Martes pasado, 21:30, aeropuerto de Manila. Tenemos tres días festivos decretados por la visita del Papa, lo que se convierte en cinco días libres sin necesidad de gastar vacaciones y… ¡Nos vamos a Tailandia!
En el aeropuerto tenía una sensación alucinante. “¡Me estoy yendo a Bangkok!, como el que se va a pasar un puente a, no sé, Londres como mucho. ¡Tailandia! Uno de esos destinos a los que la gente se va de luna de miel o en el viaje del año. Así, a tres horitas de avión. “Sí, Carola”, pensé acto seguido, “vives al otro lado del mundo, en el sudeste asiático, por si no te habías dado cuenta”. Un sudeste asiático que me he propuesto conocer en la medida de lo posible. Tailandia, el primer destino.

Primeras impresiones:
1.-Bangkok no es una ciudad tan pobre como Manila, ni desde el taxi del aeropuerto al apartamento ni paseando por las calles del centro se ve la pobreza que se ve en Manila. ¿Será porque aquí está más oculta? Un poco de búsqueda y compruebo que el PIB per cápita de Tailandia es más del doble que el de Filipinas.
2.- Los tailandeses son incluso más amables que los filipinos. En los dos primeros días en Bangkok al menos cuatro personas se pararon a ayudarnos cuando sacamos el mapa. Aunque al principio yo era un poco reacia por eso de pensar que intentarían sacar tajada, en seguida distingues quien se acerca a ayudarte y quien a venderte. Y son muchos los que se acercan a ayudarte.
3.- ¿A los niños asiáticos en Occidente les hacemos tantas muecas? Pobrecitos míos, no paraban de saludarles, intentar cogerles de la mano e incluso en brazos y tratar de hacerles fotos. Habrá niños a los que les encante, pero los míos estaban abrumados con tanta atención.
4.- No estás en tu ciudad, eres un guiri. Si bien las personas que se acercan a ayudarte son muchas, son muchas más las que intentan venderte un tour o llevarte a algún sitio en tuc tuc. Al fin y al cabo, como he comentado otras veces, no hay forma de ocultar que eres turista (aunque creo que la cara de despistados y el mapa en la mano nos delatarían en Zamora también). Pero lo malo es la sensación (más que eso, la situación real) de que te intentan timar con mucha frecuencia o, al menos, de que pagas más (el doble o el triple) por las cosas. Y no me refiero ya a los templos, donde los precios son distintos para los extranjeros, sino a todo: en el taxi hay que estar con mil ojos para que pongan el taxímetro y si hay mucho tráfico o vas lejos se niegan a ponerlo y te toca negociar, la fruta y la comida en los puestos… No sé, entiendo que la diferencia pueden ser 20 céntimos de euro, que a nosotros no nos cambia nada, pero aún así. De todas formas, estoy segura de que el país ha hecho un esfuerzo en ese sentido, porque en muchas ocasiones ponen el taxímetro directamente o ves los precios escritos en cartelitos o pizarras, lo cual te da mucha sensación de alivio. Lo turístico es muy caro, pero de eso viven. Moverte como local, en la medida de lo posible, en su transporte y en sus restaurantes o puestos en la calle es barato, lógicamente porque si no no podrían vivir. En ese sentido es curioso que he pagado por comer fuera mucho menos de lo que pago en Manila, porque aquí estoy rodeada de cadenas, restaurantes con comida importada o simplemente en zonas ricas de la ciudad donde los precios son mas europeos que filipinos.
5.- ¡Turismo, puf qué pereza!, considero que viajo bastante, al menos para ser una persona que vive en una ciudad fija, tiene un número de días de vacaciones al año y suele emplear bastantes de ellos en visitar a la familia. Pues odio hacer turismo y estar en sitios turísticos. Sé que suena engreído y lo es. Los templos de Tailandia son una maravilla y, por lo tanto, personas de todo el mundo vienen a visitarlos. Si quieres estar sola, no puedes irte a una ciudad que visitan cada año 16 millones de personas, amiga. Es verdad, pero parece que se me olvida. Cuando llego a las colas para comprar los tickets, rodeadas de puestecitos donde se vende lo que sea, cuando subo las escaleras de un templo despacito porque formo parte de una inmensa fila de gente que sube al mismo ritmo y que lucha por hacerse fotos en las que salga la menor cantidad de gente alrededor posible, siempre pienso: “Puf ¿de verdad es tan bonito para que me merezca la pena?” Y sí, lo es.
Aunque este no es un blog de viajes, tendré que contar un poquito como ha sido, más que nada, porque si no reviento.
Bangkok.



- Templos. En la capital hemos visitado algunos de los templos más famosos: Wat Arun, Wat Po y Wat Phra Kaew y el Gran Palacio Real. Son seguramente los más bonitos. Eso sí, en la ciudad hay otros no tan turísticos que son mejores para ver la devoción de los tailandeses por Buda, cómo muestran sus respetos, hacen ofrendas, etc.

- Chinatown. Genial. Es de agradecer salir por un rato de la zona de fotos y adentrarte en un barrio que, aunque seguro que es muy visitado por turistas, mantiene su ritmo de vida y no es sólo un photocall. Genial la mezcla de humo de unos puestos y otros, la mezcla de comida de una procedencia y otra y el bullicio. ¿Se parecerá en algo China a esto? ¡Qué ganas de ir a China!
- Barrio de mochileros. El barrio es, cuanto menos, curioso, pero podría estar en Bangkok o en cualquier otra ciudad. Mis sensaciones allí fueron extrañas. Al principio me horrorizó ver tantísimo occidental y tantísimo puesto y negocio para ellos (para nosotros quiero decir), pero después pensé que tenía su encanto porque también forma parte del Bangkok actual. La capital de Tailandia es una ciudad muy turística y eso también ha modificado la ciudad, ha creado espacios que forman parte de su esencia hoy, como los sitios de kebabs, locutorios y carnicerías halal de Lavapiés forman parte de Madrid. Aún así, me quedó un sabor agridulce de la visita.
- Parque de Lumpini. Intentamos aunar las necesidades de dos de los miembros del grupo con una incursión a la zona moderna de la ciudad para los otros miembros. Creo que los más pequeños se llevaron un buen rato de diversión y los mayores un poco de descanso. ¿La zona moderna? Queda en el “por conocer”.
Recomendación. Moverse en barco por el río cuando sea posible para evitar el tráfico. Hay barcos de línea que cubren un trayecto muy parecido al del barco turístico, aunque sin explicaciones en inglés, mucho más llenos (con las dudas sobre seguridad que eso conlleva) y mucho más baratos. It’s up to you.

Ayutthaya.

La antigua capital del país, totalmente destruida por los birmanos, está a una hora de Bangkok aproximadamente. Decidimos hacer una excursión de un día y la verdad es que merece la pena, aunque el viaje fue relámpago y me hubiera gustado verlo con más tranquilidad. El parque histórico donde están algunas de las ruinas es un lugar perfecto para dar un paseo en bici y tomarse la visita con calma. Después hay un par de templos más a visitar en otras partes de la ciudad moderna a los que se llega en tuc tuc o taxi sin mucho problema. ¡A negociar!
Chian Mai.


Si creía que Bangkok era turístico, eso es porque no había visitado todavía Chian Mai. Es difícil decir si recomendaría esta ciudad. Tiene un centro cuadrado claramente delimitado por una muralla y un foso que es muy manejable tanto andando como en bici (la bici la recomiendo para padres con niños pequeños, porque es una forma rápida de moverte que permite a los niños ir descansando y entretenidos y a ti dejar de cargar con ellos a hombros). Chian Mai está lleno de templos maravillosos, de restaurantes de comida extranjera, de cafeterías con aire occidental, de motos, bicis y tuc tucs, de monjes, de turistas, y de agencias de viajes. Se echan en falta: más puestecitos de comida en la calle y más tailandeses. Es curioso porque en Europa el centro de una ciudad así sería bonito, estaría cuidado, con las casas del mismo color y estilo, etc. Esto es Asia. La ciudad en sí no es bonita, pero los templos son maravillosos. Hay tantos que, excepto en los dos o tres más turísticos, es fácil ver a monjes leyendo, instruyendo a sus alumnos o hablando con turistas. Y, por supuesto, en todas partes se ve a tailandeses haciendo sus ofrendas y mostrando sus respetos a Buda. Muy bonito el templo que está en lo alto de un monte a unos 12 kilómetros de la ciudad. Eso sí, en nuestro quinto día en Tailandia estábamos totalmente saturados de templos, Budas, inciensos y hasta el gorro de quitarnos los zapatos cada dos por tres. Por cierto que en este templo vimos a unas niñas vestidas con el traje típico de las tribus del norte pidiendo dinero para dejarse hacer fotos y enfadándose cuando no se lo daban. Lógicamente ese se ha convertido seguramente en una de sus principales fuentes de ingresos, y es lógico, pero me pareció, por un lado una forma de trabajo infantil (era domingo, no habría escuela, pero seguramente pasaron en las escaleras del templo todo el día), y por otro lado, una pena que las tradiciones de los pueblos se queden para el turismo. Seguramente sólo es posible conocer esas formas de vida si uno se adentra en el norte, alquila un coche o una moto y se pierde por las carreteras para llegar a dónde no llegan otros extranjeros. ¿Qué me encantaría? Claro, como a muchísima gente, por eso los pueblos más cercanos a la civilización son tan visitados y se acaban convirtiendo en una especie de espectáculo para el guiri. Me alegré de no haber ido a visitar alguno de los poblados que están cerca de Chian Mai.
En esta ciudad recomiendo los puestos en la calle de los mercados nocturnos. ¿Los mercados en sí? Pues no sé, curiosos, pero no muy distintos al Rastro diría yo. Pero los puestecillos de comida, geniales.

Conclusión. Me ha encantado el viaje, conocer un poquito de Tailandia, hartarme de mango sticky rice y tener un primer contacto con el budismo. Y, como siempre pasa después de un buen viaje, ya estamos pensando en los siguientes. ¡Tiembla Asia!