Igual que existe una temporada de rebajas en los comercios, existe la temporada de los bonus (bonus season) en los bancos del Reino Unido, hacia el mes de febrero. La diferencia entre ambos períodos es notable. Las rebajas implican una disminución del precio de los productos; los datos indican que las remuneraciones especiales, lejos de reducirse, no han dejado de subir. Esa tendencia al alza provoca un enorme malestar público. El enfado se agrava si los beneficiarios dirigen un banco intervenido con dinero público. Valga como ejemplo el Royal Bank of Scotland (RBS), propiedad, en un 83%, del contribuyente (taxpayer) británico. Tal es la indignación en tiempos de austeridad, que los conservadores, los liberal-demócratas y los laboristas andan compitiendo para ver quién critica más el bolsillo de los altos ejecutivos.
Algunas cifras para situar el debate, proporcionadas por la High Pay Commission, una comisión independiente, al margen de los partidos, que ha investigado este asunto durante un año, para publicar un informe final de referencia. En 2010, la remuneración en lo alto de las cien compañías del índice FTSE de la Bolsa de Londres aumentó un 49%, cuando ese índice había perdido un 6% de su valor. Por cierto, la subida salarial para un empleado medio en las cien empresas fue del 2,7%.
Más datos, en este caso, sobre BP. El año pasado, el directivo de mayor rango en la petrolera británica ganaba 63 veces más que un trabajador medio. En 1979, el múltiplo era de 16,5. Ya lo señaló la OCDE en diciembre: el Reino Unido es el país de la organización donde más rápidamente ha crecido la brecha entre los trabajadores mejor y peor pagados.
¿Qué hacer para limar esas cifras? Hay gestos particulares, como el de Antonio Horta-Osorio, presidente del Lloyds Banking Group (43% propiedad del estado). Ha renunciado al bonus millonario que preveía recibir este año. Su decisión no ha tenido reflejo, por ahora, en el RBS. El jefe de sus operaciones de inversión, John Hourican, se prepara para recibir una bonificación extraordinaria de 4 millones de libras, después de eliminar 3.500 puestos de trabajo en la división que dirige dentro de la entidad.
Un gesto individual, sin embargo, no soluciona el problema. El Gobierno de David Cameron, empujado por sus socios liberal-demócratas, prepara medidas para controlar el pago a los altos ejecutivos y vincularlo a los resultados empresariales. Que no parezca que se premia la mala gestión. El primer ministro habla de “más transparencia” y promete convertir en vinculante el voto de los accionistas sobre los salarios de los directivos. Ahora es consultivo. Habrá que ver si las medidas son suficientes para detener lo que la High Pay Comission define como “espiral alarmante que ha alcanzado niveles estratosféricos”.
El primer año completo como corresponsal en Londres ha estado bien surtido de noticias, aquí en el Reino Unido y en la vecina República de Irlanda. La llegada en septiembre de 2010 tan solo fue un aperitivo de todo lo que quedaba por contar en este 2011, tan fértil en noticias como yermo en perspectivas económicas positivas.
Sin pretensión de riguroso inventario, recuerdo el escándalo de las escuchas ilegales en News of the World; los disturbios del mes de agosto en Inglaterra; la boda real; la victoria del NO en el referéndum sobre el sistema electoral y las primeras tensiones importantes en la coalición de Gobierno; el hundimiento del gobernante Fianna Fail en las elecciones generales irlandesas; la histórica visita de la reina Isabel II a Dublín; dos huelgas del sector público británico contra la reforma de las pensiones; las exposiciones sobre Miró, en la Tate Modern, y sobre Leonardo da Vinci, en la National Gallery; la batalla judicial de Julian Assange para evitar su extradición a Suecia; la muerte de Amy Winehouse; las críticas del nuevo primer ministro irlandés contra el Vaticano; la implicación de David Cameron en Libia; la alegría de los egipcios residentes en el Reino Unido cuando Mubarak fue derrocado… Y sí, también el veto de Cameron a un nuevo tratado de la UE.
Con estos antecedentes, el nuevo año se presenta prometedor. Decir “Londres” y “2012” en una misma frase es otra forma de hablar de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos. La capital británica, centro del mundo. La ceremonia de inauguración se celebrará el 27 de julio. Antes, en junio, el Diamond Jubilee, el 60º aniversario de la coronación de Isabel II.
Seguramente, continuarán las reflexiones sobre por qué y cómo ocurrieron los disturbios en Inglaterra; para el mes de septiembre, se espera que la Comisión Leveson publique sus recomendaciones sobre las prácticas de la prensa británica; presiento que hablaremos de la presión de los euroescépticos y de nuevas tensiones entre los conservadores y los liberal-demócratas, a cuenta de Europa o de otros asuntos de política nacional; será otro año de examen para el liderazgo de Ed Miliband al frente de la oposición laborista; en mayo, los londinenses decidirán si, en vísperas olímpicas, renuevan al conservador Boris Johnson como alcalde o recuperan al laborista Ken Livingstone; a partir de febrero, la Corte Suprema se convierte en el último recurso de Assange, ante la Justicia británica, para no ser extraditado a Suecia; se celebrará el bicentenario del nacimiento de Dickens; en enero, se estrenará la polémica película sobre Margareth Thatcher; en 2012, precisamente, se cumplen 30 años de la Guerra de las Malvinas y el príncipe Guillermo viajará a las Facklands, como piloto de rescate de la Royal Air Force, en una estancia calificada como “rutinaria”, pero que Buenos Aires verá como una provocación…
Y sí, además de todo esto y de lo que haya podido olvidar, que ya queda apuntado en la agenda, cualquier noticia imprevista que continúe haciendo fascinante el oficio de contar lo que ocurre en esta parte (todavía) de la UE.
Voy a ser más personal en este regreso al blog, después de una ausencia por la que pido disculpas. Espero que merezca la pena reengancharse a estas líneas, solo por conocer a la persona de la que os voy a hablar. Se llama Dily Cairns y trabaja desde hace más de diez años en la Cámara de los Comunes. No, no es una diputada elegida varias veces en su circunscripción, aunque estoy seguro de que conoce lo que pasa por Westminster mejor que muchos parlamentarios. Dily es gallega y vino a vivir en libertad en Londres hace “¡buffff, ni me acuerdo, hace más de treinta años!”.
Conocí a Dily el pasado sábado 5 de noviembre, después de varios intentos. “Esta semana no puedo, Íñigo, porque el parlamento está en receso por los congresos de los partidos”. “Lo siento, Dily, pero el próximo sábado será imposible, porque viajo a Dublín por las elecciones presidenciales”. Así, desde que mis compañeros radiofónicos de España Directo me hablaron de Dily en septiembre. Gracias. Mil veces gracias por un encargo de trabajo como el que Chema García Langa me hacía en aquel mail: entrevistar a una mujer española que trabaja en el Hansard, en el Diario de Sesiones de la Cámara de los Comunes.
No voy a explicar el trabajo de Dily. Eso ya lo hace ella de forma apasionada en la conversación que ha emitido España Directo. Quiero compartir la energía que Dily me transmitió con su risa, con sus carcajadas, con sus explicaciones, con su encantador descaro, con su historia personal. Con su ejemplo de mujer y madre luchadora y resistente. Siempre en busca de una solución para seguir adelante. Siempre de pie, después de haberse caído unas cuantas veces.
La mentalidad constructiva existe. Vive en Londres. Se llama Dily. Y hace doce años vio una oferta en The Guardian para trabajar en el Parlamento. “¿Por qué no?”. Se arremangó una vez más, sin miedo, y pasó un proceso de selección largo, “no fue de la noche a la mañana”. Se presentaron unos mil y fue la elegida. La única de la oficina que no era británica, en una institución tan británica como la Cámara de los Comunes. No hablaba inglés cuando llegó a Londres y, actualmente, su materia prima es el inglés de las leyes. Acumula unos cuantos reconocimientos a su trabajo, que pude ver, firmados por su jefe. Apenas llevaba media hora de charla, pero me sentí orgulloso de ella.
Cuando nos despedimos junto a la boca de metro de Westminster, me sentí renovado. Algo casi físico. La conversación me sentó bien. Dily es un antídoto contra el fatalismo. Sus palabras las guardo ya en el archivo de entrevistas inolvidables. Están cuidadosamente colocadas en alguna estantería, entre la memoria y las emociones.
La reina de Australia ha vuelto al país, después de cinco años. No lo puede visitar habitualmente, porque el Palacio de Buckingham queda lejos de Canberra. Isabel II es la jefa de Estado de los australianos y de otros 14 países de la Commonwealth (los realms), además del Reino Unido. Herencias del Imperio Británico.
La reina Isabel ha sido recibida por una primera ministra australiana, Julia Gillard (nacida en Gales, Reino Unido), que se ha declarado abiertamente republicana. Pero la soberana no tiene un motín que temer durante sus diez días de visita. Un 55% de sus súbditos oceánicos prefiere a la reina como jefa de Estado, por muy lejos que viva.
Por tanto, no esperen un cambio de régimen en Australia, pero sí un primer paso para modificar leyes fundamentales sobre el funcionamiento de la familia Windsor. La reina presidirá la cumbre de la Commonwealth en Perth. En esa ciudad, el primer ministro británico, David Cameron, planteará a los gobernantes de los realms un cambio de las reglas históricas que regulan la sucesión a la corona: la Ley de Derechos, de 1689, y el Acta de Establecimiento, de 1701.
Para reformar estas leyes, Cameron necesita el consentimiento de los países con los que el Reino Unido comparte jefa de Estado. Su objetivo: incorporar al trono la igualdad de sexos. Es decir, que el primogénito de los duques de Cambridge, William y Catherine, se convierta automáticamente en heredero, nazca niño o niña.
Y ya que no todos los días se cambian normas de los siglos XVII y XVIII, Cameron quiere aprovechar la oportunidad para introducir cierta libertad religiosa en la corona británica. Quiere que el futuro rey, o la futura reina, pueda casarse con un católico, pero sin abandonar la fe protestante.
No parece que las propuestas del primer ministro vayan a aprobarse antes de que Isabel II celebre el 60º aniversario de su coronación, en junio del año que viene. Hasta el final, la reina continuará ejerciendo como jefa del Estado en el Reino Unido, en Australia y en otros 14 países de la Commonwealth. También como jefa de la Iglesia de Inglaterra. Y, según unas acertadas palabras que tomo prestadas del Financial Times, Isabel II seguirá ejerciendo como “ese punto de referencia que permanece constante, mientras todo cambia a su alrededor”.
¿Apoyaría que en su barrio se prohibiera escupir en la calle? Enfield, un borough (distrito) en el norte de Londres, quiere que sus plazas y parques se conviertan en zonas libres de esputos. El responsable de Medio Ambiente de Enfield, Chris Bond, cree que lanzar flemas indiscriminadamente, fuera de la intimidad del hogar, “es un comportamiento anti social, desagradable y que extiende gérmenes”.
Pero la preocupación de este político local va más allá de la salud de sus conciudadanos o de la limpieza de las aceras. Considera que la prohibición ayudaría a “restablecer el respeto y la responsabilidad” en el distrito y en el Reino Unido. Enfield es una de las zonas de Londres sacudidas en agosto por los disturbios y el saqueo.
Desde luego, nadie piensa que lo ocurrido este verano hunda sus raíces en el feo hábito de escupir públicamente. Ni siquiera el propio Bond. “Es un paso pequeño”, reconoce, “pero es un paso importante por el que poder empezar”. Y con esa creencia, ha iniciado una campaña para reunir firmas. Necesita 2.750, para que el Gobierno de Cameron permita al distrito legislar contra el lanzamiento de dardos de saliva. Si el político local consigue su objetivo, disparar con flujos bucales a la salud pública acarreará una multa de 80 libras. De paso, Enfield se convertirá en el primer lugar del Reino Unido que aprueba una ley de este tipo.
Por sí sola, no parece una medida que vaya a solucionar los problemas que los disturbios indicaron que existen, sean sociales, económicos o de comportamiento. Para analizarlos, ya hay en marcha dos investigaciones principales. La más oficial la desarrolla el llamado Panel Independiente sobre los Disturbios y sus Víctimas. De la menos oficial, periodística y académica, se encargan The Guardian y la London School of Economics. Quizá, cuando conozcamos las conclusiones, sabremos si lo de escupir junto al vecino es parte del problema o de la solución.
Tradicionalmente, a Irlanda le ha ido muy bien en el Festival de Eurovisión. De hecho, es el país que más veces ha ganado el concurso. La buena racha comenzó en 1970, con la victoria de Dana y su canción, All Kinds of Everything. El próximo 27 de octubre, su nombre completo, Dana Rosemary Scallon, figurará en las papeletas de las elecciones presidenciales irlandesas.
No es su primera incursión en la política. Dana ya intentó ser presidenta en 1997, pero quedó tercera. Sí logró un escaño como eurodiputada independiente y euroescéptica, haciendo campaña contra el aborto y el divorcio. Los sondeos, por ahora, no le colocan en Áras an Uachtaráin (leído, más o menos, aras an újtaran). O lo que es lo mismo, en gaélico, la Casa del Presidente.
Dana competirá con otros seis candidatos por la jefatura del Estado. En total, siete opciones muy variadas para los votantes. No las describiré todas. El Sinn Féin, más fuerte en Irlanda del Norte, confirma su apuesta por hacer política en el sur de la isla y presenta a Martin McGuiness: dirigente histórico del partido nacionalista, con un perfil en el que destaca, en efecto, su histórica aportación al proceso de paz; pero también su histórico paso por la jefatura del IRA. Las encuestas, y las apuestas, le sitúan como tercer favorito.
¿Y el mejor colocado para entrar en Áras an Uachtaráin? Se llama David Norris, es un veterano activista por los derechos civiles y, en la actualidad, senador independiente. Si gana las elecciones, como auguran muchos sondeos, la noticia será que la República de Irlanda tendrá un presidente homosexual. Una polémica le retiró, temporalmente, de la precampaña. El senador había escrito en 1997 una carta a las autoridades israelíes, pidiendo clemencia para un exnovio, acusado de mantener una relación sexual con un joven de 15 años.
Que un jefe de Estado sea gay o lesbiana todavía genera titulares. En Irlanda, desde luego, una victoria de Norris indicaría un destacable cambio en la sociedad. Leía recientemente en The Irish Times esta reflexión, a cuenta de Norris y McGuiness: “Muchos votantes quieren, con su voto, realizar una declaración para desmentir al mundo cualquier impresión que pueda tener sobre el ‘conservadurismo’ irlandés”.
Por cierto, el presidente de Irlanda carece de poderes ejecutivos, que competen al primer ministro, a Enda Kenny. ¿Por qué, entonces, tanta afluencia de candidatos? Una respuesta posible: prestigio. Mary Robinson y Mary McAleese, las dos últimas inquilinas de Áras an Uachtaráin, tienen mucho que ver en eso.
William Hague es el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido. O secretario del Foreign & Commonwealth Office, por utilizar el término británico. Hague se encuentra en Nueva York, para participar en la Asamblea General de la ONU y aclarar la posición de su Gobierno sobre la iniciativa palestina de reclamar un sitio en Naciones Unidas como estado independiente. La posición británica, por ahora, se resume en este comentario de Hague en Twitter: “No recomendamos una votación en el Consejo de Seguridad, pero si se proponen diferentes opciones, el Reino Unido se reserva su posición. Presionamos a las partes para que dialoguen”. Antes de viajar a Nueva York, el ministro, seguramente, habrá reflexionado sobre el órdago palestino en este lugar:
Es la sede del ministerio, en el centro de Londres. Para los curiosos: es el segundo edificio, a mano izquierda, si suben hacia la plaza de Trafalgar desde Westminster. El siguiente edificio es el 10 de Downing Street.
Pues bien, el lugar de trabajo de Hague abrió sus puertas al público, el fin de semana pasado, coincidiendo con OpenHouse, una iniciativa anual que permite conocer edificios de la ciudad que son de acceso restringido.
Así que este corresponsal, ejerciendo de turista, pudo conocer mejor este edificio, que ya había visitado por razones de trabajo. No quisiera aburrir con los detalles, porque son muchos. La sede del Foreign Office empezó a construirse en 1858. Un año después, se le sumó el edificio de la Oficina para la India. El pasado colonial se siente casi a cada paso.
En la segunda foto, uno de los murales de Sigmund Goetze sobre “el origen, la educación, el desarrollo, la expansión y el triunfo del Imperio Británico”.
Es un edificio imponente, a punto de ser demolido en 1963. Los trabajos de reconstrucción recuperaron en 1997 su esplendor inicial. A la altura, no de un imperio desaparecido, pero sí de un servicio diplomático que cuenta mucho en el mundo, ahora bajo la dirección de William Hague.
Soy Iñigo Picabea Andrés, el corresponsal de RNE en Londres desde septiembre de 2010. Es verdad que he tardado un poco en estrenarme con un blog. Confieso que me daba (y aún me da) cierto vértigo esta experiencia. Ya no hay vuelta atrás, y empezaré explicando el título del blog y de este primer comentario.
"Fog in the Channel, continent isolated". Es decir, el titular que utilizó un periódico británico para su información meteorológica: “Niebla en el Canal de la Mancha, el continente está aislado”. Podría ser una leyenda, pero podría ser realidad. Los británicos suelen marcar distancias con sus vecinos continentales, a los que una vez escuché referirse como “vosotros, los europeos”, como si Londres estuviera físicamente más cerca de Washington que de Bruselas.
Por supuesto, el Reino Unido guarda tesoros únicos (la BBC) y es un país de referencia para la economía, la política y la cultura. Pero ni los británicos son tan extraños como los prejuicios aseguran, ni el continente está tan separado de la isla como un visceral euroescéptico quisiera creer. Al fin y al cabo, existe el euro túnel y los bancos de la City también están expuestos a la deuda griega. Los británicos son los primeros clientes del turismo español. Y no son pocos los jóvenes y las empresas de España que vienen aquí, para expandirse profesional y personalmente. Intentaré contar lo que nos diferencia y lo que nos une. Y aunque haya niebla en el Mar de Irlanda, no aislaré a la República que los irlandeses reconstruyen, después de un duro golpe económico que también se nota en el continente.
La Asociación de Futbolistas Profesionales (PFA) no ha encontrado a ningún jugador de la Premier League que aceptara participar en un vídeo para denunciar la homofobia en el fútbol. Los futbolistas -sus agentes especialmente- temen que si su imagen es utilizada para defender los derechos de los homosexuales puedan ser abucheados en los estadios y tachados ellos mismos de gays. “Los jugadores son activos comerciales y los clubes no quieren ver dañados sus activos” asegura Peter Clayton, el director del grupo contra la homofobia de la Federación Inglesa (FA). La homofobia es también un tema tabú para los entrenadores. Contactados por la BBC en 2005 los 20 mánagers de la Premier League declinaron al alimón responder a la pregunta de por qué no hay jugadores profesionales abiertamente homosexuales.
En los últimos 30 años ha habido hombres y mujeres que han declarado públicamente su homosexualidad en casi todos los ámbitos de la sociedad: en la política, el cine, la moda o la música. Pero no en el fútbol. El único jugador profesional que hasta ahora se ha atrevido a salir del armario es Justin Fashanu, un delantero inglés que en los 80 militó en el Nottingham Forest y que en 1990 reconoció abiertamente ser gay.
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La vida de Fashanu terminaría de la forma más trágica posible. Se ahorcó en 1998 tras ser insultado, vituperado y acusado infundadamente de acoso sexual por un adolescente de 17 años. Cuatro meses después de su suicidio la policía cerró el caso por falta de pruebas y declaró su inocencia.
La tragedia personal de Fashanu no es el ejemplo más alentador para los futbolistas que estén pensando en hacer pública su homosexualidad. El gurú de las relaciones públicas, Max Clifford, ha reconocido que en los últimos cinco años ha representado a dos estrellas de la Premier League que son homosexuales. Dice que les aconsejó no salir del armario porque “el fútbol habita aún en una edad oscura y los aficionados pueden ser realmente despiadados”. Eso lo sabe bien Sol Campbell, el defensa del Arsenal, que desde hace años sufre la rabia homofóbica de parte de la afición del Tottenham. Campbelldejó los Spurs en 2001 para fichar por el eterno rival, el Arsenal, y desde entonces ha tenido que escuchar repetidamente desde las bancadas de White Hart Lane este cántico denostable:
"Sol, Sol, donde quiera que estés /Estás al borde de la locura / Y nos importa una mierda si te ahorcas en un árbol/ Tú, Judas cabrón con VIH"
A finales de 2008 2.500 aficionados del Tottenham entonaron este cántico en Fratton Park, el estadio del Portsmouth, el equipo en el que entonces militaba Campbell. La policía arrestó a once personas a las que más tarde la justicia condenaría a distintas multas y a una prohibición de hasta tres años para entrar en un campo de fútbol. Fue la primera vez que los tribunales –que ya habían intervenido por casos de racismo- decidieron actuar para proteger los derechos de los homosexuales en un asunto relacionado con el fútbol.
Queer, faggot o poof son algunas de las palabras que se utilizan en el argot del inglés para referirse de forma despectiva a los homosexuales. Insultos que por desgracia se oyen todos los fines de semana en los estadios de Inglaterra y que no son sólo proferidos por los aficionados sino también por algunos jugadores. Hace unos años Rio Ferdinand, el nuevo capitán de la selección inglesa, le llamó faggot a un presentador de la BBC y Robbie Fowler, el ex delantero del Liverpool, calificó de queer a Le Saux, el lateral del Chelsea, en 1999.
Al final ni siquiera vídeo
A pesar de no contar con la participación de ningún jugador de la Premier, la Federación Inglesa de Fútbol decidió seguir adelante con su idea de realizar un vídeo para denunciar la homofobia en los estadios de fútbol. La FA tenía previsto presentar el DVD el pasado fin de semana en el estadio de Wembley pero a última hora optó por no hacerlo alegando que antes debía revisar toda la campaña.
El vídeo, realizado por la agencia de comunicación Ogilvy, fue filtrado a varios medios de comunicación y en él se muestra a un hombre que llama maric**** a sus compañeros de trabajo, a un vendedor de periódicos, a un usuario del metro, y en definitiva a todo aquel que se le pone por delante. Si este comportamiento no es aceptable en la calle, en casa o en el trabajo –se pregunta el vídeo- por qué va a serlo en un estadio de fútbol.
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Me gustaría finalizar este post rindiendo un pequeño homenaje a Justin Fashanu y creo que la mejor forma de hacerlo es recordar una de sus obras de arte, en el césped, golpeando el balón dureza, arremetiendo contra la intolerancia y metiéndole un gol a la homofobia.
Argentina y el Reino Unido han vuelto a enfrentarse a propósito de las Malvinas. A principios de esta semana el secretario de estado para Europa, Chris Bryant, en una comparecencia parlamentaria, reprochó al gobierno de Cristina Fernández la promulgación, el pasado diciembre, de la Ley 26.552 que incluye el archipiélago de las Malvinas, las Islas de Georgia del Sur, las Islas Sandwich del Sur y el territorio antártico británico dentro de una provincia argentina. El Foreign Office presentó formalmente sus quejas al Encargado de Negocios de Argentina en Londres mediante una nota verbal.
El pasado 3 de enero, coincidiendo con el 177 aniversario de la ocupación de los tres archipiélagos, la Cancillería argentina recordó que en 1833 "las fuerzas británicas ocuparon las Islas Malvinas, desalojando por la fuerza a sus pobladores y a las autoridades argentinas establecidas legítimamente, hecho que la República Argentina protestó inmediatamente y nunca consintió". En el comunicado, el gobierno de Cristina Fernández insiste en que los derechos de soberanía son imprescriptibles y condena “la negativa británica a abordar la cuestión de fondo para encontrar una solución pacífica y definitiva a la controversia". En la Cumbre Progresista celebrada recientemente en Viña del Mar (Chile) el primer ministro, Gordon Brown, hizo saber a la presidenta argentina que el Reino Unido nunca discutirá la soberanía de las Malvinas, palabras de tono tan ácido que bien podrían haber salido de la boca de la mismísima Margaret Thatcher.
A primera vista podría resultar sorprendente ver cómo casi dos siglos después Argentina y el Reino Unido siguen disputándose la soberanía de un archipiélago donde viven poco más de 3.000 personas y cuya actividad económica se ha reducido hasta ahora básicamente a la ganadería y a la pesca. Aparte de su valor estratégico (en la Primera Guerra Mundial las islas sirvieron de base para derrotar a los alemanes que intentaban hacerse con el control del Cabo de Hornos) podría decirse que las Malvinas no tienen mucho que ofrecer. Ronald Reagan, con la bastedad que ha caracterizado a algunos presidentes republicanos, las describió como “esas pequeñas islas heladas de ahí abajo”. Nada que ver con el genio literario de José Luis Borges, que elaboró una metáfora tan simpática como certera, al decir que la guerra de las Malvinas le recordaba a dos calvos peleándose por un peine. El tiempo le ha quitado sin embargo la razón.
Un mar de petróleo
Resulta que las Malvinas flotan no sólo sobre las aguas gélidas del Atlántico Sur sino también sobre un mar de hidrocarburos. Gas y petróleo en abundancia. Los científicos creen que bajo su plataforma continental podría haber hasta 60.000 millones de barriles de crudo (sólo 20.000 menos que en el yacimiento de Ghawar, en Arabia Saudí, que posee supuestamente las mayores reservas del mundo). La constatación de esta realidad ha despertado el interés de varias petroleras británicas -que ya han iniciado prospecciones en la zona- y también de YPF, la filial argentina de Repsol, que ha mostrado su disposición a explorar el lecho marino del archipiélago. David Hudd, vicepresidente de Falkland Oil and Gas, declaró en diciembre al diario The Sunque los beneficios son potencialmente enormes tanto para las petroleras como para las Malvinas y el Reino Unido.
La existencia de hidrocarburos ha llevado a argentinos y británicos a enfrentarse no sólo por la soberanía de las Malvinas sino también por la soberanía de sus aguas territoriales y lechos marinos. Hace 10 años la ONU, al amparo de la Convención sobre el Derecho del Mar, abrió un procedimiento para que los estados que así lo desearan pudieran presentar sus propuestas para extender los límites exteriores de sus plataformas continentales de las 200 millas náuticas actuales a 350. El pasado mes de mayo finalizó el plazo de solicitudes. En su reclamación Argentina pide la soberanía de una parte de la plataforma continental de la Antártida y vuelve a recordar que “no reconoce ni reconocerá la titularidad ni el ejercicio por parte de cualquier otro Estado, comunidad o entidad, de ningún derecho de jurisdicción” en las áreas marítimas correspondientes a las Islas Malvinas, Sandwich del Sur y Georgia del Sur.
(Propuesta de Argentina presentada al CLPS)
Paralelamente el gobierno británico envió a la Comisión sobre los Límites de la Plataforma Continental (CLPS) su propuesta para ampliar la plataforma continental más allá de las 200 millas náuticas. En ella recuerda que el Reino Unido “no tiene ninguna duda de que la soberanía sobre las Islas Malvinas, Sandwich del Sur y Georgia del Sur, así como de sus áreas marítimas” le pertenece.
El infructuoso intento de Leopoldo Galtieri y su Junta Militar de retomar el control de las Malvinas mediante la fuerza y las desastrosas consecuencias de la guerra de 1982 (649 argentinos y 258 británicos muertos) han demostrado que la única manera de resolver este contencioso en las aguas del Atlántico Sur es a través de la negociación. En 1985 la resolución 40/21 de la Asamblea General de la ONU instó a Argentina y al Reino Unido a negociar una solución pacífica y definitiva a la cuestión de las Malvinas. Ambos países restablecieron sus relaciones diplomáticas en 1990 si bien es cierto que desde entonces el diálogo no ha dado muchos resultados. Es francamente difícil, por no decir imposible, hablar cuando una de las dos partes no quiere hacerlo. Gordon Brown dejó muy claro en Viña del Mar que el gobierno británico, al igual que con Gibraltar, no está dispuesto a discutir la soberanía de las Malvinas como tampoco está dispuesto a hacerlo el Partido Conservador en caso de que gane las elecciones generales del próximo mes de mayo.
Frost contra Thatcher
Margaret Thatcher fue apodada la Dama de Hierro no sin motivo. Su recalcitrante rechazo al comunismo, sus pulsos constantes con la clase obrera y la respuesta militar a la invasión de las Malvinas le valieron la fama de mujer inflexible y autoritaria. Supongo que la mayoría de vosotros habréis visto ya la película El desafío: Frost contra Nixon en la que el periodista británico, David Frost, desarma, entrevista a entrevista, a un Richard Nixon que trata de lavar su imagen tras el escándalo del caso Watergate y mostrarse aún presidenciable. Años después, el mismo David Frost (que a sus 70 años sigue presentando un programa semanal en Al Jazeera) entrevistó a Margaret Thatcher a propósito del Belgrano, un crucero de la Armada Argentina hundido por un submarino británico el 2 de mayo de 1982. La primera ministra ordenó el ataque a pesar de que el buque navegaba fuera de la Zona Exclusiva de 200 millas que el Reino Unido había establecido en torno a las Malvinas. 323 de los 1091 tripulantes que viajaban a bordo perdieron la vida. La entrevista no tiene desperdicio. Thatcher mandó callar a Frost hasta en tres ocasiones y lejos de mostrar contrición por el hundimiento del Belgrano aseguró que volvería a dar la orden de hundirlo. Lo dijo además con esa mirada de “Calígula” que la caracterizaba (la expresión no es mía sino de François Mitterand).
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Os dejo por último unas imágenes de archivo de la guerra de las Malvinas que aparecen en This is England, una película muy recomendable de Shane Meadows. La música es de Ludovico Einaudi.
Soy Iñigo Picabea Andrés, el corresponsal de RNE en Londres desde septiembre de 2010. Cuentan que, una vez, un periódico británico tituló así su información meteorológica: “Niebla en el Canal de la Mancha, el continente está aislado”.