Alfie Evans, una polémica y triste decisión

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El caso Alfie Evans ha desatado una intensa polémica que tiene como base una serie de preguntas de fácil formulación, pero de respuesta un poco más complicada. ¿Hasta qué punto un juez, con un informe médico en la mano, puede estar por encima de la voluntad de unos padres que quieren salvar a su pequeño? ¿Puede impedir un tribunal que esos padres trasladen a su hijo a un hospital en otro país para seguir dándole los cuidados que necesita?

Es complicado ponerse en la piel de los padres de Alfie Evans. Dos jóvenes de 20 y 21 años que quieren, por encima de cualquier cosa, que su hijo no muera. Un niño de 23 meses que sufre una enfermedad cerebral degenerativa e irreversible. Una vida vegetativa que va a peor desde que ingresó recién nacido en el hospital Alder Hey Children´s de Liverpool. Dicen los médicos de este centro que el único signo vital que transmite son los espasmos que cada vez se repiten con más frecuencia. En su informe, los facultativos aseguran que el pequeño sufre y que no tiene ninguna esperanza de vida. Cruel pero real. Así son los peores diagnósticos.

Hasta ahora Alfie ha sobrevivido gracias a las máquinas de la UCI a las que ha estado conectado. Y así querían sus padres que siguiera de manera indefinida esperando lo que cualquiera en su lugar: un milagro.

Pero los deseos de los padres han chocado de frente con lo que los médicos entienden que son los derechos del niño a no sufrir de manera innecesaria y a tener una muerte digna. Y estas diferencias, en el Reino Unido, acaban siempre en los tribunales.

Así que tenidas en cuenta las opiniones de todas las partes y estudiado el informe médico con detenimiento, tanto el Tribunal Supremo del Reino Unido como la Corte de Derechos Humanos de Estrasburgo han sentenciado a favor de la desconexión del pequeño de todas las máquinas que le ayudan a seguir en este mundo. Ahora, sin ellas, lucha por seguir vivo, con dificultad, con la máscara de oxígeno o con el boca a boca que a veces le hacen sus padres. Lleva así casi dos días. Pero podrían ser cuatro, cinco e incluso diez, dicen los médicos.

La decisión judicial ha generado protestas y una importante polémica de carácter ético y moral. No solo en el Reino Unido. Y no solo por haber desconectado al pequeño, si no por impedir que sus padres se lo lleven a un hospital de Roma, donde todo está preparado para que ingrese y siga con su tratamiento. Es decir, permanecer conectado a una máquina similar a la que se ha utilizado en el hospital de Liverpool. Algo que para los médicos británicos sería “cruel, injusto e inhumano”.

La pareja Evans, que cuenta con el respaldo del Vaticano y del Papa Francisco, cree en un milagro. Desgraciadamente solo eso se puede esperar ya. Pero los jueces no. Y los médicos tampoco. Ellos solo creen en su obligación de evitar el dolor y  poner los medios para una muerte digna.

Y actúan en consecuencia. Incluso por encima de la voluntad de los padres.

 

 

 

 

Londres compra tiempo

Acostumbrados como nos tienen a que las negociaciones sobre el Brexit parezcan el Grand National, el acuerdo entre la Unión Europea y el Reino Unido sobre el periodo transitorio tienen un sospechoso aire a componenda de urgencia. A apretón de manos para la foto. 

Barnier Davis

  La puesta en escena de Michel Barnier, el jefe negociador europeo y el ministro británico David Davis, con las banderas de la    UE   y el Reino Unido de fondo, habla de sintonía entre las partes. De interés mutuo por solventar el engorroso asunto de la salida british del club comunitario. Es cierto que lo acordado es importante: situar a cada una de las partes en su sitio y definir sus obligaciones durante el periodo que va desde la declaración de salida hasta la puesta en práctica de la misma. Pero todo el mundo sabe que será en ese momento, a partir del 1 de enero de 2021, cuando comenzarán los verdaderos problemas, si antes no se ha hecho nada por remediarlos.

De momento todos ganan. Es lo que dicen unos y otros. Bruselas ha impuesto duras condiciones y Londres las ha aceptado. Paga la factura, asume los derechos de los ciudadanos y el veto español sobre Gibraltar. A cambio gana tiempo para seguir bajo el paraguas comunitario. Menudo apaño, dirá alguno.

Así que uno mira a su alrededor para entender qué pasa y acaba sospechando que la causa de que Londres acepte ahora lo que en febrero parecía imposible tiene de fondo un tercero: Vladimir Putin.

Son muchos los que piensan que el Kremlin inició la "crisis de los espías" con el Reino Unido dos semanas antes de las elecciones presidenciales porque tenía un objetivo claro: mostrar la debilidad de la premier británica. Evidenciar la soledad de Londres y de Theresa May, la líder que con más contundencia se ha enfrentado a Moscú. El presidente ruso siempre ha sido consciente de que, iniciada la salida del Reino Unido de la Unión Europea, difícilmente el resto de países iba a respaldar a May más allá de la habitual retórica de condena. Como así ha sido.

Nadie espera medidas de embargo o sanciones económicas a nivel comunitario. Salvo que la “crisis de los espías” alcance dimensiones que nadie desea. Así que Putin, en su cálculo, ha acabado haciendo lo que mejor sabe hacer: perseguir a sus enemigos de manera implacable, (hasta el banco de un parque si hace falta) y, de paso, intentar provocar la división en la Unión Europea. Mostrar también la debilidad comunitaria.

Parece que el plan le ha salido mal y que el resultado ha sido justo el contrario. Incluso May ha ganado en popularidad según las últimas encuestas. Esta desgarbada señora puede parecer débil, incluso que su política esté llena de defectos, pero caer en las trampas del Kremlin no es uno de ellos.

En esta ocasión el lobo se ha encontrado con el rebaño perfectamente a cubierto. Ninguna oveja se ha separado del grupo. Y Londres, mientras no tenga nada mejor, ha comprado tiempo para seguir a refugio en él. Sabe que fuera siguen acechando.

 

La carabina de Julia Roberts

 

No lo he aireado hasta ahora porque me tengo por un caballero. Y más si se trata de un asunto con Julia Roberts. Que no está la cosa como para cerrarse ninguna puerta, y menos las de Hollywood. Aunque últimamente esas puertas se parecen más a las giratorias en las que a nada que te descuides acabas dando vueltas sin poder siquiera mirar para ver quién está detrás. Claro que a veces las carreras más fulgurantes han consistido en eso, en no dejar de dar vueltas sobre sí mismo sin mirar más allá. Para qué.

La cuestión es que hace unos días la productora de la película "Wonder", en la que Julia Roberts tiene un papel destacado, me invitó a entrevistar en Londres a esta pedazo fistro diodenarl, que diría nuestro malogrado Chiquito de la Calzada. A ver, más que una entrevista estos encuentros son un formato de promoción de una película, denominados junket, que consisten en citarte en un hotel de lujo con periodistas de tv de medio mundo y esperar a que te toque el turno. Cuando por fin uno de los muchos asistentes de la productora se acuerda de ti, te acompaña amablemente a una habitación donde se han colocado ya las cámaras, las luces, el decorado, los actores y las sillas. Te indican dónde te tienes que sentar, para que el fondo de promoción de la película se vea claramente en tu medio y te aclaran, por si te habías hecho una idea equivocada, que tienes unos tres minutos de entrevista.

La primera puerta que se abrió me llevó directamente a Daveed Diggs. Un papel secundario en la película. Tipo amable, con ganas de agradar que respondió a mis improvisadas preguntas con más interés que el que ponía yo en hacerlas. Ya fuera pregunto por Julia. Al fin y al cabo era la entrevista que "vendía" la productora. Me dicen que tranquilo. Que siga girando. Otra puerta. Esta vez quienes me esperan al otro lado son R.J. Palacio y Stephen Chbosky. La autora de la novela en la que está basada la película y el director de la misma. Simpáticos, especialmente ella, de origen colombiano, que se expresa en un cálido y reconfortante español. Cuatro minutos, me dicen, que nos has caído bien.

Y ya por fin, Julia. Era la tercera puerta, pero merecía la pena. ¿Merecía? Bueno sí, porque la sonrisa con que me recibe es de las que no se olvidan. Pero alguien, la productora supongo, se ha encargado de que nuestro encuentro (y el de todos los colegas que me precedieron) no fuera a solas. Sentado junto a ella está el pequeño de once años Jacob Tremblay, protagonista de la película. ¡Tres minutos para los dos! Preguntas obvias sobre "Wonder", sus papeles, el mensaje para los más jóvenes...Y... ("vaya acabando", me dicen) una última que hago con mi mejor sonrisa y educación: ¿Tienes algo que decir Julia sobre lo que está pasando en Hollywood con los escándalos de Weinstein y Kevin Spacey..." Otra sonrisa para enmarcar impide que acabe la pregunta. Julia Roberts me dice entonces que con su pequeño compañero al  lado no va a responder a ese tipo de cuestiones. Con bastante menos educación el personal de la productora me deja claro que se acabó lo que se daba y que siga girando, que todavía me queda otra entrevista con Owen Wilson e Izabela Vidovic, otros dos de los papeles destacados de la peli.

Y yo me pregunto: ¿fue Julia Roberts con "carabina" a este junket con la prensa para evitar responder a una pregunta que sabía que le iban a hacer o soy muy mal pensado?  Siempre he pensado que la gente del cine es especialmente sensible y que tiene un punto de sinceridad y arrojo por encima de la media cuando de denunciar injusticias se trata. Recuerden algunas galas de los Oscar, Emmy o los Goya.

Sin ir más lejos incluso los de la productora de "Wonder", en un ataque de integridad, me han hecho llegar su malestar por mi poco tacto en la pregunta, ¡en presencia de un menor!

Como dice mi admirado Jorge Bustos hablando precisamente de Kevin Spacey en su artículo "Sospechosos habituales", todos nos felicitamos de que la moral, al fin, vuelva a triunfar sobre el vicio. Especialmente sobre el vicio de preguntar.

 

 

 

Apartar la mirada

Las duras imágenes que estos días nos llegan de los refugiados sirios tratando de llegar a Alemania han traído a mi memoria algunos recuerdos de los seis años (2001-2007) que pasé en Marruecos como corresponsal. Me cuesta olvidar el impacto inicial que me produjo la dimensión de la pobreza imperante en el país que me acogía. En la España que yo acababa de dejar también había mendigos, gente sin hogar y mujeres con bebés entre sus brazos pidiendo limosna.  Pero lo de Marruecos era distinto. No era una mendicidad puntual, localizada en núcleos urbanos deprimidos y en segmentos sociales más o menos definidos y perfectamente identificables. Allí la pobreza se hacía omnipresente. Como dirían los castizos, formaba parte del paisaje.

Sin proponérmelo, en pocos meses acabé conociendo las mil y una formas en que la miseria le mira a uno a la cara con la intención dejarle una arruga de dolor. Estaba claro que mi condición de occidental contribuía a convertirme en candidato a ser abordado diariamente por toda clase de mendigos. En los mercados, los semáforos, las cafeterías o en la puerta de casa. El problema no era cuestión de unas monedas más o menos. Era verme la cara todos los días con gente necesitada que, sin palabras, apelaba a mi conciencia y a mi caridad. Seguramente no era su intención, pero me hacían sentir responsable de una injusticia que hasta entonces había permanecido ajena a mi vida. O eso creía.

Cuando compartí esta opinión con otros colegas españoles o franceses, descubrí que todos vivían sensaciones y experiencias similares.

Hasta cierto punto era lógico y normal. Éramos profesionales privilegiados en un país con un alto índice de pobreza. ¡Qué esperábamos!

Recuerdo la historia de un hombre maduro, desdentado, con un traje raído y zapatos que posiblemente morirían sin conocer el betún. Me abordó en el centro de Rabat para contarme la película de terror en que se había convertido su vida. Mantenía un tono de dignidad para describir la enfermedad degenerativa que sufría. La pérdida del puesto de trabajo, de ingresos. La ausencia de cobertura sanitaria y de cualquier otra prestación social. La indigencia. Y lo peor, la falta de respuesta a las demandas de su familia. Había descubierto con dolor, pero de manera inevitable, que su hija de 18 años se prostituía para cubrir sus gastos más elementales.

Este hombre no pedía limosna, al menos explícitamente. Reconoció que buscaba un acercamiento solidario, el simple gesto de comprensión de quien, si no en ese momento, tal vez en el futuro pudiera ayudarle. Le pregunté lo obvio: porqué me contaba eso a mí, a un desconocido, y no a un familiar, a un amigo, un vecino…

La clave estaba en que yo, por alguna razón, no aparté la vista cuando me paró en la calle. Cuando descubrió que mi mirada no evitaba la suya supo inmediatamente que tendría en mí un interlocutor, un leve rayo de esperanza. “Eso les distingue a ustedes, los europeos, del resto de la gente adinerada de este país”, me dijo.

Y fue entonces, -al ver mi cara de asombro, supongo- cuando me dio a conocer un código para mí desconocido, pero que luego pude comprobar era ampliamente utilizado por los marroquíes más pudientes. Describió con detalle cómo debía actuar si quería evitar con eficacia a la legión de menesterosos con que me cruzaba cada día: “Cuando vea que se acercan hacia usted con la intención de pedir, gire la cabeza hacia el lado opuesto y coloque la palma de la mano frente a la otra persona, dejando claro que no quiere que se acerque más. Y no se le ocurra mirarle a los ojos, porque entonces no se la quitará de encima”.

De hecho los mendigos callejeros de Marruecos saben que no tienen nada que hacer con los adinerados del país cuando actúan así. Mirada esquiva y una mano que hace de barrera física. Nada más disuasorio. Insistir es perder el tiempo, o peor.

Fue un tiempo duro. Una época en la que llegué a sentir que mi salud estaba en peligro.

 

 

 

 

¿Felicidad plena?

Espinosa

 

La fotografía de la vuelta de Javier Espinosa y su hijo recibiéndole se ha convertido en una de las imágenes más conmovedoras de los últimos tiempos. “Es la plena felicidad”, dicen que dijo su mujer en el reencuentro. Normal. Y hubo muchos compañeros periodistas que hicieron suya la expresión a la hora de calificar la foto.

Siempre he defendido que no hace falta tener hijos para ser responsable en la vida. Y mucho menos para sentirse feliz. Dicho esto, me acuerdo de otras liberaciones recientes en las que los secuestrados se abrazaban también a sus familiares en la pista del aeropuerto. Pero no había niños corriendo con los brazos abiertos. Momentos también felices, claro, pero no era lo mismo. Nadie hablaba de felicidad plena. Los  titulares eran otros: “Desenlace feliz”, “Al fin liberados”…

 Quienes tienen o han tenido hijos pequeños saben la satisfacción que supone que te esperen con los brazos abiertos simplemente cuando llegas a casa hecho polvo del trabajo o de un largo viaje. No llego ni a imaginar lo que tiene que ser el reencuentro tras un secuestro.

Pero claro, no hay que olvidar un detalle, y es que esos pequeñajos que tanto nos abrazan luego crecen. Se hacen adolescentes antes de lo que pensamos y somos nosotros los que acabamos esperándoles en casa o en un aeropuerto con los brazos abiertos dando gracias cada día porque no les pase nada.

¿La felicidad es esto? Pues no lo sé. No me atrevo a decir ni sí ni no. En cualquier caso sí les puedo asegurar que no está muy lejos de la imagen que han dejado Espinosa y su hijo, que al fin y al cabo no es más, ni menos, que el abrazo de todo padre con su pequeño.

Lo paradójico es que hay muchas parejas en España que no tienen la más mínima intención de iniciarse en el camino de la felicidad materno-paterno filial. El otro día lo leí en un artículo en El Diario Vasco. No solo se esgrimen, como es de suponer, razones económicas. Argumento de peso sin duda para pensárselo antes de tener hijos. Sino que se apuntan nuevas tendencias, nuevas corrientes sociales en las que las parejas no contemplan ni por asomo tener descendencia, al margen de su situación económica.

En Dinamarca, donde la tasa de natalidad lleva cayendo en los últimos 27 años, se ha puesto en marcha una campaña titulada “Hazlo por Dinamarca”. Que consiste en facilitar el sexo y la procreación entre las parejas. ¿Cómo? Pues incentivando los viajes al extranjero, que es donde estadísticamente se concibe a uno de cada diez nuevos daneses. El mejor momento, por lo visto, es durante las vacaciones y en lugares lejos de los rutinarios. Quienes consigan quedarse embarazados durante su asueto podrán entrar en el sorteo de tres años de suministros para el vástago gratis, un carrito y unas vacaciones para toda la familia. El objetivo, pues que vuelva a haber más jóvenes que viejos, algo que lógicamente preocupa al gobierno danés.

DinamarcaLes dejo aquí el video de la campaña “Hazlo por Dinamarca”, que por cierto arrasa en la red.

Por su parte, nuestro Instituto Nacional de Estadística ya ha avisado que de mantenerse la actual tendencia demográfica España perderá 2,5 millones de habitantes  durante la próxima década, y a partir de 2017 habrá más muertes que nacimientos.

Nosotros no tenemos campaña para viajar al exterior y pasar noches de ensueño en hoteles de lujo. Pero tenemos la foto de Espinosa y su hijo.

Si esta no es una buena razón para animarse es que, definitivamente, estamos perdidos. Y nuestras pensiones. O qué se creen.

 

Ejercicio de agudeza visual (digital)

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En los blogs y en los periódicos, tanto de papel como digitales, muchas veces se utilizan las fotografías únicamente para ilustrar los textos. Y eso que siempre repetimos el mantra de que una imagen vale más que mil palabras. Pero nuestros abnegados compañeros gráficos saben que los “plumillas” difícilmente nos resistimos a la tentación de seguir acaparando  999 palabras para dejar la última, o la primera, a la foto, a la imagen.

Les prometo sin embargo que en esta ocasión voy a hacer un esfuerzo de contención para que, a su vez, hagan ustedes un ejercicio de agudeza visual. La instantánea que encabeza este comentario la capté en un vagón del metro de Londres. En la Central Line, una de las líneas más concurridas.

Observen que en la bancada de la derecha (parece el Parlamento de Westminster) todos los pasajeros centran la atención en sus respectivos dispositivos digitales. Algunos incluso para abstraerse por completo utilizan los auriculares. En la parte izquierda (la ubicación es puramente casual, no hay mensaje subliminal) e incluso en el fondo aparecen algunos periódicos de papel.

Tengan en cuenta que a la entrada de la mayor parte de las estaciones del metro de Londres  se entregan periódicos y revistas gratuitos como Time Out, o Metro. Repletos de publicidad, por eso son gratuitos, y dedicados al ocio o a cierto famoseo. Una lectura ligera en cualquier caso para un trayecto no muy largo.

La foto la tomé a la altura de la estación de Marble Arch, dos paradas antes de llegar a Oxford Circus, mi destino. Unos pocos minutos por lo tanto para reflexionar sobre un par de cuestiones que la falta de tiempo, ya disculparán, me obliga a plantear sin rodeos:

Cuadro dig2¿Cuánto tiempo van a sobrevivir los periódicos de papel de pago tal y como hoy los conocemos? Y es más ¿durante cuánto tiempo la tv va a seguir manteniéndose como la pantalla principal de nuestras vidas?

Aquí al lado les dejo un cuadro con datos sobre el empleo diario de los medios tradicionales y los digitales en el Reino Unido. Los van a entender fácilmente. Fíjense en el más llamativo. Todo el conjunto de “pantallitas inteligentes” se ven ya más que la gran caja tonta de la tv.

¿Hacia dónde vamos? Es la gran pregunta que se hacen los entendidos en la cosa sin saberlo muy bien.

Yo solo sé que me bajo en esta. Ya he llegado a Oxford Circus.

 

 

¿Sueñan los verificadores con periodistas eléctricos?


Tengo que reconocer que cuando alguien de la redacción de Madrid duda sobre la importancia o no de alguna noticia del Reino Unido, echo mano de un recurso infalible para convencerle: “Lo dice la BBC”.

 Muy pocos se atreven a cuestionar lo que emite la cadena pública británica. A ver quién es el listo. Y hasta cierto punto es normal. Nadie les gana en medios, en historia, en credibilidad, en independencia… En todo lo que vds quieran. Aunque también es verdad que en los últimos años han vivido crisis internas de profundo calado relacionadas con escándalos de abusos sexuales. Pero bueno, eso no viene al caso.

Y estoy seguro que lo mismo han debido de pensar tanto los dos encapuchados de ETA como los dos no encapuchados, pero envueltos en el título de verificadores, cuando decidieron grabar y entregar la cinta en exclusiva a la cadena británica con el ridículo arsenal que ven aquí debajo: “Que lo diga la BBC”… (Que a nosotros nos da la risa).

Arsenal

Porque reconocerán conmigo que la puesta en escena del Hotel Carlton en Bilbao fue, si no de chiste, cuando menos decepcionante. Mucha aglomeración de medios y mucha expectación internacional para, al final, quedarse todo en la lectura de un par de folios con el sello de ETA. Ojo al detalle, que la firma es imprescindible. Deja bien a las claras quién escribe el guión de este teatrillo en dos idiomas que amenaza con convertirse en culebrón. Y eso que no hay peor gesto y signo de mala educación que decir que te vas, despedirte, y no hacerlo. Pero bueno, si solo fuera una cuestión de educación...

A lo que vamos. Que el video de la BBC, aunque ridículo, ha cumplido perfectamente su función. De hecho nada más terminar la comparecencia y lectura de los verificadores (y seguimos sin hacer preguntas a cambio de aceptar cualquier excusa) la página web de la cadena de tv colgó el video para que todos lo tuiteáramos y se viera en los telediarios.

20140221123738Lo vino a decir el verificador Ram Manikkailingan (a la izda.) cuando levantaba los folios para los gráficos: “He visto cosas que vosotros no creeríais”. Como el replicante de la película Blade Runner. Ya saben, la que se inspiró en la novela de Philip K. Dick, “Sueñan los androides con ovejas eléctricas”, y que tiene como tema central el impreciso límite entre lo natural y lo artificial.

Los verificadores han visto naves en Orión y arsenales que ETA ha decidido sellar con un sello en el papel. Y como prueba aquí está la cinta. Bien es cierto que en 2011 los terroristas recurrieron al “Der Spiegel”, “The Guardian” y algún periódico más, además de la BBC, para difundir su “conflicto” a nivel internacional. Pero esta vez con la cadena británica les ha sido suficiente. Ha cumplido con su papel perfectamente. Esperó a que terminara la comparecencia de los verificadores en Bilbao para colgar en la red el exclusivo vídeo. La prueba irrefutable sobre la que se apoyan los dos folios. “Lo dice la BBC”.

Para el próximo viaje interestelar al zulo de la puerta de Tannhauser hará falta mucho valor y poca vergüenza.

¿Sueñan los verificadores con periodistas eléctricos?

 

Las cuchillas de Melilla

Abro la temporada de este blog con un tema que nada tiene que ver con Londres ni el Reino Unido. Aunque bien mirado, la inmigración en todas sus dimensiones afecta a Europa en su conjunto, especialmente a aquellos países que por razones geográficas, económicas o históricas se han convertido en los últimos años en lugares de recepción de personas en busca de una vida mejor.

Dicho esto, tengo que reconocer que ha habido una razón de peso que me ha llevado a escribir sobre este tema. Y es que en su día pude conocer personalmente la mezcla de sentimientos, por llamarlo de alguna manera, que empuja a una persona a lanzarse sobre la famosa valla de Melilla y sus cortantes cuchillas.

Allá por el verano de 2005 el reportero de la corresponsalía de TVE en Rabat, Keko Dorado y quien esto escribe decidimos conocer de cerca la tragedia de los inmigrantes subsaharianos en su última etapa en Marruecos. Porque en las anteriores, nos contaban ellos mismos, muchos morían en la arena del desierto víctimas de cualquier enfermedad o simplemente de hambre y sed. Hombres, mujeres y niños.

Pero ya frente a Melilla quedaban atrás todas las penalidades del Sahara y la vida clandestina en Marruecos, donde por cierto viven perseguidos y apaleados por la policía. Y con Europa ya enfrente, “solo” queda saltar una valla de seis metros de altura reforzada con una concertina (qué palabra tan dulce, me recuerda a guillotina, será porque corta rápida y limpiamente) de afiladas cuchillas.

Así que como les contaba, nos fuimos a los bosques de Farhana y Mariuari, en el lado marroquí de la valla, para comprobar con el objetivo de nuestra propia cámara cómo se las ingeniaban para tratar de saltar el muro de alambre. Entablamos contacto rápidamente. Los malienses, especialmente simpáticos y educados, nos hicieron un hueco en su campamento. Todos jóvenes, castigados por las carencias, pero físicamente fuertes. No había sitio para los débiles, que se habían quedado por el camino.

No fue difícil ganarnos su confianza. Además de compartir comida les facilitamos lo que más necesitaban: vendas, alcohol, gasas, desinfectante… Todos tenían las manos cortadas, los pies heridos o una brecha sin cerrar en mitad de la cabeza. El culatazo de un gendarme marroquí, una carrera atropellada en mitad de la noche o el alambre de la valla habían sido los culpables. Pero nada ni nadie les iba a parar. “Esa valla la saltaré aunque la suban hasta el cielo”, fue la frase mítica de uno de ellos.

Y así fue. Después de un corto sueño junto al fuego, esa misma noche grabamos cómo con unas escaleras artesanales hechas con troncos, protegidos con harapos y empujados por la miseria que les mordía las espaldas, un grupo se lanzó sobre la valla sin mirar para atrás. Solo les preocupaba que la ronda de la Guardia Civil y la de los mehanis marroquíes no les impidiera el paso. Algunos lograron el objetivo, otros fueron detenidos. No importaba, habría más oportunidades.

Todo esto quedó reflejado en varios Telediarios y en un reportaje que se emitió en Informe Semanal y que llevaba por título “El salto de la valla”. Para qué más rodeos.

De aquella experiencia me quedó una idea clara: Ya puede el gobierno de turno, del signo que sea, poner las vallas con los alambres y las cuchillas que quiera que mientras la miseria no se ataje en su origen siempre habrá alguien dispuesto a jugarse la vida. Nosotros podemos ponernos más o menos dignos diciendo que las cuchillas son una salvajada, que son inhumanas. Les aseguro que para los subsaharianos que tratan de saltar, esas hojas afiladas que frenan el paso no son lo más inhumano que han encontrado desde que dejaron sus casas. Alguien dirá que esa no es razón para que nosotros las pongamos en nuestra frontera. Y es cierto, pero que tenga claro quien diga eso que pedir que las quiten no le hace mejor persona, ni contribuye con ello a paliar los sufrimientos de los inmigrantes subsaharianos.

Porque ellos han vivido un auténtico vía crucis ya antes incluso de dejar sus países. Han dejado seres queridos por el camino, han sufrido persecución, desprecio, hambre, enfermedad…¿Queremos comportarnos como seres humanos con ellos? Pues no nos limitemos a pedir que no pongan cuchillas, pidamos que quiten la valla entera. Ah, que tampoco es eso…Pues no nos hagamos trampas al solitario y respondamos con franqueza: ¿Queremos que entren libremente en nuestro país sí o no? Y una vez obtenida la respuesta, actuemos en consecuencia. O quitamos la valla al completo o ponemos todos los medios para que no puedan saltarla. Quien crea que el alambre de espino al final de una valla de seis metros entra dentro de lo razonable y civilizado, y que las cuchillas son algo propio de personas sin escrúpulos, lo único que hace es adormecer su conciencia.

Porque si actuáramos en conciencia, lo que deberíamos hacer es evitar que llegaran incluso a esa valla. Deberíamos evitar que dejaran sus casas, que atravesaran el desierto, que fueran maltratados en países que nuestros gobiernos reconocen como amigos. Porque la valla, al final, no es su muro de las lamentaciones, es el nuestro.

Entendamos cuanto antes que el fenómeno de la inmigración es como el Sol. Imparable, necesario, vital. Los hombres y mujeres llegados de otros lugares ayudan y contribuyen al desarrollo y transformación de sociedades y países, como el astro rey aporta a nuestros cuerpos las vitaminas y los elementos necesarios para que la vida siga. Pero cuidado con la sobreexposición. Usen protección. Lo dicen los dermatólogos. No hace falta que les explique las consecuencias.

Gracias, al equipo

La televisión es un trabajo en equipo. Es un tópico y es la realidad. Los avances técnicos permiten a algunos empresarios o directivos de empresas fomentar la idea del periodista-orquesta (low cost lo llaman algunos ahora para hacerse los modernos y viajados) y algunos colegas ya lo están sufriendo. Ya pasé por un experimento similar hace veinte años y, para no alargarme, lo resumiré con el refranero. Quien mucho abarca poco aprieta. 

La televisión es un trabajo en equipo. Y en las corresponsalías ese trabajo en equipo es vital y arriesgado. Una corresponsalía como ésta es una redacción en pequeño, pero donde, a diferencia de la redacción central, no hay secciones, ni turnos. Las mismas dos o tres personas a quienes tienes que pedir que madruguen, si hay que madrugar, son las mismas a quienes tienes que pedir que trasnochen, si hay que trasnochar; que trabajen el fin de semana, si hay que trabajar, o alteren unas vacaciones, aunque eso vaya contra los planes familiares. Son siempre las mismas dos o tres personas trabajando y conviviendo entre las mismas cuatro paredes. Y en los viajes.  Y ya se sabe, el roce hace el cariño, pero, también se sabe, del roce saltan chispas. En mi caso en Londres ha sido lo primero y se lo tengo que agradecer a Rafa, a Monse (hay una razón para la missing T) a Fonta y a quienes en algún momento han pasado por esta oficina en estos tres años, a Pilar, a Tania y a Lourdes.

 

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A menudo, muy a menudo, casi siempre, si el trabajo de una luce es gracias al equipo. A sus habilidades profesionales, a su paciencia y, también en este caso, a su capacidad para canturrear una canción o echar unas risas.  Y hablando de cantar, me despido de este blog -que hasta ahora ha ido con el corresponsal de Londres- como lo saludé cuando llegué. Con una de las grandes contribuciones de la cultura popular británica, aun sabiendo que cada día hay más personas a quienes cada día les cuesta más saber adónde mirar para ver ese bright side de la vida.   

 

  

 Last but not least, gracias a quien durante este tiempo se ha encargado de tener la nevera de casa llena y, muy especialmente, gracias a quienes se han pasado en algún momento por este blog o el anterior, en Washington, y a quienes andan por twitter. Me han ayudado a enmendar y mejorar. Próxima etapa, Madrid.  Nos vemos por aquí. @annabosch

La crisis de la BBC

La BBC, una de las instituciones británicas más respetadas dentro y fuera del Reino Unido, atraviesa una de las peores crisis de su historia, algunos dicen que la peor. Y en esta ocasión no se trata de uno de sus enfrentamientos con el gobierno -sí, han ledído bien, con el gobierno- sino de factura propia.

Escándalo Savile

El primer capítulo de esta crisis estalló hace algo más de un mes cuando ITV, una cadena de la competencia, emitió un reportaje en el que víctimas de abusos sexuales acusaban a Jimmy Savile, una estrella de la BBC que murió en octubre el año pasado, de haber abusado de ellas sexualmente cuando eran jóvenes, incluso menores de edad. El escándalo tiene dos vertientes.

Una, la supuesta vista gorda que la BBC estuvo haciendo durante décadas sobre el comportamiento  de una de sus estrellas que, según la policía, puede haber sido uno de los mayores "depredadores sexuales conocidos". Agravado por el hecho de que en sus programas Savile estaba a menudo con menores y que, según el relato de algunas de las supuestas víctimas, algunos de los ataques sexuales se produjeron en dependencias de la BBC.

La segunda vertiente de este primer  capítulo de la crisis es que el programa Newsnight, uno de los informativos de referencia de la BBC, tenía un reportaje similar al de ITV listo para emitir en noviembre del año pasado, pero al final el director del programa decidió no emitirlo. Bajo sospecha está si esa decisión se tomó simplemente por cautela editorial, a tenor de la gravedad de las acusaciones, o por conveniencia empresarial ya que BBC tenía previsto en Navidades una programación especial de homenaje a Savile, célebre y respetado no sólo por sus propramas pioneros de música pop (era el conductor de Top of the Pops), sino por el mucho dinero que recaudó para obras benéficas.

 

 

Segundo capítulo. Norte de Gales

El segundo capítulo de esta crisis lo ha desencadenado un reportaje que sí emitió el mismo programa, Newsnight, el pasado día 2. En él se recogía el testimonio de una víctima de un caso escalofriante de abusos sexuales que ya se investigó en los años 90. El caso de un centro de acogida en el Norte de Gales que "servía" algunos de sus internos a pederastas. Una de las víctimas señaló como uno de sus violadores a un político conservador relevante en la época de Margaret Thatcher. BBC no identificó al acusado, pero fue cuestión de horas que el nombre apareciera en internet y fuera Trending Topic en twitter.  El político en cuestión, Lord McAlpine, decidió finalmente el viernes hacer pública una declaración en la que decía que él no había tenido nada que ver con todo eso. Más grave, el denunciante al ver la foto del político dijo que ésa no era la persona que lo había violado y que la confusión venía de que esa no era la foto que le había enseñado la policía cuando se llevó a cabo la investigación.

Él pidió perdón, Newsnight pidió perdón y la BBC pidió perdón. Pero no bastaba y la prueba de que no bastaba es que el viernes por la noche el conductor de Newsnight despidió así: "Newsnight volverá el lunes. Probablemente".

De no haber habido el capítulo uno de esta crisis, la no emisión de aquel reportaje denuncia contra Savile, es probable que no se hubiese producido el segundo, la emisión de una denuncia que resultó errónea.  

Reacción BBC

La BBC es consciente de que su supervivencia no depende del gobierno ni de los políticos (a quienes somete permanentemente a escrutinio hasta llegar incluso a la impertinencia), sino de la confianza que le tienen los ciudadanos, y contribuyentes (cada hogar británico paga obligatoriamente al año 145,50 libras (unos 180€) para financiar la BBC). 

Y ante esta crisis de factura propia, y para mantener por encima de todo esa confianza,  además de pedir perdón, ha abierto una investigación para saber qué pasó y por qué fallaron los filtros que fallaran, y además -para demostrar que siguen siendo una de las mejores empresas de periodismo del mundo- informa sobre su crisis como informaría de otra. O lo intenta. 

Y así tuvimos el mes pasado el caso de una programa de la BBC, Panorama, investigando a otro, Newsnight. Y emitiéndolo. El director de Newsnight, Peter Rippon, apartado temporalmente  de su cargo. Y ayer, sábado por la mañana, el Director General de la BBC, George Entwistle, se sometió al interrogatorio de uno de los entrevistadores más incisivos, John Humphrys, en Radio4 sobre el segundo capítulo de esta crisis. La dureza de esa entrevista y la sensación que dejó de que el Director General no estaba realmente al tanto de lo que pasaba contribuyó a que esa misma noche el Director General dimitiera. El Director General no puede estar supervisando todos los contenidos de lo que se emite, pero como máximo responsable, dijo anoche, lo honorable era dimitir. Lo hizo en directo, ante las cámaras de BBC y acompañado del presidente de BBC Trust, que es el órgano que supervisa la BBC. Entwistle aún no llevaba ni dos meses en el cargo.

Y pueden visitar en la web todo un apartado dedicado a Crisis en la BBC.

 Reservoir Dogs

Esa expresión está en uno de los titulares sobre el caso en el Sunday Times, periódico de la competencia y del grupo Murdoch, críticos acérrimos de la BBC. No es dificil imaginar unas tensiones internas brutales entre pesos pesados y mega-egos de la BBC. Uno de esos pesos pesados es Jeremy Paxman, el conductor emblemático de Newsnight (que no conducía el programa el día en que se emitió el reportaje. Él suele presentar de lunes a miércoles). Como Humphrys, Paxman pasa de los 60 años y lleva más de 20 conduciendo el programa. Anoche emitió un comunicado en el que arremetía contra la manera de funcionar de la actual BBC, alababa el talento del Director General dimisionario (que había dirigido Newsnight en el pasado) y decía que había sido derribado por unos "cobardes e incompetentes". 

Termino de escribir esto mientras la crisis de la BBC sigue siendo la principal noticia en todos los los boletines e informativos de la BBC y, una vez que su director general ha dimitido, en ellos preguntan insistentemente si no debería dimitir también el presidente, Chris Patten, un veterano político conservador, hoy máxima autoridad encargada de defender y controlar a la British Broadcasting Corporation.  Patten y quienes lo han entrevistado hoy en la BBC subrayan que si la BBC tiene el presitigio que tiene es por su calidad haciendo periodismo y periodismo de investigación y que tienen que seguir practicándolo también en el tratamiento de esta crisis, por mucho que duela. 

Mientras la BBC hace un ejercicio extraordinario -y doloroso- de autocrítica y transparencia no es difícil imaginarse a los políticos y la competencia esbozando una media sonrisa. Esta crisis de la BBC es de factura propia.        

 

@annabosch

 

 

Miguel Ángel Idígoras


El título de este blog “London.es” no es más que una declaración de intenciones. La realidad de esta ciudad británica –que para muchos es la menos británica de las ciudades británicas- y de un país pero desde la perspectiva de un español.
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