porche del jardín,  al lado de un bloque del muro de Berlín. Maike Kohl-Richter quería saber cómo iba a plantear la entrevista, algo, por lo demás, lógico.

Helmut Kohl tenía entonces 84 años, pero conservaba un apetito fenomenal.  Hacía 5 años había caído por las escaleras y sufrido un golpe en la cabeza que le dejó secuelas de movimiento y en el habla. Me costaba entenderlo, pero su mujer nos ayudaba cuando veía que no le entendíamos. Para la entrevista contaba con que quedaba grabado y se podìa "reboninar" las veces que quisiera.

Allí, delante del café, nos contó lo mucho que apreciaba a "mein Freund" Felipe González. Tuve la impresión de que España y los españoles le caíamos bien, aunque no me pareció que fuera un "experto" en España.

Finalmente, empezamos la entrevista. La había preparado a conciencia: su mujer me dijo que procurara no hacerla muy larga, para no cansarlo, pero no me había puesto limitaciones claras. Aquel hombre era un monumento de la historia alemana y europea y había que aprovechar.

Le pregunté por los días de la caída del Muro, por su programa de 10 puntos (Kohl-Protokoll) para la reunificación alemana, de sus encuentros con Gorbachov en la dacha para convencerlo de que una Alemania reunificada no sería un peligro para Rusia, de la desconfianza de Mitterrand, de cómo lo convenció de que una Alemania reunificada no sería un peligro para Francia, sino todo lo contrario, de la tozudez de Margaret Thatcher, de la cercanía y normalidad de americano medio de Georg Bush, al que convenció de la Alemania reunificada no sería un peligro para el mundo y, por supuesto, de su agradecimiento a Felipe González por su apoyo sin fisuras la reunificación.

Kohl hablaba con pasión de aquel año entre la caída del Muro y la reunificación alemana. Sabía que en aquellos meses se había convertido en una figura histórica. El no tuvo realmente ningún papel en la caída del Muro. Desde su oficina en la cancillería de Bonn no pudo percibir lo que se estaba fraguando en Berlín Este. Pero entre Noviembre de 1989 y Octubre de 1990  Kohl había sido el político correcto en el cargo preciso en el momento oportuno, como ha dicho Angela Merkel.

Lo que sí me sorprendió es que hablaba con tanta pasión de Europa y de la Unión Europea como de la reunificación alemana. En 2014 la crisis de la idea de Europa era ya el plato del día en la prensa. Y delante de mí tenía a un alemán, y no un alemán cualquiera, que defendía a Europa con pasión.

Kohl estaba obsesionado con la Guerra Mundial. "Tuve la suerte de nacer tarde", había dicho. Tenía apenas 10 años cuando estalló la guerra y se salvó por los pelos de ser llamado a filas, de formar parte de algún batallón de adolescentes arrastrados por la vorágine del nazismo.

Vivió la postguerra como adolescente y Helmut Kohl sabía que, si se quería evitar otra guerra en Europa, había que convertir el Mercado Común Europeo en una Unión política. El se veía como ciudadano europeo "un alemán europeo y un europeo alemán" y quería una "Alemania europea y no una Europa alemana".  Hay que saber algo de historia para comprender la trascendencia de afirmaciones aparentemente simples como esas en boca de un canciller de Alemania: hoy día damos muchas cosas por sobreentendidas sin darnos cuenta de lo que significan hasta que las perdemos.

Yo me sentía cada vez más eufórico: llevaba ya más de una hora de entrevista con Helmut Kohl, canciller de la República Federal de Alemania, una de las figuras claves del último cuarto del siglo XX.

Hasta que hice la pregunta maldita:

-"Fue el Euro el precio a pagar por la reunificación alemana"?

-"Sí. Yo había hablado con Francois Mittterrand..."

Y en ese momento, Maike Kohl-Richter, saltó de  detrás de la cámara, se puso delante del objetivo y exclamó:

-"¡Bundeskanzler! ¿Qué estás diciendo? Tú siempre me has dicho a mí que eso no fue así...

A lo largo de la hora de entrevista Frau Kohl-Richter había interrumpido numerosas veces las respuestas de Kohl para hacer "precisiones". Evidentemente, Helmut Kohl, a sus 84 años, tenía lagunas de memoria. Oir ejemplo,  cuando me dijo que la noche del 9 de Noviembre de 1989, que le pilló en Varsovia, volvió inmediatamente a Berlín, cuando en realidad, hizo una escala en Hamburgo para valorar la seguridad de aparecer en Berlín, en el balcón del Ayuntamiento de Schöneberg junto a Willy Brandt. Pero a mi me parecieron "lapsus" comprensibles en una persona de edad avanzada. La cabeza de Kohl funcionaba bien, a pesar de la impresión que daba su lengua estropajosa.

Maike Kohl-Richter nos había hecho saber que ella -y sólo ella- era la guardiana del legado del Canciller. Que no iba a permitir que se emitiera algo que pudiera suponer una mancha en su legado histórico. Y yo lo entendí en el sentido de que, si tenía algún lapsus de memoria como aquellos, era perfectamente legítimo evitarlo.

Pero aquello no parecía un "lapsus" de memoria. La afirmación de que "Sí, el Euro fue el precio que Alemania pagó por la reunificación" en boca de Helmut Kohl, en plena crisis existencial del Euro, con varios países al borde del rescate, hubiera sido una bomba política de primera magnitud.

Fuera de sí, Maike Kohl-Richter nos exigió en ese momento borrar todo lo que habíamos grabado. Todo. Desde el principio hasta el final. No saldríamos de aquella casa sin haber borrado todo delante de ella. Y si no lo hacíamos en ese preciso instante, las consecuencias serían gravísimas.

Maike Kohl-Richter se consideraba la guardiana del legado del "Bundeskanzler" para la historia y no iba a permitir eso.

Intenté tranquilizarla, decirle que no emitiríamos la respuesta, que podíamos volver a preguntar, que no podía hacernos aquello después de lo interesante que había sido la entrevista. Le prometí que le dejaría ver el programa antes de emitirse para que comprobara que no estaba aquella respuesta, pero que no podíamos borrar sólo aquella parte porque era un clip completo. Que podíamos hacerlo en la oficina, editando delante de ella. Por un momento me pareció que iba a acceder. Pero no. Volvió sobre sí misma y dijo que no se podía arriesgar a que algún día, años después, apareciera aquella respuesta en "en you tube" o en cualquier otro lado.

"No sé qué le pasa hoy", nos decía. Debe estar muy cansado. La entrevista se ha prolongado demasiado. LLevábamos ya cerca de 2 horas en su casa.

Nos propuso repetir la entrevista al día siguiente. Naturalmente, accedí aliviado. Después de lo que había pasado, ya sabía a lo que me arriesgaba.

Pero no podía renunciar a esa segunda oportunidad.

Al día siguiente volvimos a casa de Helmut Kohl y repetimos casi las mismas preguntas (yo no quería provocar la ira de Fran Kohl cambiando las preguntas).  La entrevista fue un calco de la del día anterior. Kohl repetía las mismas respuestas (como si las tuviera aprendidas, como si las hubiera escrito varias veces), Frau Kohl interrumpía nuevamente algunas respuestas cuando observaba algún mínimo y nimio "lapsus", o cuando no estaba de acuerdo con la respuesta.

Cuando volví a hacer la pregunta, "¿Fue el Euro el precio que tuvo que pagar Alemania por la reunificación?"  yo me esperaba una respuesta diferente. Pero la respuesta de Helmut Kohl, fue la misma.

-Sí. Yo había hablado con Francos Mitterrand...

Fin de la entrevista. Frau Kohl se puso delante de la cámara otra vez y le echó al gran Helmut Kohl, al Canciller de Reunificación, una bronca monumental. "Que eso no es lo que me has contado, lo que has escrito, lo que hemos hablado... Porque tú siempre has dicho que..."

Otra vez la orden fatídica: "¡Borren todo delante de mí inmediatamente o, si no, aténganse a las consecuencias!".

Yo sabía que Frau Kohl estaba preparando el último libro de memorias de Helmut Kohl, que presentó al año siguiente. Sabía que Heribert Swchan estaba a punto de publicar otro libro con conversaciones grabadas en cinta con Helmut Kohl y que Frau Kohl quería impedirlo por todos los medios. Schwan ha sido condenado a pagar 1 millón de Euros por no tener autorización para publicar esas cintas.

Sabía que los hijos de Helmut Kohl llevaban años denunciando que su padre estaba "secuestrado" por su segunda mujer.

De repente, todo me encajó.

Salí de casa de Helmut Kohl con una decepción profesional demoledora. Y no pude menos que sentir compasión de aquel gran hombre que yo había conocido como un amable anciano con altibajos intelectuales. Helmut Kohl, en su ancianidad, no era ya más que un gigante en silla de ruedas.

Me imaginé su vida en la plenitud política: entregado en cuerpo y alma (un cuerpo muy grande y un alma también muy grande) a la política. Pero que había olvidado a su familia, como denunciaban sus hijos. Me acordé de su primer mujer, Hannelore, violada por los rusos, con una extraña enfermedad de alergia a la luz del sol, con depresiones, que acabó suicidándose. 

Ahora tenía delante de mí al gran, al todopoderoso, Helmut Kohl, "protegido", "cuidado", "mimado" "tutelado"  por una mujer 34 años más joven que él, una de sus antiguas colaboradoras.

No he leído el último libro de Helmut Kohl. No me interesa.

 

Miguel-Ángel-Berlin   17.jun.2017 12:49    

Bodas, bautizos y funerales. Leitkultur

    jueves 6.abr.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    2 Comentarios

III Parte de „Las cenizas de Annelisse...“ y „La boda turca de la peluquera...“

No he tenido ocasión de asistir a ningún bautizo en Berlín.

Debe ser una cuestión de puro cálculo de probabilidades por la baja natalidad.

A lo que sí asistí es a una ceremonia de confirmación de un grupo de adolescentes en una iglesia evangélica. La biblia sobre el atril, los devotos protestantes cantando con sonrisa beatífica, dando gracias a Dios por el soleado sábado que les esperaba fuera. Me pareció estar en una ceremonia presidida por Lutero. Todo muy austero y aparentemente auténtico.

Fue el día en que me dí cuenta de la importancia del rito. Aquel día puse en cuestión ni aversión de décadas a los pomposos rituales católicos. Uno, qué se le va a hacer, vive en un permanente proceso de cambio y puesta en cuestión de todo lo habido y por haber.

A mí siempre me ha atraído la naturalidad nórdica, lo poco dados que son a gestos teatrales en contra de la natural inclinación del sur a la sobreactuación. Siempre lo ví como un síntoma de autenticidad. Me gustan las casas sin cortinas de los holandeses, qué le voy a hacer.

Pero tras las amplias cristaleras de los salones calvinistas, bajo las mullidas alfombras de Ikea, en los „Kellers“ (sótano, trastero) austríacos, o en las atiborradas despensas de las atareadas amas de casa de Suavia hay más cadáveres y más miseria moral de la que se ve a primera vista.

Integrarse en esas sociedades no es tan sencillo como pueda parecerle a un joven sureño que sueñe con una novia alemana.

De hecho, bien mirado, ¿cómo se van a integrar los inmigrantes si ni siquiera los alemanes están propiamente integrados? ¿Qué es la integración, sino formar parte de una sociedad, crear vínculos, relaciones, amistades que te acompañen en los momentos importantes de la vida y, porqué no, en la muerte? ¿Acaso piensan los alemanes que integración es no llevar pañuelo, vestirse todos en Primark, disfrutar de las salchichas y desear un „schönes Wochenende (feliz fin de semana) cada viernes?

Sí, soy consciente de que que eso es simplificar. Los alemanes también llaman integración a que los que vienen de otras culturas mantengan una vecindad educada, limpia y cortés, que aprendan a separar religión y vida política y social, que  renuncien a la poligamia, a los matrimonios forzados entre menores, a obligar a la mujer a tapar su cuerpo como si fuera algo pecaminoso, algo a mí me parece tan obsceno como un musulmán ve la desnudez.

Pensábamos que internet, las redes sociales, la globalización iban a conseguir en poco tiempo, en unas pocas primaveras, que el mundo sea algo social y políticamente uniforme, naturalmente con los cánones de la sociedad occidental.

La arrogancia de Occidente es descomunal, siempre lo ha sido. Esa creencia de que la verdad está aquí, que lo que hay más allá del Mediterráneo o de los Cárpatos es algo exótico, condenado a desaparecer porque es inferior, es la causa de lo que está pasando con Rusia o con el mundo árabe.

Pero ya que los alemanes no hacen más que darse latigazos en la espalda porque no han sabido integrar a los extranjeros, no seré yo el que dé más latigazos.

En la falta de integración de los inmigrantes en la sociedad alemana tiene mucho que ver la falta de deseo de integrarse de esos grupos. Así que, alemanes, de verdad, no os tortureis tanto. En el fondo, el que no se integra es porque no quiere.

¿Cómo pretender que se integren los turcos –quien dice turcos dice cualquier otro grupo étnico- en una sociedad hiper individualista donde ya no significa nada la familia, la tribu y todo se ha sustituído por la fidelidad al Steueramt (Hacienda)?

En un coloquio en la Universidad Lugwig-Maximilian de Múnich, afirmaba el brillante hispanista Paul Ingendaay que un matrimonio mixto sólo funciona entre un alemán y una española, que no conocía ningún caso al revés. Y la verdad que mi experiencia es la misma.

„Es que las mujeres españolas son muy inteligentes –bromeaba yo- entienden hasta a los alemanes. Algo falla aquí.

Y es que la verdadera integración, o es de ida y vuelta, o es absorción. Y aquí me temo que fallan tanto la ida como la vuelta. Ayudaría mucho a la integración de esas culturas en la sociedad alemana que los alemanes se integraran un poco en esas culturas que tienen cientos, miles de años de historia. El miedo de los bávaros -y por extensión de todos los alemanes- a que desaparezca su "Leitkultur" (el modo de vida y conjunto de valores alemanes) sería enternecedor si no fuera tan ridículo.

Me contaba un hispanista alemán recientemente que la mayor parte de los estudiantes alemanes, cuando vuelven de un  Erasmus en España todos, sin excepción, cuentan que han descubierto que hay otra forma de pensar, otro estilo de vivir.

Estaría bien que Erasmus incluyera también el Cairo, Estanbul o Moscú.

Es asombroso cómo los alemanes, campeones del mundo de los viajes, que han estado todos, sin excepción, en España, algunos durante años, no tienen ni remota idea de España más allá de las verjas de su casa de Mallorca o de los hoteles todo incluído de Canarias o la Costa del Sol. Viajan y viajan y vuelven a viajar y no se enteran de nada.

La arrogancia es la madre de la ignorancia.

Durante los años de crisis económica muchas suceptibilildades que habíamos creído cosa del pasado, salieron a flor de piel.

Se empezó a hablar de la hegemonía alemana como algo nefasto, se desenterraron viejos agravios Norte-Sur, se pusieron de manifiesto lo lejos que están todavía los países europeos de lograr su propia integración.

Se desenterraron todos los estereotipos, desde la siesta, a la fiesta, pasando por el despilfarro y la corrupción para volver a hacer realidad aquella frase del inventor de las „fake news“ (no, no fue Donald Trump, ni Vladimir Putin, fue Salustio, hace 2.000 años, el que definió „fake news“: „Aliquid pro vero credi“ (Tomar por cierta cualquier cosa).

Una de las pocas medidas que admiro de las adoptadas por Angela Merkel fue abrir las puertas a cientos de miles de refugiados que huían de las guerras de Siria e Iraq. Esa medida, que me sorprendió, pero, sobre todo, la actitud humanitaria y solidaria de la mayor parte de los alemanes me reconciliaron definitivamente con este pueblo.

Pero, visto desde un punto de vista de rentabilidad política económica y social, más le hubiera valido a Angela Merkel haber abierto las puertas a los cientos de miles de jóvenes españoles, griegos, italianos o portugueses en paro, en lugar de poner trabajas y alimentar el temor a que vinieran a aquí sólo a cobrar ayudas sociales.

 Se habría ahorrado miles de millones de Euros en ayudas sociales de manutención e integración, habría ganado una mano de obra cualificada y entusiasta, pero, sobre todo, se hubiera ahorrado muchos conflictos durante décadas de proceso de integración.

Porque, a pesar de que en lo tocante a bodas, bautizos y funerales España y Alemania son muy diferentes, la diferencia no es incompatibilidad, sino complementariedad y no estaría de mas pasar por el ritual de la confirmación de nuestra común „religión“ europea.

A estas alturas estoy convencido de que España y Alemania, partiendo de culturas e idiomas tan distantes y distintos, son los dos países claves para mantener y profundizar la Unión Europea. Francia está en una imparable caída hacia la irrelevancia, Italia hace tiempo que no tiene credibilidad y el resto de países no tienen entidad ni peso suficiente.

A pesar de rasgarnos las vestiduras por la hegemonía Alemana, en el fondo los españoles admiramos a los alemanes y en ellos tenemos el mejor espejo en que mirarnos para recuperar las décadas de cultura democrática que nos faltan.

Es verdad que el liderazgo de Alemania en Europa no debe significar que lo convirtamos en el médico en solitario que hace el diagnosis y aplica las recetas. Alemania ha diagnosticado bien pero se equivocó en parte de receta y desde luego se pasó con la dosis, necesita un segundo equipo médico para confirmar diagnosis y aplicar la cura. Pero aquí también, como dijo el polaco Radoslav Sikorsky, hoy por hoy temo más la inacción alemana que su hegemonía.

Europa no puede construírse sólo sobre el éxito económico, sobre la competitividad neolilberal de las empresas. España tiene mucho que enseñar en esto. Alemania necesita de la frescura del genio español, de su capacidad de iniciativa, de su aptitud para la improvisación, para cambiar de rumbo. La perseverancia alemana significa también que, con frecuencia, persevera en el error.

Y lo que nosotros necesitamos de Alemania está claro: aprender de su cultura democrática y de su cultura de responsabilidad empresarial.

Es interesante comprobar cómo un pueblo con valores familiares tan arraigados, tan tribal, como lo es España, sea al mismo tiempo tan ingobernable, mientras un pueblo tan individualista como los alemanes sean el pueblo más dócil del mundo, para bien y para mal.

Un romance de hace más de mil años, sin embargo, se nos puede aplicar tanto a españoles como a alemanes.

 „¡Qué buen pueblo si tuviera buen señor!“

Miguel-Ángel-Berlin    6.abr.2017 12:06    

La boda turca de la peluquera

    miércoles 5.abr.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    0 Comentarios

II Parte de "Las cenizas de Annelisse"

 

He vuelto al cementerio de Berliner Strasse un par de veces. Apostaría a que Lothar, su marido, no ha vuelto desde el día en que las cenizas de Annelisse quedaron cubiertas por una capa de césped.

Sus cenizas, me dijeron, ya no estaban allí. Como nadie había pagado un palmo de tierra, se depositan allí un tiempo y cuando el cuadrado de tierra se llena con nuevas urnas, se sacan las antiguas y se colocan en una especie de fosa común de cenizas.

Descubrí el nombre de Annelisse entre una lista de nombres grabados en una gran lápida en otra parte del cementerio.

Lo que no hicieron sus familiares, amigos o conocidos, lo hizo el Estado, la Administración. Todo convenientemente documentato. Por lo menos, el nombre de Annelisse quedará grabado en piedra durante un tiempo, ya que no en la memoria de los que la conocieron.

Como ya he dicho, ese día empezó mi proceso de desintegración de la sociedad alemana. A pesar de mi poca afición por las necrológicas, yo no quiero morirme en un país donde la soledad quede registrada en una lápida de mármol pagada por la administración.

Eso no le pasará a ninguno de los invitados a la boda de la peluquera de mi mujer.

Llevábamos menos de 4 meses en Berlín. Será que hacerse las piernas une mucho, el caso es que la peluquera turca invitó a mi mujer a su boda, algo impensable en una peluquera alemana. Se casaba con un turco, naturalmente.

La pareja española era una de las atracciones exóticas de la boda turca. Todos querían hablar con nosotros, saber de qué parte de España éramos (y todos se decepcionaban cuando les decíamos que del Noroeste), todos querían saber por qué, viviendo en ese país maravilloso, habíamos acabado en Berlín, como si Berlín fuera un castigo o algo así. Por entonces, España estaba de moda, era uno de los „tigres“ del Mediterráneo, junto a la propia Turquía y de la crisis, ni rastro.

Aunque no hablábamos ni una palabra de turco y apenas chapurreábamos el alemán, no paramos de hablar con unos y con otros... y nos entendíamos, bien en inglés, bien gesticulando, que en eso turcos y españoles somos iguales.

Muy pocas mujeres llevaban pañuelos islámicos. La mayoría de las mujeres vestían a lo occidental, aunque había algunas con trajes turcos.

La boda turca me recordaba mucho a las bodas españolas: gran profusión de comida (en buffet, no servida por camareros), música, bailes...

Pero había dos cosas que no se encontraban en aquella boda turca: no había jamón y no había tampoco ni un invitado alemán.

Eso me dió qué pensar. O las alemanas no se hacen las piernas o no es lo mismo hacerle las piernas a una española que a una alemana, aunque mi mujer sea rubia.

El caso es que la peluquera turca, que había nacido en Alemania, no tenía amigas alemanas.

Mi primera deducción fue que los alemanes no querían hacerse amigos de los turcos, que no les permitían integrarse. Que algo fallaba en el proceso de integración de los inmigrantes en la sociedad alemana.

Pero pronto empecé a intuir que algo no encajaba en ese razonamiento. En realidad, la escolástica indica que el razonamiento debía ser el contrario, que algo fallaba en la integración de los alemanes en las bodas turcas, porque allí lo que faltaba eran alemanes.

Y al final he acabado por preguntarme por qué los alemanes se dan continuamente golpes de pecho porque no han sido capaces de integrar a los turcos.

Fue al ver a Annelisse de cenizas presente sin que ni uno sólo de los que la conocieron en vida –excepción hecha de su parlanchín marido- se acercara a darle un último adiós cuando definitivamente me pregunté si había algo, una sociedad, un plan, un estilo de vida en el que integrarse.

Miguel-Ángel-Berlin    5.abr.2017 11:20    

Las cenizas de Annelisse

    martes 4.abr.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    2 Comentarios

Era uno de los habituales días grises de Berlín, con un airecillo persistente, como hecho de invisibles agujas, la ropa húmeda como si lloviera. El sol, ausente, escondido en alguna parte, probablemente de vacaciones en Mallorca.

Desde la puerta del cementerio de Wilmersdorf, en Berliner Strase, no se veía un alma viva. Una capilla con la puerta cerrada de frente y una pequeña caseta a la izquierda, con la puerta abierta.

Ahí debe estar, me dije.

Me paré un momento en el umbral de la puerta. Un jarrón sobre una mesa era todo el mobiliario. Pero en el jarrón no había flores. Allí estaban las cenizas de Annelisse.

Habíamos conocido a Annelisse y su marido Lothar, un par de año antes. Mi hijo pequeño jugaba en el parque y una pareja se acercó y se sentó en el mismo banco con ganas evidentes de charlar con aquellos exóticos españoles.

Una pareja típica y atípica. Lothar rondaba los 70 años, Annellisse, en cambio, hacía tiempo que había superado los 80.

El era abierto, parlanchín, simpático, el tipo ideal para practicar alemán. Ella era reservada, seria, de gesto adusto.

Con el tiempo, nuestras etiquetas cambiaron y Lothar se convirtió en inoportuno, metomentodo, agobiante.

 Annelisse, en cambio, iba ganando en carcanía, sin perder su habitual parquedad.

Con el tiempo, Annelisse nos fue contando, a cuentagotas, su vida: había pasado hambre en la posguerra, trabajado de carnicera y de otros oficios, tanto ella como Lothar habían estado casados antes un par de veces y no tenían hijos.

Tenían, sí, muchos sobrimos.

Pero estaban muy solos. Esa soledad impelía a Lothar a buscar víctimas por los parques y a Annelisse la encerraba más en sí misma.

Aunque mi alemán aún no me permitía una conversación fluída, poco a poco intentaba sonsacarle más a Annelisse sobre su pasado; el de Lothar, por su edad, me interesaba menos. Yo quería saber cómo era su vida bajo el Nazismo, si durante su juventud había sentido la misma locura colectiva de la mayor parte de los alemanes, si había levantado su mano en el saludo hitleriano, si había asumido que ella formaba parte de la „Quelle der Nation“ (la Fuente de la Nación).

No me dió tiempo. Un día supimos que, tras un trayecto de decenas de kilómetros en bicicleta, había sufrido un infarto y estaba muy grave. Annelisse apenas comía nada, se alimentaba de dos litros de café diario y cigarrillos.

Consiguió superarlo temporalmente. Fuimos a verla a su casa y de repente nos dimos cuenta de lo anciana que era, 86 años. Unos días después, murió.

Cuando Lothar llegó a la caseta del cementerio se extrañó de que yo estuviera allí, no esperaba a nadie. Y yo me extrañé de que no esperara a nadie.

 Acompañamos al enterrador a una zona del cementerio donde hizo un agujero de un palmo de ancho con un cilindro y metió la urna como quien enrosca un tornillo en una tuerca.

Una oración apresurada y allí quedó Annelisse, como sembrada en la arena, cubierta con una fina capa de césped.

Annelisse, 86 años de vida, seis hermanos, numerosos sobrinos, parientes, compañeros de trabajo, vecinos... Y el día que murió, ante sus cenizas sólo estaba un extranjero que acababa de llegar a Berlín y que apenas conocía nada de su vida.

Ese día, debíamos llevar aquí cuatro años, dí por concluído el periodo de integración en la sociedad alemana. Al fin y al cabo, al poco de llegar habíamos ido a una boda turca, invitados por la peluquera de mi mujer y había asistido a un entierro de una alemana.

Como ya habíamos probado el „Grünkohl“, „Rotkohl“, „Weiskohl“ y todas las coles imaginables, el „Bratkartoffeln“ (patatas asadas) ya no ocultaba secretos para nosotros y ya no teníamos que señalar con el dedo para comprar el „Brötchen“ (pan), nos sentíamos plenamente integrados en la sociedad alemana.

Estaba en el periodo en que cualquier emigrante que no haya entrado con el pie izquierdo de alguna manera reniega de sus orígenes, encuentra todo más y mejor organizado en el nuevo país y se pregunta si será capaz de soportar la vuelta a ese desastre de país que ha dejado atrás.

Pero la muerte de Annelisse me libró de esa tentación.

Ese día, en realidad, empezó mi período de desintegración de la sociedad alemana.

Estoy curado.

Miguel-Ángel-Berlin    4.abr.2017 16:29    

Feliz cumpleaños, Europa

    viernes 24.mar.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    4 Comentarios

Que levante la mano quien ronde los 60 años. Me vale lo mismo 5 años arriba o 50 abajo.

¡Felicidades! Has tenido la suerte de vivir el periodo más civilizado, afortunado y luminoso  de la historia de la humanidad.

No has conocido el hambre (el hambre de verdad), el frío, la muerte de seres queridos por un germen que se elimina con una pastilla, la guerra, la miseria…, has podido estudiar si hubieras querido, viajar, has podido elegir profesión y hasta elegir a los que tienen que organizar todo eso de lo que disfrutas sin darte cuenta.

Y esto vale no sólo para ti, que naciste en un país, en una zona, en un pueblo relativamente pobre del Suroeste de Europa. Vale, salvando las distancias, para todos los europeos desde el Algarve a los fiordos que se pierden en el Ártico.

Prueba a sentarte durante un rato mirando en perspectiva tu pueblo o tu ciudad y pon en marcha el reloj del tiempo hacia atrás intentando imaginar no sólo cómo era la vida en tu pueblo antes, sino cómo era en los alrededores y un poco más allá.

No hace falta saber mucha historia para imaginarlo. Pero si sabes algo de historia, te darás cuenta de que la vida, antes de nacer tú, era brutal. La lucha por la supervivencia no era un término filosófico, era una realidad bestial y diaria. La vida de una persona valía con frecuencia menos que un plato de lentejas.

Poco antes de nacer tú, a tu alrededor los vecinos se odiaban, denunciaban y mataban  unos a otros por motivos que a ti ahora te parecen pueriles. Y lo mismo pasaba con los vecinos lejanos, con los países. El hambre era el gran reto diario, el frío un enemigo implacable durante buena parte del año, las fiebres eran mortales. Cada poco llegaba un agresor externo que intentaba quitarte lo poco que tenías y convertirte en su siervo o esclavo. Y así durante cientos, miles de años, hasta ese momento en que ya ni siquiera te reconoces como humano.

Pues que sepas, querido, querida, que, si tú has podido vivir una vida libre y, con sus problemas y carencias, libre de todas esas miserias salvajes con las que han tenido que convivir tus antepasados, se lo debes a algo que probablemente ahora te produce desprecio o indiferencia: se llama democracia.

Y para ser más exacto, a la gente que ha luchado para traerte la democracia.

También a mí me suena raro que, a estas alturas, tengamos que recordar esto.

Pero es que el mundo está muy raro. En amplias capas de población de todo el mundo occidental se está extendiendo un desprecio a la democracia, calificándola de decadente, corrupta, débil. Por todas partes surgen aspirantes a dictadores que tratan de convencernos de que, si no “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sí el tiempo donde los dictadores omniscientes dictaban y los súbditos y sometidos obedecíamos.

Con frases simples y zafias presumen de solucionar los problemas del mundo –y los tuyos- de un plumazo.

Y tú, que quizá has dado por hecho que todo lo que tienes te pertenece por Ley Natural, por tu esfuerzo, que te lo mereces y que merecerías  y tendrías mucho más si no fuera por esos corruptos que gobiernan, has llegado a pensar que quizá tienen razón.

El espejismo es tentador. Pero alguien te tiene que recordar que es un espejismo, una trampa.

Si rondas los 60, naciste con el germen de lo que ahora llamamos la Unión Europea. Claro que, por aquel entonces, tú no lo sabías. Para ti Europa era algo lejano, de donde venían las invasiones que arrasaban tu pueblo y os convertían en siervos y esclavos. A veces venían también aires liberadores que nosotros creíamos – así nos lo decían- que salían de las calderas de Pedro Botero , que entonces situábamos en París o en los alrededores y ahora muchos sitúan en Bruselas.

Pero si verdaderamente te pones a pensar todo lo que Europa te ha traído, no sólo fondos estructurales, carreteras, polideportivos, aeropuertos, estaciones, polígonos industriales, sino conceptos, ideas de vida, entonces te asustarás de lo que proponen los dictadorzuelos.

Te asustarás de que tus hijos o hijas puedan pensar que todo lo que tienes ahora  –aunque estés pasando un mal momento y estés, por ejemplo, en paro- lo tenemos que dar por sobreentendido o que podemos ponerlo en cuestión.

Y correrás a tu casa a agarrarte a cualquier libro de historia. Porque quien olvida su historia, está condenada a repetirla.

Es verdad que tenemos muchas razones para quejarnos. La gran ventaja de la democracia es que podemos hacerlo, podemos quejarnos. Y poner a parir a quien no cumple nuestras expectativas. Que son muchas, cada vez más.  Cada vez tenemos más datos para identificar los fallos, cada vez controlamos más y somos conscientes de que donde hay poder hay corrupción e incompetencia. 

A Europa, a las instituciones europeas, a los políticos, les podemos culpar  de muchas cosas. Por ejemplo, de que últimamente, en lugar de enriquecer a la mayoría, a la clase media, la están empobreciendo con sus políticas capitalistas neo liberales, que están destruyendo la ilusión de mucha gente. Sal a la calle inmediatamente (a las redes sociales, es un decir) a denunciarlo. Pero no te olvides de poner todo en la balanza, lo que se puede contar y pesar y lo que sólo se puede valorar cuando no se tiene o se pierde. Y lo mismo vale para los políticos locales.

No olvides, además, que los políticos elegidos son tu puro retrato, tu creación, la proyección más exacta posible de cómo es una sociedad, de cómo son sus ciudadanos, no les eches a ellos solos la culpa de lo que somos todos. No te tires piedras contra ti mismo.

Esto se lo voy a contar a mi hijo hoy, que cumple 13 años, para que nunca olvide de dónde viene y piense siempre un par de veces a dónde quiere ir.

Miguel-Ángel-Berlin   24.mar.2017 15:40    

¿Quo vadis, mundi? *Nota: este artículo tiene más de 140 caracteres y notas al margen

    martes 14.mar.2017    por Miguel-Ángel-Berlin    5 Comentarios

 

En verdad  es difícil comprender el mundo en que vivimos. Pero, ¡carajo!, ¿cuando ha sido  fácil?

Hace treinta años, con un muro atravesando Berlín, todos teníamos claro que el mundo se dividía en dos: unos a una parte, otros a la otra del murito.

En este momento, precisamente, estoy sentado sobre lo que se llamaba “franja de la muerte”, la línea por donde pasaba el muro de Berlín.  

Bajo a la calle y sólo tengo que abrir un poco las piernas para colocarme a horcajadas de la línea del muro, la línea del mundo, nos parecía entonces.

Si pongo las dos piernas a Occidente y miro a Oriente, casi puedo imaginarme la tristeza existencial en el Berlín Este.

 Tristeza porque filosóficamente el muro estaba construido sobre el pesimismo existencial que hunde sus raíces en Hobbes, trasmutado el “homo homini lupus” en lucha de clases.

*Nota para eruditos y pedantes:

(Es curioso pensar que Hobbes cogió ese concepto de una comedia de Plauto, todo un filósofo del sentido del humor negro de hace 2.000 años. Plauto, antes de triunfar, fue un “sintecho” de la época, “pasó más hambre que el perro de las cabras”.

*Nota para gente que no es de pueblo:

(Se sabe que el perro de las ovejas no pasaba hambre. Siempre ha habido clases.)

Si pongo un pie en Oriente y trato de imaginarme el Occidente de entonces (convendréis conmigo que fue hace muy poco tiempo), veo una sociedad capitalista, dirigida exclusivamente hacia una competencia feroz, dejando por el camino víctimas de la inadaptación y la injusticia. Disfrazado de Rousseau y Montesquieu veo también el fantasma de Hobbes haciendo de las suyas. En realidad, el verdadero “homo homini lupus” estaba en la competencia feroz del capitalismo, que desde el comunismo se veía como el colmo de la injusticia social, la hegemonía del capital, de los ricos sobre los pobres.

*Nota para defensores de los animales

(No está comprobado, ni mucho menos, que el lobo se comporte con sus semejantes igual que el hombre con los humanos. Antes bien, las sociedades lobunas parecen perfectas al lado de las humanas. En el mundo de los lobos, la filosofía de la maldad se debe resumir en la frase: (“Homo homini homo est” (Traducción libre: El ser humano es un salvaje con sus semejantes).

Todo parecía, sí muy simple de explicar. O estabas a este lado del muro, o estabas al otro.

O eras comunista, o no lo eras.

Pero sólo lo parecía. Todos sabemos que todo era más complicado que eso.

Pero la complejidad del mundo se ha acelerado a marchas forzadas. El mundo de hoy parece ya un algoritmo indescifrable, para el que sólo las máquinas de Google pueden encontrar solución echando mano del Big Data.

*Nota para despistados

Big Data son la acumulación mil millonaria de cada acto, incluso pensamientos registrables, que se acumulan como “imputs” (entradas) de información que, se supone, revelan verdaderamente de nosotros mismo más de lo que nosotros creemos, sabemos, pensamos o deseamos.

A ver, yo tengo muchas incógnitas personales.

¿Cómo es posible que se esté poniendo en entredicho la existencia de la Unión Europea que durante los últimos 60 años ha traído tanta prosperidad económica, paz, oportunidades, apertura mental, que tanto pelo de la dehesa nos ha quitado de encima?

¿Cómo es posible que 70 años después del nazismo, esta palabra esté más de moda que nunca, usándola por activa y por pasiva, ya sea para intentar reivindicar no sé qué de legítimo del nazismo o para atribuirle a alguien esa ideología con la consecuencia de minimizar lo que verdaderamente fue el nazismo?

¿Cómo es posible que en Europa estén surgiendo las simpatías por dictadores y dictadorzuelos como supuestos depositarios de las soluciones sencillas para problemas complejos? O sea, en plan… “Esto lo arreglo se arregla con un par…de twitts”

Entiendo que Putin arrase en Rusia, incluso que Erdogán arrase en Turquía, pero juro que no entiendo lo de Trump y Estados Unidos. No he encontrado explicación.

¿Cómo es posible que franceses, holandeses, austriacos, suecos, flirteen con ideas y partidos claramente filo nazis? Puedo entender que húngaros, polacos, eslovacos sientan ciertas inclinaciones porque les den las soluciones a todo servidas en un plato combinado  “fast food”, pero que sociedades democráticamente avanzadas estén retrocediendo me resulta desconcertante.

Y no he metido a Alemania en ese contubernio porque aquí todavía, afortunadamente, esos flirteos son muy minoritarios. Alemania, lo sé, es la madre del cordero.  

Sí, yo sé que tú tienes también muchas otras preguntas. Yo también. Muchas. Sólo he puesto algunas.

Y ahora que lo pienso, quizá pinchaste aquí esperando encontrar alguna respuesta para comprender el mundo.” Ich bitte um Entschuldigung” Lo siento. Esto es lo que hay.

Pero prueba con el Big Data. Las  múltiples y complejas incógnitas que plantea ese algoritmo de a dónde va el mundo, sólo se pueden solucionar despejando los clics de “me gusta, comparte, envía, emoticón, carro de la compra,  ir a la caja”.

Y, si no estás cabreado mucho porque no te haya aportado ni una sola idea, puedes dar a compartir. Para Google, un solo clic es muy importante para entender el mundo.

Miguel-Ángel-Berlin   14.mar.2017 13:04    

Obama, el europeo

    miércoles 16.nov.2016    por Miguel-Ángel-Berlin    6 Comentarios

Si Barack Obama se hubiera presentado a las elecciones en cualquier país europeo en los años en que ha sido Presidente de los Estados Unidos, seguramente hubiera sacado mayoría absoluta en casi todos, por no decir en todos. En Alemania sus resultados habrían sido abrumadores. 200.000 personas se entusiasmaron con el entonces candidato Obama en Berlín.

Aquí vino, dijo, a tender puentes entre Estados Unidos y Europa tras la gran ruptura que supusieron las mentiras de la invasión de Iraq por G. W. Bush.

“Yes, we can” se convirtió en una especie de lema universal. Todo parecía posible. Por encima de todo, la paz en Afganistán, en Iraq, incluso en Oriente Próximo entre Israel y Palestina, la desaparición de esa infamia del género humano que era –y es- Guantánamo. Y tantas otras cosas: la reconciliación de razas, religiones, géneros… Tantas esperanzas se echaron sobre los hombros de Barack Obama cuando ganó la presidencia de EEUU.

Pronto nos encontramos con la realidad. El Presidente del país más poderoso del mundo, con mucha diferencia, no era capaz de cumplir prácticamente ninguna de sus promesas.

El mito Obama empezó a derrumbarse y se hizo visible con la concesión del Premio Nobel de la Paz. Nadie entendió cómo se daba ese premio tan pronto a un político que renegaba de las guerras convencionales de sus opositores pero defendía a capa y espada la nueva guerra con bombardeos de drones que causaban cada día decenas de “daños colaterales”, esa expresión que aprendimos todos del general Schwarzkopf durante la invasión de Iraq.

La retirada de las tropas de Estados Unidos de Iraq, con dos años de retraso, sólo dejó el paso libre para que medio Iraq quedara ocupado por los salvajes de Daesh, para que los talibanes resucitaran en Afganistán y nadie encontraba, ni quería participar en las soluciones para Guantánamo.

El fracaso de Obama en Oriente Medio es palmario, pero se me ocurre una disculpa: eran guerras heredadas, no es fácil solucionar conflictos enquistados. Y menos, con el Premio Nobel de la Paz en la solapa.

Pero quizá el mayor fracaso de Obama en su política internacional ha sido con las llamadas entonces “primaveras árabes”. Empezando por Túnez, siguiendo por Egipto, Siria, Libia.

Pronto quedó claro el error de cálculo de Obama y todos los que en su momento vieron –vimos- en las primaveras árabes el amanecer de un nuevo tiempo con el nuevo líder mundial en la Casa Blanca predicando el entendimiento universal y el multiculturalismo.

Las salvajes dictaduras del inmenso y variado mundo árabe habían ocultado hasta entonces el barril de pólvora que anidaba en esos países. Pólvora en cañones, tanques, misiles, metralletas y fusiles proporcionados por Estados Unidos, Europa, Rusia, China a todos aquellos que tuvieran algo que ofrecer para comprarlos: dinero o promesas de vasallaje.

Nada nuevo bajo el sol. Nadie ha percibido que Obama haya cambiado el papel de Estados Unidos en el mundo y, sin embargo, la mayoría se ha convencido de que se ha debilitado. 

Está claro que el mundo no se arregla con discursos, por más que los de Obama sean magistrales. Sus discursos sobre Europa – sobre la Unión Europea- son antológicos y merecería que Europa le diera el título de "ciudadano europeo de honor" . Y, sin embargo, la decepción de Europa con Obama ha ido creciendo con cada año de su mandato.

Está claro que Obama consiguió restablecer algunos de los puentes rotos con la invasión de Iraq, sobre todo el puente con Alemania, pero las relaciones de Obama con Europa tampoco han sido florecientes.

Dos maneras de entender la salida a la crisis finaciera y económica –la alemana y la estadounidense- contribuyeron a crear desconfianza entre Merkel y Obama. Desde luego, no ayudó que Merkel se enterara –si no es que lo sabía ya- que su teléfono estaba siendo sistemáticamente espiado.

Casi pudimos percibir el en el rostro de Obama al decirle tener que decir personalmente a Merkel que sólo podía asegurarle que “a partir de ahora, no te vamos a espiar”.

En ese hombre simpático, abierto, seguramente buena persona, hay un cierto halo de arrogancia que no se percibía en aquel político que levantó tantas esperanzas en el mundo.

Estos días he leído en prensa americana que esa es una de las críticas que le hacen muchos altos políticos americanos, uno de los inconvenientes para que encontrara más apoyo interno. Desde luego, debe ser muy difícil ser Presidente de los Estados Unidos y no dar la impresión de ser arrogante alguna vez.

Ahora, ya como “pato cojo”, Obama viaja por sexta y última vez a Alemania. Ya el hecho de que pase por Grecia antes, para apoyar que se perdone parte de la deuda, es significativo.

Y nuevamente, viene para tender puentes. En realidad, el viaje estaba pensado para ir dejando todo atado y bien atado para entregárselo a Hilary Clinton. De repente, todo lo que se pensaba atar en ese viaje, sobre todo el TTIPP (Tratado de Libre Comercio USA-UE), ha saltado por los aires.

Seguramente Obama se pasará el encuentro con Merkel el Jueves y con F. Hollande, Th. May, M. Renzi y M. Rojoy el viernes respondiendo preguntas sobre lo que nos espera con Trump. Y Obama intentará tranquilizar a los europeos. Un papelón para una despedida de Europa que habría imaginado diferente.

Hoy Obama ya no despierta en Alemania el entusiasmo de hace 8 años. Aún así, conserva un tirón popular incomparable con el de cualquier otro líder europeo.

Seguramente volvería a ganar si se presentara en Alemania, en Francia, en España. No lo tengo tan claro en Gran Bretaña, donde está claro que pocos se convencieron con su apasaionado discurso de las bondades de la UE.

Fuimos muy "naiv" al pensar que sólo un presidente podría cambiar el mundo. Ahora sabemos que harían falta una sucesión de Obamas para completar el trabajo. Pero el mismo pueblo que eligió hace ocho años a un supuesto visionario, ha elegido ahora a otro con la visión del mundo opuesta. La realidad quitó a Obama el título de visionario y lo dejó en un político práctico. Habrá que esperar que la realidad haga el mismo trabajo ahora con Donald Trump. Más nos vale.

Miguel-Ángel-Berlin   16.nov.2016 12:51    

¡Es el instinto, estúpido!

    miércoles 9.nov.2016    por Miguel-Ángel-Berlin    2 Comentarios

Las grandes revoluciones de la historia las han hecho los analfabetos, los incultos, los hambrientos, los desclasados.

Las han hecho siempre echando mano del instinto, jamás del sentido común.

 Y siempre han sorprendido a los cultos, los informados, los bien alimentados, las clases acomodadas, al “establishment”.

Desde hace ya mucho tiempo, tratamos de comprender qué está pasando en el mundo: lo musulmanes se echan en manos del fanatismo, los griegos confían en la utopía, los británicos –y quién sabe si más- renuncian a Europa, los americanos al sentido común…

 Y nosotros, los lectores de periódicos, los que vemos los primeros 20 minutos del telediario, tratamos de explicarlo analizando las cifras macroeconómicas, los tipos de interés o el ganador de la Champions.

Y no la encontramos, porque nos empeñamos en explicar en un país la subida de la extrema derecha por las cifras de refugiados o inmigrantes, en otro nos explicamos la subida de la izquierda en el déficit o el superávit, las cifras del paro o los salarios, en otros, esas cifras se contradicen y no somos capaces de encajar ninguna de esas piezas.

Habrá que esperar décadas para una visión retrospectiva de la historia que explique esta época. De momento, me temo que tendremos que olvidarnos de explicaciones y recuperar una forma de interpretar el mundo que teníamos olvidada: el instinto.

El instinto es lo que ha llevado a Donald Trump a la Casa Blanca y era lo único que podía haberlo evitado. Pero los demócratas confiaron más en el sentido común de Hillary que en el instinto de Sanders.

Si la reflexión “¡Es la economía, estúpido!”, fue lo que hizo a Bill Clinton presidente, Hillary debía haberse dado cuenta de que el mundo ya no es igual.

 El mundo ha cambiado, eso es todo. Ya son 27 años de la caída del Muro de Berlín.

El Estado del Bienestar que el mundo occidental construyó tras las grandes tragedias del siglo XX ya no existe. Murió de éxito, sí, pero murió.

El estado de bienestar es muy aburrido. Los que verdaderamente gozan de bienestar, están dispuestos a aburrirse eternamente. Pero hay una gran masa que sólo conoce las migajas del estado de bienestar.

La gran inflexión al estado de bienestar que se produjo con el cambio de siglo con las políticas neoliberales han ido creando masas de excluidos. Ya no los llamamos proletarios por pudor antimarxista, pero eso es lo que son: proletarios con smartphone.

Mientras Asia está inmersa en “el milagro económico alemán” de la postguerra, convirtiéndose en la gran fábrica y taller del mundo, en una loca carrera capitalista dirigido por regímenes autoritarios ex comunistas, Occidente está de vuelta. Y, alarmado ante la competencia de Asia, ha destrozado su caro sistema de bienestar social retrocediendo décadas y tratando de copiar los mismos sistemas de producción, de salarios que los chinos.

Esa renuncia a sus valores, a sus logros sociales, laborales, esa condena a mucha gente a retroceder a los tiempos del proletariado, a salir a mendigar un salario de hambre en plaza del pueblo, hoy llamada internet, ha cuajado en masas de población indignada que, ve cómo cada día los más ricos son más ricos y los más pobres son más podres.

Durante años, se conformaron con la Champions. Pero hasta la Champions es aburrida por falta de competencia.

Y de repente, han visto que son mayoría y, despertando del letargo analfabeto, está castigando al sentido común.

Se rebelan contra el sentido común que ve normal que, por ejemplo, nadie se plantee prohibir en la bolsa esas operaciones de milisegundos en los que un especulador puede hacer una fortuna mientras ellos ganan 400 Euros al mes, si los ganan. Y tantas cosas que nuestros políticos ven normales, razonables, de sentido común…

 Todos hemos cambiado. Ya nadie confía en nadie. Por eso, todos los desorientados, se lanzan en masa hacia lo diferente. Y que explote por donde sea. Eso es lo que quieren: que pase lo que sea, pero que pase algo. El aburrimiento con la nevera vacía es muy peligroso. Pero el aburrimiento de los analfabetos es revolucionario. Son irracionales, pero siempre tienen razón.

Miguel-Ángel-Berlin    9.nov.2016 13:26    

Adiós, Angie

    lunes 26.sep.2016    por Miguel-Ángel-Berlin    1 Comentarios

Ya se oyen los golpes de pico y pala cavando la fosa política de Angie.

Ya se preparan biografías, llenas de alabanzas, que esperarán en las “neveras” de las redacciones listas para ser emitidas cuando Angie declare que no se presenta a las elecciones.

En la CDU, pero sobre todo en la CSU, se encargan responsos y obituarios al tiempo que se lanzan puñales al muñeco de la que, hasta hace poco, era considerada año tras año la mujer más poderosa del mundo.

Sí, lo que parecía imposible, ha sucedido: Angie ha muerto. Pero, ¿ha muerto políticamente Angela Merkel?

Eso, a mi juicio, está por ver. Quizá esté más viva que nunca.

Elección tras elección, los alemanes dan bofetadas a sus políticos regionales en la cara de Angela Merkel. Se lo merece. Durante 16 años, desde que es Presidenta de la CDU, Angela Merkel se ha dedicado a eliminar sistemáticamente a los líderes de su partido que podían hacerle sombra, que podían hacerle la vida incómoda en Berlín desde sus sillas en los Länder.

El paisaje político regional de la CDU es desolador. De 16 länder, sólo 4 están presididos por políticos del partido de Merkel : Annegret Kram-Karrenbauer en Saarland), Volker Boufier en Hessen, Stanislaw Tillich en Sachsen y Reiner Haseloff en Sachsen Anhalt. El SPD tiene 9, Los Verdes 1, La Izqueirda 1 y CSU 1, en Baviera.

Pero pensar que Angela Merkel está acabada porque en Mecklenburgo Antepomerania la CDU ha quedado por detrás de AfD, Alternativa por Alemania, es leer en posos de achicoria.

En las 5 elecciones regionales que ha habido en los últimos 6 meses ha pesado mucho, naturalmente, el gran caos  provocado por Angela Merkel de abrir las puertas de Alemania a más de un millón de refugiados. Y puede que más incluso que la llegada masiva de refugiados, han pesado los atentados de París y Bruselas o los sucesos de la Nochevieja de Colonia.

La sensación de inseguridad ha calado en la sociedad alemana, a pesar de que aquí aún no ha habido atentados islamistas de la categoría de los de París o Bruselas. Tanto que un solo terrorista con una pistola desató el pánico en Múnich durante unas horas y la capital Bávara fue una ciudad en estado de excepción bajo la amenaza de “varios terroristas con armas largas”.

Resultó ser un desequilibrado de extrema derecha.

Otros dos casos de refugiados, uno con un hacha, que hirió a 5 personas y otro con una bomba, que sólo lo mató a él, alimentaron una histeria que se puede percibir cada día a pie de calle.

Esos atentados, y una amenaza difusa y futura, de que los refugiados van a llenar las calles alemanas de burkas y niqabs, de parados cobrando ayudas sociales que corresponderían a alemanes, es lo que ha levantado de sus sofás a miles de votantes alemanes que hacía décadas dormitaban la siesta del aburrimiento político alemán. ¿Para qué vamos a votar si tenemos a los políticos con más sentido común del mundo?

Angela Merkel utilizó desde un primer momento lo que aquí llaman la “movilización asimétrica”, es decir, campañas electorales de perfil bajo, que movilizan sólo a los convencidos, pero que tienen también la virtud de insuflar somnolencia en los contrarios, convencidos de que no hay alternativa. Incluso puso de moda la expresión “Alternativlos”

La mayoría de los votantes de Alternativa por Alemania provienen de la abstención. Un tercio de ellos se declaran desencantados con los partidos tradicionales. Creen que les tienen olvidados.

El “no hay alternativa” de Angela Merkel podía valer para un roto y para un descosido: para apoyar los paquetes de rescate a Grecia, para alargar la vida de las centrales nucleares, para cerrarlas después, para defender el retraso a la edad de jubilación y luego hacer excepciones significativas, para negar vehementemente el salario mínimo y para defenderlo con igual vehemencia después.

Pero, sobre todo, se resumía en que no había alternativa para Angela Merkel.

Y así, durante los ya 11 años de gobierno de Merkel, esa idea se ha ido asentando de tal manera que algún dirigente socialdemócrata llegó a decir que habría que considerar si interesaba presentar un candidato a la Cancillería.

Todo eso se ha acabado. No por nada, el nuevo partido eligió el nombre de Alternativa por Alemania. Para convencer a los adormecidos alemanes de que había una alternativa al Euro y una alternativa a Angela Merkel.

Y ha conseguido su objetivo. Evidentemente, las elecciones regionales han demostrado que los alemanes han despertado de su sopor y se han dado cuenta de que hay alternativa a Angela Merkel.

Otra cosa es que, en las próximas elecciones generales, voten por esa alternativa.

Aunque los análisis atribuyen invariablemente a la agenda 2010 de Schröeder el principal impedimento para que los socialdemócratas vuelvan a conseguir la Cancillería alemana, para mí no es la Agenda 2010, sino que… ya tienen una canciller socialdemócrata.

Angela Merkel les ha robado su espacio y ha intentado, y lo va a conseguir, robarles la pareja de baile. Ha empujado a la CDU al centro porque el olfato político de Angela Merkel le decía que, ante los vaivenes de los liberales (“una tropa de pepinillos”), tenía que buscar un acercamiento con los Verdes para tenerlos de compañeros de Gobierno.

Naturalmente, una ley física dice que si uno se desplaza a la izquierda, sin aumentar la masa, se abre un espacio por la derecha. Y por ahí se ha colado AfD. Ahora bien, para que ese partido protesta llegue a condiciones de gobernar tendría que ocurrir un terremoto político de unas dimensiones descomunales.

Alternativa por Alemania ha llegado para quedarse, eso está claro, y los políticos alemanes tendrán que acostumbrarse a la normalidad: un partido más a la derecha de la CDU sentado en el Bundestag, populista y demagogo, pero con la virtud de ejercer de despertador de los partidos establecidos.

AfD ha conseguido hacer a la extrema derecha alemana “salonfähig”, como se dice aquí, presentable en sociedad, aglutinando a mucha gente que nunca reconocerá ser de extrema derecha y a los que no dudan en mostrar su afiliación neo nazi. Hay quien se resiste a calificar a Afd de extrema derecha.

Aunque no toda AfD es extrema derecha, porque sus propuestas económicas encajarían con cualquier partido ultra liberal, sus propuestas sociales sobre los inmigrantes son clara y nítidamente de extrema derecha. Calificarlos de “derecha populista” sería un eufemismo. Afd es a Alemania lo que Frente Nacional es a Francia, y eso es extrema derecha.

Todos los titulares de los medios tras las elecciones regionales, invariablemente ponían el foco en las pérdidas de CDU. Pero, si analizamos detenidamente, todos los partidos, desde la CDU al SPD, pasando por los Verdes y La Izquierda, han pagado tributo a AfD.

Votante masculino, entre 40 y 60, trabajador con bajo sueldo o en paro, es el perfil mayoritario en AfD.

Para ellos, Angela Merkel es como un crucifijo para Drácula. Si Angie tenía hasta ahora ese “bonus” que hacía que muchos potenciales votantes del resto de partidos depositaran la papeleta naranja de la CDU o se quedaran en casa adormecidos con la “movilización asimétrica”, está claro que ahora Merkel también tiene un “malus” . El malus tiene un lema que es "Willkommenskultur", la cultura de la bienvenida" y Merkel se ha puesto ya manos a la obra para borrarlo, cerrar las puertas y hablar a partir de ahora, no de bienvenidas, si no de que los refugiados tienen que integrarse en la cultura alemana y, si no, adiós.

Angela Merkel tiene un año para minimizar el “malus” que despierta su nombre y recuperar el “bonus” que ha disfrutado durante estos años. Y estoy convencido de que, por más palos en las ruedas que le metan sus aliados de Baviera, la CSU, empeñados en llenar el hueco por la derecha con las mismas recetas de AfD, lo va a lograr.

Porque ahora que ya sabemos que hay alternativa a Angela Merkel, ahora que podemos dar por muerta a Angie,  quizá por primera vez, en este momento, Angela Merkel es “alternativlos”.

Miguel-Ángel-Berlin   26.sep.2016 14:46    

Miguel Ángel García

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“Soy un ciudadano de Berlín”. JFK llevaba apenas unas horas en Berlín Oeste cuando se declaró berlinés. Al otro lado del muro, un hombrecillo verde, con un impecable sombrero ya pasado de moda, cruzaba airoso las calles del Berlín Este, por aquel entonces apenas habitadas por tranvías llenos de proletarios.
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